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  • 16-09-2007


    «El modelo de empleo actual no respeta a los seres humanos, los humilla»


    Entrevista a Imanol Zubero, autor del libro «Se busca trabajo decente»

    Imanol Zubero, Profesor de Sociología en la Universidad del País Vasco y prolífico analista político, entre otros medios, de esta revista, es responsable del capítulo principal del último libro publicado por Ediciones HOAC, «Se busca trabajo decente». Sabe bien de lo que habla y de lo necesario que es devolver el trabajo a la centralidad social y política que merece.

    - ¿Por qué considera oportuno relanzar en nuestro país el debate sobre el programa de «trabajo decente» defendido por la Organización Internacional del Trabajo (OIT)?

    - A raíz de otro libro que preparé para la HOAC sobre pleno empleo y que se publicó en 2000, di con la propuesta de la OIT. Me pareció digna de consideración, pero no la trabajé demasiado. Me quedé con la idea de que hay más que hablar de pleno empleo había que hablar de los contenidos de ese empleo. La recuperación que se hace ahora de esta propuesta demuestra que la HOAC está atenta a los cambios en las culturas del trabajo y piensa que esta propuesta merece ser conocida en el pensamiento y campo de acción de España.

     En realidad el silencio que se ha producido es relativo. El recién elegido secretario general de la nueva Confederación Sindical Internacional (CSI) ya hizo una referencia explícita al trabajo decente como uno de los elementos fundamentales de reivindicación y compromiso de la nueva organización. En Latinoamérica, la propuesta de la OIT está teniendo no sólo un desarrollo teórico, sino también un desarrollo práctico importante, como modelo de análisis y guía de experiencias concretas de trabajo decente. En Europa ha habido experiencias en Dinamarca, por ejemplo. Es verdad que en Francia y España, en países donde el sindicalismo ha estado más ligado a la industria y al sector secundario, su recepción está siendo muy lenta. Tal vez porque no resulta fácil abordarlo.

    - ¿En qué consiste el «trabajo decente» y qué alcance tiene la propuesta de la OIT en torno a este concepto?

    - Es algo que se ha ido haciendo. En su origen lo que plantea es que el trabajo decente debe ser un trabajo en el que se garantizan los derechos, un trabajo productivo, de calidad, con derechos. Básicamente lo mismo que ha planteado históricamente el movimiento obrero cuando hablas de trabajo justo y digno. La propuesta en su formulación teórica no es novedosa, sí en cambio en su formulación práctica. Lo que la OIT ha pretendido, en estos ocho años que han pasado desde que lanzó el concepto hasta hoy, no es sólo una formulación teórica, sino que se pueda juzgar el nivel de decencia e indecencia en cada lugar, lo importante es su dimensión empírica, medible, objetivable. Es un desarrollo que tal vez hasta ahora en otros concepciones del trabajo no se había hecho. Otro elemento es que parte de la OIT, con el énfasis que siempre ha hecho desde su fundación de su carácter tripartito, en la que están presente los tres grandes agentes implicados en el mundo de trabajo como son los gobiernos, los sindicatos y los empresarios, en un momento como el actual donde se ha roto el pacto de post-guerra, donde todo apunta hacia la desregulación tiene mucho valor. El hecho de que una organización sigue apostando, reivindicando e incluso exigiendo que haya diálogo social, regulación, acuerdo entre las tres instituciones es muy importante. Puede quedar en papel mojado, pero tiene un cierto nivel de exigencia y a partir de aquí se pueden exigir responsabilidades tanto a los Estados como a los empresarios.

    - ¿Por qué prefiere, de acuerdo con la OIT, el adjetivo «decente» a «digno», por ejemplo?

