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Jaen | Hasta mañana en el altar, Pepe Soler

Iglesia, Mundo obrero y del trabajo

Jaen | Hasta mañana en el altar, Pepe Soler

05 agosto 2020

La HOAC de Jaén recuerda, tras su partida de este mundo, la vida de Pepe Soler, marcada por su encuentro con Guillermo Rovirosa, impulsor y primer militante de este movimiento especializado de Acción Católica.

Pepe Soler militó de forma activa en el movimiento obrero de Linares en la década de los años 50 y 60. Más tarde, en 2000, volvió a incorporarse a la militancia activa en un equipo de militantes de la HOAC de Linares, hasta que el cuidado de su esposa enferma le impidió seguir participando en las reuniones de equipo y asambleas.

Siempre aportó una espiritualidad y una mística auténticamente obrera y cristiana. Fue padre de siete hijos y a sus 94 años nos dejó para ir a los brazos del Padre el 26 de julio.

Pepe arrancó su militancia a partir de la participación en un Cursillo Apostólico impartido el año 1956 en Baeza por Guillermo Rovirosa, siendo para él una experiencia que marcaría toda su vida.

A propósito de las afirmaciones sobre la desaparición de la clase obrera, defendía la existencia de los y las obreras y de los pobres. Para eso, con mucha coherencia de vida, argumentaba que ahora había que redescubrir esa clase obrera.

“Por eso necesitamos despertar esa solidaridad, ahora más que nunca, para buscar soluciones aportando cada uno según sus capacidades y mostrando nuestra disposición hacia los que han quedado al margen. Debemos colaborar al cambio de mentalidad y ayudarles por todos los medios a empezar algo nuevo en dónde no se vuelvan a repetir estas circunstancias inhumanas nunca más. Ellos son Cristo, un obrero pobre que existe y que nos llama a despertar nuestra conciencia cristiana y fraternal”.

Sobre la crisis del 2008, decía: “las crisis llegan cuando les interesan a los grandes capitalistas, que son los que sacarán tajada de ella, los muy ricos siguen especulando, gran parte de la clase media se ve en riesgo de tener que llevar una vida más austera, los pobres de “pan llevar”, se han convertido en pobres de “pan pedir”, y aún, no sabemos cómo ni cuándo podremos salir de ella. Ante esta situación, los cristianos tenemos que interpelarnos: ¿Qué actitud debemos tener ante esta situación, de grave necesidad para muchos, que se ha presentado ante nosotros?¿Cómo debemos crecer en comunión de vida, de bienes y de acción para llegar a los trabajadores pobres? ¿Cuál es nuestra capacidad de sacrifico para que ellos, que son Cristos, vivan y vivan en abundancia?”

Estas intervenciones y muchas otras provocaban un silencio, reflejo de la escucha de aquellos que queríamos seguir su ejemplo de obrero, de militante y de cristiano.

Su existencia, gastada en favor de la Iglesia y del mundo obrero y del trabajo, es un regalo para la diócesis de Jaén que lamenta hoy su pérdida y se alegra de la vida vivida, expresión de las luchas y las conquistas de la clase obrera en Linares y de la transformación de una Iglesia pobre para los pobres del mundo del trabajo.

Hasta mañana en el altar, Pepe.

HOAC Jaén

Somos Tribu Vk: Una experiencia de apoyo vecinal

Mundo obrero y del trabajo

Somos Tribu Vk: Una experiencia de apoyo vecinal

03 agosto 2020

Francisco Martínez, militante de la HOAC de Madrid, comparte su experiencia como miembro de Somos Tribu Vallekas, una de las muchas iniciativas vecinales de alivio del confinamiento impuesto para combatir la COVID-19*.

En  marzo, al declararse el estado de emergencia, y por tanto, el confinamiento, un grupo de jóvenes de Vallecas (Madrid) comenzaron a poner carteles en portales, mercados, tiendas del barrio, supermercados y farmacias con un teléfono de contacto, ofreciéndose a hacer la compra, adquirir medicamentos, pasear a las mascotas…

Conforme pasaron los días, llegaron solicitudes de alimentos, sobre todo, de las familias en la economía informal (chapuzas, cuidados, mercados ambulantes), las empresas cerradas y los servicios sociales cerrados y colapsados.

