Nos decimos demasiado a menudo que somos pocos, mayores, que no hay relevo, no somos capaces, nuestro tiempo ha pasado… nadie nos escucha… los procesos son demasiado lentos y ya no tenemos fuerzas para acompañarlos… las luchas parecen vanas, la injusticia parece triunfar pese a todo… la mentalidad que se va imponiendo es la de una cultura del descarte que impide la fraternidad efectiva…
Parece que no hubiera sucedido el acontecimiento de Pentecostés. Parece que nos fiamos poco de Dios, que nos cuesta experimentar su amor providente. Y si nuestra experiencia cotidiana no es la experiencia gozosa del amor de Dios que llena nuestra existencia, hay demasiados miedos que pueden llenarla en su lugar.
Así pues, oramos porque necesitamos aprender a confiar.
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