    - La primera duda que surge es por qué tenemos que hablar de «decente» y no de trabajo con derechos, justo, digno, protegido, regulado, garantizado... Tal vez habría que haber hecho una tarea previa, que ni siquiera ha hecho la OIT y que merece una autocrítica importante. Tal vez también «trabajo decente» en castellano suene a poca cosa, a retroceso en la historia de las aspiraciones de los trabajadores. En la tradición obrera la idea rompe. Trabajo decente es todo trabajo, salvo unos pocos que son indecentes por las condiciones en las que se desarrolla. Pero es el concepto que acuña Somavia, el director de la OIT, y no he encontrado una justificación de por qué lo hace así. Pero una vez aceptado por necesidad, quise ver qué virtud podía tener. Por coincidencia vi que entroncaba con alguno de los desarrollos actuales más interesantes de la filosofía política, como es la idea de sociedad decente de Margalit. Resulta que no es un concepto tan arbitrario o vacío como podría parecer a primera vista. Tal y como lo desarrolla Margalit, una sociedad decente es la que no humilla a sus miembros. La dimensión institucional de humillación que hoy se da en el mundo del trabajo puede ser cuestionada por la idea de decencia. El problema no es que haya condiciones individuales o personales males, que las hay y siempre las ha habido,  es que hay todo un diseño institucional del empleo y el trabajo que humilla a los humanos.

    - ¿Qué circunstancias históricas se daban cuando en 1999, el director de la OIT Juan Somavia aseguró que la institución «milita» por un trabajo decente?

    - Era el final de una década. En los años 80 se acabó con la idea de empleo protegido, regulado, del que se derivan responsabilidades. Los años 90 fueron la década neoliberal por excelencia. La OIT hace balance de los 90. Fue una década que nació como la del empleo, se consiguieron tasas de desempleo formalmente hablando como nunca antes, pero cuando se rasca debajo de las cifras, se ve que se ha vulnerabilizado y precarido el empleo. Hay mucho de un ajuste de cuentas, suave si se quiere, con el discurso neoliberal que afirmaba que el mercado nos iba a salvar, que no hacían falta políticas públicas, que la mejor política de empleo es la que no existe o en el mejor de los casos las política industrial de mercado. Al final, la OIT tuvo que decir esto no funciona, hay mucho sufrimiento en el mundo del trabajo. De ahí que la OIT recupere el concepto militancia. Tampoco sé por qué, pero el hecho es es la expresión adecuada al momento: o militamos por el trabajo decente o la indecencia será la norma en el mundo del trabajo. Vivimos el riesgo de psicologizar las relaciones individuales: todo es acoso, jefes tóxicos, personas individuamente apartadas del trabajo o maltratadas. Hay mucha injusticia de la que son responsables individuos, por supuesto, pero es algo más serio, todo un modelo de empleo que no respeta a los seres humanos, que a veces incluso no es productivo y que humilla a los seres humano.

     - Hay riesgo de que el «trabajo decente» se quede en un simple lema bienintencionado, muy poco práctico para contrarrestar el poder sin límites del capital globalizado?

    - Es lo que ha pasado con el derecho al trabajo, sin más. En este caso el concepto de «trabajo decente» no está vacío de contenido, pero que tenga más o menos recorrido va a depender básicamente, como siempre, de nuestra capacidad de propuesta, de lucha, de resistencia, y de convertirlo en proyecto. De hecho hay continuidad, no ruptura, con los viejos conceptos como trabajo digno, con derechos. Tiene innovaciones empíricas y políticas. No corren buenos tiempos para la lucha obrera y para la lucha social en general, pero eso no es culpa del concepto.

    - Cita usted a Przworski cuando dice que el capital aspira a liberarse de las trabas que la democracia iba poniendo para contener sus ambiciones ¿Cómo se explica la escasa resistencia que el proyecto neoliberal encuentra para alcanzar sus objetivos?

    - Los viejos ya dejaron el mundo del trabajo y ya no militan en el movimiento obrero mientras que los jóvenes sólo conocen el trabajo precarizado. Esto explica en buena medida que las nuevas generaciones no tengan conciencia de resistencia, porque no han conocido la alternativa. Pero no es una época en la que hayan faltado luchas y resistencias, tal vez con otros nombres, otras formas, en otros continentes... En la lucha anti-globalización han estado algunos sindicatos. En China, hay resistencia a la práctica de muchas empresas. Todavía es pronto para que el neoliberalismo haga un balance triunfalista. Creo que estamos en una vuelta de tuerca, en un punto de inflexión, el simple hecho de que la OIT, una organización desaparecida, no precisamente en combate, durante muchos años, intente resurgir es un indicador de que las cosas no funcionan tan bien.

