Concluido el Sínodo sobre la Juventud, llega la hora de valorar sus frutos y, sobre todo, poner en marcha sus conclusiones. El presidente de la JEC, Eduardo Martín Ruano, y la secretaria general de la JOC, Raquel Lara Agenjo, analizan el camino recorrido, señalan las oportunidades que se abren para su tarea y misión con los jóvenes de hoy y reclaman audacia para promover nuevos procesos y articulaciones pastorales.
Eduardo Martín Ruano y Raquel Lara Agenjo | La Asamblea de obispos en torno a los jóvenes ha llegado a su fin después de dos años de intenso camino recorrido, en el que nuestro querido Francisco nos ha puesto las pilas y nos ha hecho trabajar como nunca. Pedíamos protagonismo, lo hemos tenido, pedíamos escucha, y se nos ha escuchado, participación, y así ha sido.
Sin duda, no estábamos acostumbrados a esta manera de trabajar en la Iglesia y esto es motivo de alegría y de felicitación mutua. Es cierto que todavía hay que esperar para ver en que quedan las demandas y las aportaciones de los jóvenes pero, sin duda, todo este trabajo tiene que tener sus frutos y de hecho ya los estamos cosechando. Han sido muchas cosas las que nos han llamado la atención positivamente, pero reconocemos que hay otras que nos hubiera gustado escuchar o que deberían haber sido expresadas con más claridad y valentía.
Al comenzar, el Papa auguraba un buen vino después de la cosecha que prometía el trabajo que se iba a realizar durante el Sínodo, en el que se ha tratado un abanico amplio de temas muy interesantes todos, que deberían interpelar a la Iglesia.
Nos preocupa especialmente cómo será la recepción del Documento Final en la Pastoral Juvenil de España, en la que con demasiada frecuencia se trabaja «por y para» la juventud, pero no siempre «con» la juventud. Hay que cambiar de perspectiva y de sensibilidad, los jóvenes son sujeto de la acción evangelizadora.
Como movimientos de Acción Católica, nos sentimos interpelados por las conclusiones. El trabajo realizado nos ayuda a reconocer nuestras fortalezas, así como nuestras debilidades, pero sobre todo nos motivan a seguir siendo a la vez creativos y fieles a la misión recibida. Es desde nuestra identidad eclesial y desde la misión que nunca hemos abandonado desde donde nos atrevemos a reclamar el espacio que siempre la Iglesia nos asignó y que a muchos les cuesta reconocer: ser testigos del Evangelio en las periferias existenciales y sociales, en las distintas fronteras de la vida.
Los jóvenes somos un canal privilegiado para conectar con la realidad social y estamos llamados a convertirnos en interlocutores con todos los sectores de la sociedad y, por ello, también con la Iglesia, tarea que estamos dispuestos a realizar buscando el bien de la comunidad humana.