Se puso en marcha una red de apoyo mutuo, se conectó con los centros de salud, servicios sociales, asociaciones vecinas y centros sociales del barrio, que pusieron a disposición sus locales y números de cuenta bancarios para la recogida de donaciones en metálico.

Se crearon cinco despensas autogestionadas, distribuyéndose en zonas o tribus, coordinadas entre sí. A partir de este momento se crearon comisiones de trabajo con voluntarios y voluntarias:

• Acogida: Para contactar con las familias que necesitan ayuda, acompañamiento y valoración de su situación.

• Donaciones, compras y transporte: Gestionan donaciones, hacer compras en las tiendas del barrio y transporte de los mismos a las despensas.

• Despensa: Colocan y preparan cestas para las familias y reparto a las familias en el periodo de confinamiento.

• Información y recogida de alimentos no perecederos en las puertas de los supermercados del barrio.

• Red de apoyo laboral ante despidos, ERTE, ingreso mínimo vital.

• Red de apoyo psicológico telefónico.

Red de acompañamiento emocional a mujeres víctimas de violencia de género.

Comisión de comunicación y difusión en las redes.

Empezaron a llegar donaciones de productos perecederos de Mercamadrid, carnicerías, pollerías, pescaderías, empresas de lácteos, trabajadores del metro (bolsa metrera), peña rayista y otras entidades, que se compartían con las demás despensas de Villa de Vallecas, Carabanchel, Latina, Lavapiés , Cañada Real y comedores sociales.

Las asociaciones vecinales concertaron unas reuniones con el concejal presidente del distrito para reclamar más recursos para los servicios sociales y la incorporación a su red de unas 1921 familias, siendo el 30% de las familias atendidas por la red vecinal, por no reunir los requisitos exigidos por ser inmigrantes sin documentación o personas no empadronadas en el distrito.

Las entidades del barrio (partidos políticos, sindicatos, plataformas de educación sanidad, pensionistas, de cuidados y demás entidades del barrio, se conformaron en asamblea para convocar una manifestación en defensa de lo público y el incremento de los recursos para la emergencia alimentaria, sanitaria, de educación, de cuidados y de las residencia de mayores.

Terminado el confinamiento, en las cinco despensas de Somos Tribu se van realizando asambleas y diálogos con las familias para que colaboren en las distintas comisiones, aportando sus opiniones y habilidades para conseguir el funcionamiento autogestionado y el apoyo mutuo.

En este proyecto, se procura poner en el centro de la actividad a las personas más desfavorecidas para que sean las verdaderas protagonistas. Se ha logrado la confluencia de personas y entidades de distintas tendencias ideológicas, religiosas y de concepciones del mundo diferentes. Hemos puesto en valor la solidaridad, el apoyo mutuo y la justicia social. Así otro mundo es posible.

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* En medio de la pandemia han aflorado también redes espontáneas de solidaridad vecinal que han aliviado algo el total desamparo al que ha sido sometida la enorme población vulnerable de los barrios castigados. Algunas de ellas están recogidas en la sección Experiencias de Noticias Obreras de junio de 2020.

 

#TambienEsTrata | Las adoratrices llaman la atención sobre las víctimas invisibilizadas

Iglesia, Mundo obrero y del trabajo

#TambienEsTrata | Las adoratrices llaman la atención sobre las víctimas invisibilizadas

30 julio 2020

Proyecto ESPERANZA y SICAR cat, delegaciones de Adoratrices especializadas en trata, demandan la adecuada aplicación del artículo 177 bis del Código Penal en nuestro país para garantizar los derechos humanos, también, de las víctimas invisibilizadas del tráfico de personas.

“A pesar de los importantes progresos en los últimos 20 años, las políticas públicas adoptadas en España para luchar contra la trata contienen graves limitaciones que dificultan el acceso a derechos de aquellas mujeres que han sido tratadas con fines de explotación infradetectados e invisibilizados”, comenta con motivo del Día Mundial contra la Trata, Rosa María Cendón, Coordinadora de Relaciones Institucionales e Incidencia de SICAR cat.