    - También recurre a Silver para explicar el debilitamiento del «poder obrero» como fuerza transformadora y correctora de los excesos del capitalismo. ¿Cree que el «trabajo decente» podría revitalizar las organizaciones de trabajadores?

    - La parte empresarial ha hecho una recepción muy tibia, cuando no lo han despreciado. En la medida en que choque con sus interés, la desecharán. El hecho de que la propuesta nazca de la OIT y haya tenido su desarrollo en ella, le concede más legitimidad y visibilidad que otras que hayan surgido exclusivamente del mundo del trabajo. Pero, al final, todo dependerá de la capacidad del mundo del trabajo, de hacerla suya, de asumirla críticamente, de adaptarla a las necesidades de cada tiempo y lugar, y de convertirla en una herramienta de reivindicación y combate, pero también de negociación.

    - En España tenemos numerosos indicios de que el empleo creado, generado y fomentado en los últimos años es tan precario que está provocando la existencia de cada vez más «trabajadores pobres». Pero las preocupaciones son siempre otras...

    - Vivimos en un mundo sincopado, parcelado y fragmentado y lo que más cuesta es establecer relaciones. El hecho de que el gobierno, por lo que sea, probablemente por puro electoralismo, haga un cambio en el Ministerio de Vivienda y diga que la vivienda va  ser fundamental en estos meses que quedan de legislatura supone que se vuelve a hablar de las dificultades de los jóvenes trabajadores. La vivienda tiene que ver con el trabajo, la conciliación, la maternidad, la familia, tienen que ver con los problemas en el mundo del trabajo. El trabajo decente puede servir para visualizar que sigue habiendo trabajos, que por las condiciones en que se desarrollan impactan sobre la vida de las personas y sobre el desarrollo de una sociedad.

    - ¿Es posible una alianza, entre el movimiento obrero y otros movimientos sociales muy diferentes, capaz de frenar el proyecto de «capitalismo sin trabajadores y sin impuestos»?

    - La historia avanza a través de conflictos y acuerdos entre distintos, y entre poderes distintos. Hay muchas diferencias en los movimientos sociales, pero la cuestión es cuántos pasos podemos dar juntos antes de que la diferencia sea irreconciliable. En Europa, es verdad que hay pocas experiencias de trabajo conjunto entre el movimiento social, en concreto, el anti-globalización, y el obrero, pero en el resto del mundo sí las ha habido. Las cosas no son posibles o imposibles por sí mismas, sino por si pensamos que merecen la pena hacerlas posibles y ponemos los medios para ello. Tenemos que acumular fuerzas a favor de quienes peor están, que es la consigna real del socialismo, no se puede sacrificar a nadie para llevar a cabo un proyecto social. El socialismo ha sido, de alguna manera, la concreción del proyecto samaritano: hay que ver lo que queda en los márgenes del camino y detenerse, frente al proyecto neoliberal que dice que como siempre hay cosas más importantes que hacer podemos pasar de largo.

    - ¿Nos encontramos cerca de un nuevo pacto entre los intereses del capital y del trabajo?

    - Lejos, pero más cerca que en otras épocas. En este momento, no tanto por lo que pasa dentro del mundo del trabajo, sino en su periferia, por razones medioambientales, por las guerras de recursos territoriales, hídricos, energéticos..., el capitalismo triunfante tras la caída del muro de Berlín se ha dado cuenta de que sin controles y limitaciones es insostenible. Siempre lo ha sido, al poner por encima de todo el lucro privado, que busca más que nada privatizar los beneficios y socializar las pérdidas, pero nunca aprende. No es la peor de las coyunturas para que el movimiento obrero diga ese análisis global sobre el medio ambiente y la inseguridad planetaria se puede aplicar en el trabajo: no podemos seguir así. Estamos lejos de un gran acuerdo que pueda estabilizar el sistema, pero más cerca de lo que hemos estado hace unos años. Como Boaventura de Sousa Santos, profesor de Coimbra, dice, tenemos que encontrar traducciones entre los diferentes movimientos sociales. Lo que denuncian los ecologistas, las feministas, los pacifistas, los que buscan la justicia global, en el fondo, se puede traducir al lenguaje del movimiento obrero: hay que compartir tantos costes como beneficios.

Foto

Imanol Zubero, autor del libro «Se busca trabajo decente»

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