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  • 01-04-2006


    «Tan peligroso como ignorar la tradición de la Iglesia es cerrar los ojos al Concilio»


    Entrevista a Luis González-Carvajal, autor de «Iglesia en el corazón del mundo»

    Al cumplirse los cuarenta años de la clausura del Concilio Vaticano II, ediciones HOAC publicó «Iglesia en el corazón del mundo», del profesor de Teología Moral en la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid), quien propone una relectura y una actualización de la Constitución sobre la Iglesia en el Mundo Actual, Gaudium et spes. El también autor de «Esta es nuestra fe. Teología para universitarios», ya un clásico con 18 ediciones, anima a seguir acogiendo y poniendo en práctica las intuiciones de los padres conciliares que consensuaron este fundamental y trascendente documento.

    - ¿Qué balance haría de la «recepción» de las decisiones tomadas en el Concilio Vaticano por el conjunto de la Iglesia?

    - Centrándonos en España, el Concilio Vaticano II supuso una auténtica revolución; sin duda, mucho mayor que en otros países occidentales porque las distancias entre el catolicismo y la modernidad eran también mucho mayores entre nosotros.

    A medida que se desarrollaba el Concilio veíamos con sorpresa que nuestros teólogos y nuestros propios obispos ocupaban un lugar realmente modesto, cuando no irrelevante, mientras se imponía un modelo de catolicismo que hasta entonces habíamos considerado peligroso: apertura al mundo moderno (Gaudium et spes), reconocimiento de la libertad religiosa en el ordenamiento civil (Dignitatis humanae), diálogo ecuménico con quienes habíamos considerado hasta entonces «enemigos de la Iglesia y de la patria» y que el Concilio llamaba ahora «hermanos separados» (Unitatis redintegratio), etc.

    Por eso fueron precisamente los cristianos que se creían más fieles quienes se encontraron profundamente desorientados en lo más íntimo de su conciencia de creyentes, apareciendo dramas íntimos cuya importancia difícilmente podremos exagerar. Sin embargo, superada la primera sorpresa, los católicos españoles acogimos bastante bien el Concilio.

    Como era de esperar, una renovación tan profunda como la que tuvo lugar en muy pocos años no podía dejar de producir fuertes tensiones que causaron una alarma general. La falta de memoria histórica nos impidió comprender que todos los postconcilios han producido convulsiones en la conciencia creyente y, al no saber relativizar nuestras dificultades, se apoderó de muchos la inseguridad y llegó la involución. En el caso español, la falta de raíces profundas de nuestra renovación contenía en germen las facilidades que habría de encontrar la futura involución.

    Dicen los sociólogos que después de una revolución viene siempre una contrarrevolución. La Iglesia no iba a ser la excepción. Pero dicen también los sociólogos que, tras la «contrarrevolución», las cosas nunca quedan como estaban antes de la «revolución».

    - ¿Qué elementos han sido insuficientemente tomados en cuenta y que elementos se han llevado a la exageración de la acción conciliar?

    - Sería imposible responder de modo exhaustivo a esa pregunta. Pienso, por ejemplo, que la colegialidad y la corresponsabilidad no se han desarrollado suficientemente, lo cual supone un grave obstáculo para el ecumenismo. Repensar el primado papal en el seno de la colegialidad episcopal, tal como insinuó Juan Pablo II en los números 95 y 96 de Ut unum sint, debería ser una tarea urgente. Entre los excesos me atrevo a mencionar un rechazo algo ingenuo de todo lo institucional y una importante secularización interna de la Iglesia.

    - El entonces cardenal Ratzinger, poco antes del Sínodo Extraordinario de 1985 que algunos quisieron entender como una enmienda al Vaticano II, había afirmado que los veinte años del postconcilio «han sido decididamente desfavorables para la Iglesia católica». ¿Cree que existe todavía la tentación de querer volver a la Iglesia preconciliar, más cerrada al mundo, pero con menos riesgos para los católicos?

    - Todavía es pronto para hacer balances, pero ciertamente el discurso a la Curia Romana con motivo de las felicitaciones navideñas tuvo poco que ver con las declaraciones de 1985. Dijo: «Cuarenta años después del Concilio, podemos detectar que lo positivo es mayor y más vivo de lo que podía parecer en la agitación de los años próximos a 1968. Hoy vemos que la buena semilla, aunque se desarrolla lentamente, crece, y con ella crece también nuestra profunda gratitud por la labor desempeñada por el Concilio».

    - Hay también algunos que proponen un Vaticano III para llevar las intuiciones más radicalmente revolucionarias hasta sus últimas consecuencias. ¿Lo considera usted necesario?

    - Me lo está poniendo usted muy difícil porque yo no soy eclesiólogo, sino profesor de Moral Social. Pero, como la ignorancia suele ser osada, le diré que más interesante que un concilio ecuménico me parecerían concilios regionales, porque en nuestros días cada ambiente cultural específico presenta un desafío propio para la Iglesia. Quizás si las asambleas especiales —es decir, por continentes— del Sínodo de los Obispos disfrutaran de más autonomía que hasta ahora, podrían dar respuesta a esas necesidades.

    - ¿Echa de menos en la Iglesia actual la actitud de consenso mantenida por la mayoría de los padres conciliares hacia la minoría, digamos, «resistente al cambio» y el deseo de dialogar con las realidades mundanas?