El Grupo de Expertos sobre Lucha contra la Trata de Seres Humanos (GRETA) del Consejo de Europa  ha solicitado en numerosas ocasiones a las autoridades españolas que garanticen que la acción contra la trata de personas es integral y se dirige a todas las víctimas de la trata para todos los fines de explotación, teniendo en cuenta la dimensión de género de la trata y la vulnerabilidad particular de los niños y niñas.

En la misma línea, el reciente informe TIP Report 2020 de Estados Unidos indica que en España, a pesar de los esfuerzos, persisten lagunas en la identificación de aquellas víctimas de trata con fines de explotación más invisibilizados.

La acción contra el tráfico de personas en España resulta a menudo poco eficaz para detectar la trata con fines de explotación en trabajos o servicios forzados en el empleo del hogar, trata con fines de criminalidad forzada y trata para matrimonios forzados.

Por eso, la campaña #TambienEsTrata, impulsada por Proyecto ESPERANZA y SICAR cat, aspira a sensibilizar a la sociedad y ofrecer formación a agentes clave de los sectores públicos y privados con la elaboración de recomendaciones y propuestas de mejora en la atención a todas las víctimas de este deleznable crimen contra las personas.

Para Marta González, coordinadora de Sensibilización de Proyecto ESPERANZA, “las consecuencias de estos delitos sobre sus víctimas son profundas y alcanzan todos los ámbitos de su persona y, por tanto, necesitan una atención integral que les permita retomar el control sobre sus propias vidas. Es fundamental, pues, que estos otros fines de explotación sean reconocidos por los actores clave, y que su capacidad para detectarlos sea fortalecida. Vemos necesaria también la creación de alianzas intersectoriales que favorezcan la detección de casos para derivarlos a servicios especializados como los nuestros”.

Según el último informe disponible (2018) de UNODC, “las víctimas de la trata de personas con fines de explotación sexual constituyeron el 59% de las víctimas detectadas en 2016. Una víctima de cada tres detectadas fue tratada para trabajos forzados, y el 7% de las víctimas detectadas fueron víctimas de trata con otros fines de explotación”.

Por su parte, según el balance 2014-2018 del Ministerio del Interior a través del  CITCO, las niñas representaron el 100% de los casos de trata con fines de matrimonio forzado, mientras que el  24% de las víctimas de trata con fines de trabajo forzado, y el 72% de víctimas de trata con fines de criminalidad forzada, fueron mujeres y niñas.

https://twitter.com/ProyecEsperanza/status/1288732320678252546

En Twitter #Tambiénestrata #FindelaTrata #TratadePersonas #noalaTrata

Trabajadora de Servicarne: «Me he dado cuenta de la importancia de defender los derechos»

Colaboraciones

Trabajadora de Servicarne: «Me he dado cuenta de la importancia de defender los derechos»

29 julio 2020

Elena Moreno | Periodista

Leonor García es una de las 30 trabajadoras de la empresa Servicarne de Almazora (Castellón) que desde hace más de dos años han estado luchando para que se les reconozcan sus derechos.

Iniciaron una huelga indefinida para reclamar que se les reconociese como «falsos autónomos», tal y como dictaminó una inspección de trabajo. Como delegada sindical de CNT, reconoce que ha sido una experiencia «agotadora y estresante», pero también una de las más importantes en su vida.

¿Desde cuándo estás trabajando en esta empresa?

Empecé a trabajar en Servicarne en 2012, nada más llegar a la provincia de Castellón, y aunque le llamó la atención que me obligaran a hacerme autónoma para poder trabajar allí, acepté las condiciones porque necesitaba trabajar. Las condiciones de trabajo eran muy duras: trabajábamos hasta 18 y 20 horas, no cobrábamos horas extra, el mes de vacaciones no lo cobrábamos… Las primeras semanas recuerdo que llegaba a casa tan cansada que no salía casi ni de la cama, me dolía todo el cuerpo. Pero era joven, tenía 25 años, y la verdad es que en esos tiempos se estaba cobrando bien y podíamos ganar unos 1.800 euros al mes, pero a costa de estar explotados.

