Allí donde Pedro con los Zebedeos y los Doce han fracasado, ha encontrado Marcos un testigo mesiánico que sabe dejarlo todo y seguir a Jesús, con ojos nuevos. “Desnudo” se acercó a Jesús, pues dejó todo: su puesto de trabajo, sus limosnas y su manto. Se acercó “desnudo”, sin nada (“arrojó el manto, su única posesión, que le servía de asiento de día y de manta para cubrirse de noche”), al lugar donde estaba Jesús. El rico no había tenido valor de dejarlo todo, pues tenía demasiado. Este, en cambio, que tiene muy poco, ha dejado lo poco que tenía para venir así, desnudo de manto, hasta Jesús, y para seguirlo después, sin posesión alguna, en el camino.