    - Empezaré observando que a lo mejor quienes frenan los cambios ya no son, como ocurría en los tiempos del Concilio, «la minoría», pero le aseguro que eso no influye en mi respuesta: Todo iría mucho mejor si, sean quienes fueren en cada momento las mayorías, se dejaran cuestionar seriamente por las minorías porque, como decía Lippmann, «donde todos piensan igual, nadie piensa mucho».

    - Benedicto XVI ha asegurado que los errores en la aplicación del Concilio Vaticano II se deben al equívoco de que se entendió en algunos sectores como una ruptura total con la tradición de la Iglesia. ¿Está de acuerdo con esta afirmación?, ¿cómo deben entenderse esas palabras del Papa?

    - ¿Quién podría no estar de acuerdo con ella? No obstante, yo la completaría diciendo que tan peligroso como ignorar la tradición anterior de la Iglesia es cerrar los ojos a las perspectivas nuevas ofrecidas por el Concilio. A menudo, en los documentos conciliares las afirmaciones novedosas defendidas por la mayoría de los padres aparecen matizadas por las enmiendas que logró introducir la minoría conservadora. Es verdad que algunos intérpretes, según fuera su mentalidad, han silenciado lo que no les convenía, y esto es inaceptable. Lo que necesitamos es una reflexión seria que integre en una nueva síntesis teológica lo que el Concilio únicamente supo yuxtaponer. Pero esa síntesis nunca debe olvidar que las precisiones introducidas por la minoría no representan la intención del Concilio tanto como las tesis defendidas por una mayoría casi siempre aplastante.

    - ¿Qué importancia cabe atribuir a la Constitución sobre la Iglesia en el Mundo Actual Gaudium et spes?, ¿Qué novedades en la historia de los Concilios introdujo?

    - La principal novedad, antes todavía que las enseñanzas concretas que contiene es su misma existencia: Por primera vez en los veinte siglos de cristianismo un concilio ecuménico se ha ocupado de temas como la política, la economía, etc.

    En el pasado fue frecuente centrarse en Dios como el único Absoluto, y devaluar la historia, el cosmos e incluso el hombre mismo. Yo invito a quienes tengan paciencia a echar un vistazo al famosísimo «Dictionnaire de Théologie Catholique», una enorme obra de 15 volúmenes publicada en París entre 1930 y 1950 que, según su director, «abarca, dentro de un plan uniforme y bajo sus diferentes aspectos, todas las cuestiones que interesan al teólogo». Allí es inútil buscar palabras como «mundo», «trabajo», «familia», «amistad», «paternidad», «maternidad», «ciencia», «técnica», «política», «economía», «alegría»... Las consecuencias de ese desinterés, como solía repetir Congar, fue que una Iglesia sin mundo dio origen a un mundo sin Iglesia.

    - ¿Qué frutos cabe atribuir al impulso contenido en la Gaudium et spes y que frutos cree que debería dar en el futuro?

    - Pienso que la Gaudium et spes fue un revulsivo que produjo en las distintas Iglesias locales reacciones también distintas en función de su problemática. Por poner únicamente un par de ejemplos, la recepción del Concilio que tuvo lugar en la Conferencia de Medellín en 1968 desató en toda América Latina un decidido compromiso liberador; la recepción en la España de Franco despertó en la Iglesia de nuestro país una clara opción por la democracia. Es de esperar que las relecturas que vayan haciendo en el futuro las Iglesias locales cada vez que deban afrontar nuevas problemáticas producirán desarrollos hasta hoy desconocidos.

    - En la Gaudium et spes la Iglesia reconoce que no tiene respuestas para todos y cada uno de los desafíos que la realidad actual plantea al hombre, aunque sí puede ofrecer su magisterio social como principios doctrinales para orientar a los cristianos a encontrar las respuesta más adecuadas. ¿Qué desafíos actuales exigen hoy una respuesta más clara desde la doctrina social de la Iglesia?

    - Como a mí se me dan muy mal las improvisaciones, enumeraré algunos de los temas que abordé hace cinco años en un libro titulado «Los cristianos del siglo XXI. Interrogantes y retos pastorales ante el tercer milenio»: la mundialización, el reto del capitalismo global, el reto de las grandes migraciones, el reto de la diversidad cultural, el reto del diálogo interreligioso, el reto de las investigaciones científico-tecnológicas de alto riesgo, etc., etc.

    - Dice usted en el libro: «Sin una praxis comprometida, los seductores modelos de Iglesia y sociedad que la Gaudium et spes nos ha mostrado serían como el asno de Rolando, adornado de todas las cualidades menos la de existir». ¿Qué actitudes y acciones de los cristianos pueden provocar que esa Iglesia y esa sociedad soñadas estén más cerca?

    - Lo más necesario en este momento es creer en la posibilidad de hacer algo. En los años del Concilio era fácil porque existían modelos alternativos de organización social. Hoy, por el contrario, sin utopías a la vista, se ha generalizado la receta de la felicidad postmoderna: «Tener trabajo y hacerte el tonto». Así no vamos a ninguna parte. Mientras surgen nuevos modelos alternativos de organización social, debemos luchar por reformas parciales, como la condonación de la deuda externa o el salario ciudadano. Lo importante es comenzar a hacer algo, por insignificante que parezca. El Evangelio nos invita a sembrar una semilla aunque sea tan pequeña como un grano de mostaza (Mt 13, 31-32).

    Yo creo que es posible enrolar nuevamente a la gente en proyectos de emoción colectiva a partir de reformas parciales. Quien lo logre conseguirá de paso un liderazgo indiscutible. La Gaudium et spes dice que «el porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar» (n. 31 c).

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Luis González-Carvajal, autor de «Iglesia en el corazón del mundo»

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