¿Por qué iniciasteis las protestas?

A raíz de una inspección de trabajo en noviembre de 2017, se determinó que éramos falsos autónomos y que nos tenía que contratar la empresa principal, Productos Florida. De hecho, el inspector nos dio de alta en la seguridad social de esta empresa; pero esta no nos reconocía. Fue entonces cuando decidimos unirnos los trabajadores e iniciar algunas acciones. Así que nos apuntamos todos al sindicato, y en marzo de 2018 hicimos una primera huelga de cuatro días. Luego seguimos con manifestaciones delante de la puerta dos días por semana.

Fue entonces cuando empezaron a ponérnoslo muy difícil en el trabajo, con la finalidad de que nos fuéramos voluntariamente: primero, quitándonos secciones; luego, recortándonos el sueldo, las horas, los días… Hasta que llegó un mes que no ganamos ni para poder pagar el autónomo. Entonces dijimos: basta.

Y decidisteis convocar una huelga indefinida…

Sí, aunque nos arriesgábamos a perder nuestro trabajo (como así ha sido), el pasado 25 de febrero convocamos una huelga indefinida y plantamos un campamento frente a las puertas de la empresa. Incluso cinco compañeros se pusieron en huelga de hambre, a ver si así se dignaban a hablar con nosotros. Queríamos denunciar que somos falsos autónomos, como dijo la inspección, y que se nos reconocieran todos nuestros derechos.

Al final, el 13 de marzo nos vimos obligados a levantar el campamento por fuerza mayor, porque se decretó el estado de alarma, pero continuamos desde nuestras casas. Cuando pasamos a la fase 1, desconvocamos la huelga e intentamos ir a trabajar con normalidad, pero no nos dejaron. Así que hemos denunciado a la empresa por despido nulo, por vulneración del derecho a huelga y hemos pedido al inspector que nos dé de baja en Productos Florida, para que podamos seguir con nuestras vidas.

¿Cuántos trabajadores habéis seguido la huelga?

En total, en la empresa éramos 60 trabajadores, pero solo 30 secundamos la huelga. El resto (la mitad de la plantilla) están de baja laboral, muchos de ellos por depresión. En estos momentos, en la empresa solo quedan registrados 30 trabajadores porque están de baja laboral.

¿Y cómo se puede sobrellevar económicamente esta situación tanto tiempo?

El último ingreso que tuvimos fue en febrero, trabajamos solo una semana y media, y yo por ejemplo cobré 140 euros de todo el mes. Otros tienen familia, hipoteca, tienen pocos recursos o son mujeres solas con hijos que mantener… En mi caso, lo he podido aguantar bien porque me ha pillado en un buen momento personal. Aún así, me vi obligada a pedir una ayuda para alimentos al ayuntamiento. Como estaba dada de alta en los dos regímenes (como autónoma y en el régimen general), era como si tuviera dos trabajos; pero la trabajadora social conocía la situación de nuestra empresa y que estábamos en huelga y me pudo tramitar una ayuda de 180 euros, con lo que voy tirando.

Por otra parte, durante la huelga abrimos una caja de resistencia y poder continuar en huelga. Nos ayudaron desde los servicios sociales municipales, Cáritas, la Cruz Roja, la HOAC, gente de la calle que colaboraban con dinero o comida… También empresas de la zona, hemos podido seguir con la huelga tanto tiempo, a veces incluso con más ganas al ver que había tanta gente apoyándonos.

¿Crees que ha habido suficiente unidad entre los trabajadores?

Sí, ha habido unidad, aunque no todos han participado de la misma manera. De los 30 trabajadores que nos pusimos en huelga, solo unos 10 o 12 nos hemos implicado de verdad. Siempre hay gente que solo viene un rato o que se queda en casa, y no te puedes enfadar porque cada uno tiene sus circunstancias. Aún así, lo importante es que continuáramos todos hasta el final.

¿Qué es lo que más destacas en positivo de todo este proceso que habéis vivido?

Personalmente, con todo este proceso he aprendido mucho sobre legislación laboral, sindicatos, relaciones laborales… Antes de ser delegada sindical no sabía nada de todo esto, hacía lo que me decían y punto. Me he dado cuenta de la importancia de defender nuestros derechos, porque si no lo hacemos nosotros, los trabajadores, nunca cambiará nada. No podemos esperar a que los gobiernos o los empresarios cambien las cosas. Somos nosotros mismos, con la ayuda de los sindicatos, los que debemos luchar para mejorar la situación, y si hay algo que no está bien, denunciarlo. Al principio tienes miedo de empezar estas luchas, pero luego ves que, con la ley en la mano, no pueden hacerte nada.

También he aprendido a tener paciencia y la importancia de apoyarnos unos a otros. Creo que después de esta experiencia soy una mujer más fuerte y segura. Nunca me hubiera imaginado que llegaría a verme involucrada en algo así y haber hecho todo esto.

Y ahora, ¿cómo ves tu futuro?

Por el momento, necesito descansar un poco. Ha sido una experiencia muy agotadora y estresante, física y mentalmente, y prefiero recuperar fuerzas antes de volver a trabajar. ¡Llevaba años sin poder ver la playa, solo por la noche, cuando salía de trabajar! Tampoco hemos disfrutado de un verano de vacaciones desde hace años, y casi no veíamos ni a la familia. Así que me gustaría descansar estos meses antes de intentar encontrar de nuevo trabajo y recuperar mi vida.

 

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Burgos | Concentración de solidaridad con las víctimas de accidentes de trabajo

Mundo obrero y del trabajo

Burgos | Concentración de solidaridad con las víctimas de accidentes de trabajo

28 julio 2020

El próximo jueves 30 de julio a las 20:30h en la plaza del Cid, junto al Teatro Principal de Burgos, la HOAC diocesana convoca un acto de solidaridad y de recuerdo con los últimos trabajadores y trabajadoras fallecidas en accidente laboral. 

La concentración además pretende llamar la atención de instituciones públicas, empresas y sociedad en general sobre la gravedad de esta realidad en cuya erradicación debe implicarse las instituciones y el conjunto de la sociedad. La HOAC diocesana denuncia “la sangría que supone la siniestralidad laboral” de los estos últimos meses, con la pérdida de vidas humanas mientras realizaban su trabajo: un trabajador de 49, vecino de Miranda de Ebro, al quedar atrapado por una máquina en la planta que Weber, dedicada al sector de la construcción. Mladen Hristov Mihaylov, de 52 años, operario de una grúa, falleció tras ser atropellado por un camión mientras atendía una avería en la AP-1. También se recordará a otro trabajador de 60 años recientemente fallecido a consecuencia de un infarto mientras realizaba su actividad laboral en la subestación eléctrica de Avellanosa del Páramo. Y a María Yolanda Hernando, auxiliar de enfermería del Hospital de Fuente Bermeja, de 60 años, víctima de la COVID-19.

Este movimiento diocesano de trabajadoras y trabajadores cristianos, con el desarrollo de la campaña “Trabajo digno para una sociedad decente”, reafirma su compromiso en la lucha por unas condiciones de trabajo dignas y por la defensa de la salud laboral. Según indican en su comunicado, “nadie, absolutamente nadie, debería perder la vida por trabajar. Algunas de las causas que están detrás de los accidentes laborales son la falta de control en las medidas de seguridad, la escasa formación, el empleo precario, la subcontratación o la economía sumergida. Estas circunstancias se acentúan con la actual crisis”.

No es inevitable

“La siniestralidad laboral genera un enorme sufrimiento a trabajadores y familias. No es mala suerte. No es inevitable. El trabajo debe ser un lugar donde, además de ganarnos un sueldo para vivir, podamos desarrollar nuestras capacidades y ponerlas al servicio del bien común. NO un sitio donde enfermar o incluso morir. Por todo ello reivindicamos alto y claro:
•  Mejores condiciones laborales y mayor seguridad en los trabajos.
• Implicación más activa de las instituciones para controlar el cumplimiento de la ley.
• Mayor conciencia y sensibilidad social y empresarial.
• Y que todos los trabajadores no nos resignemos ante la siniestralidad laboral.

El trabajo es para la vida. ¡Ni un muerto más! No a la siniestralidad laboral. Si todos ponemos los medios necesarios crecerá la esperanza. Queremos recordar a todos los trabajadores fallecidos por accidentes y enfermedades laborales, y dar nuestro apoyo a sus familias. Por todo ello guardamos un minuto de silencio”.

Un poscongreso para un tiempo de crisis

Iglesia

Un poscongreso para un tiempo de crisis

24 julio 2020

Isaac Martín | Delegado de Apostolado Seglar de Toledo

En abril de 2018 se tomaba la decisión por parte de la Conferencia Episcopal Española de organizar en febrero de 2020 un Congreso de Laicos con el objetivo de potenciar la vocación y misión de quienes somos la inmensa mayoría del Pueblo de Dios.

Solo estos dos extremos –fecha y tema– estaban cerrados; todo lo demás dependía del trabajo en diócesis, parroquias, asociaciones y movimientos. Cuando, en junio de ese mismo año, se presentó la iniciativa en un encuentro extraordinario organizado por la entonces denominada Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, ni en nuestras más optimistas ilusiones alcanzamos a vislumbrar la experiencia de comunión que iba a significar el proceso que estábamos empezando a impulsar ni el impacto que, en sentido positivo, iba a tener en la acción pastoral de la Iglesia a nivel nacional y en nuestras respectivas comunidades de referencia. Tampoco podíamos imaginar que, apenas unos días después de la celebración del Congreso, se declararía una pandemia a nivel mundial que ha convulsionado nuestro modo de vida y nos ha mantenido encerrados en nuestras casas, ha traído consigo cientos de miles de muertos, especialmente entre los más vulnerables, y ha provocado una crisis social y económica sin precedentes cuyas consecuencias no pueden preverse aún.

Con este doble contexto, es claro que lo vivido y planteado en el Congreso de Laicos ha de seguir su camino y llevarse a término, en continuidad con lo planificado y construido comunitariamente; pero no lo es menos que ello no puede hacerse obviando la situación actual generada por la COVID-19 y sus efectos sobre todo y todos.

En la primera semana de marzo, la Plenaria de la Conferencia Episcopal aprobaba el documento presentado por la Comisión Ejecutiva del Congreso en el que, recogiendo el sentir de los participantes en el mismo, se contenían, en esencia, tres propuestas: iniciar la fase poscongresual desde la centralidad de los cuatro itinerarios que habían marcado el proceso y mantener las claves de la sinodalidad y el discernimiento que lo habían guiado como ejes de nuestras acciones pastorales; elaborar un nuevo documento sobre el laicado en España; y articular la celebración de un encuentro trienal, a nivel nacional, pero preparado previamente a nivel diocesano y de asociación-movimiento, para profundizar en los retos planteados.

Se había trabajado mucho y muy bien durante los meses previos; el Congreso fue una auténtica experiencia de comunión eclesial y un impulso en la vida de fe para quienes participamos en él. Pero todo ello carecería de sentido si no se concreta en un camino claro que recorrer en los próximos años sobre la base de las aportaciones de los congresistas.

Ese camino está simplemente trazado en sus grandes líneas, pero hay que marcarlo con precisión. Esa es la finalidad del trabajo que se está haciendo en estos momentos, por parte de un equipo creado en el seno de la Comisión para los Laicos, Familia y Vida de la Conferencia Episcopal, de análisis exhaustivo y síntesis de las aportaciones que se formularon en los grupos de reflexión de las distintas líneas temáticas que conformaron los cuatro itinerarios. No podía ser de otro modo, en coherencia con la sinodalidad que ha conducido todo el proceso.

Pero no nos olvidamos de la otra clave: el discernimiento. Por esta razón, junto con la labor de síntesis, se llevará a cabo en las próximas semanas un ejercicio de relectura de esas aportaciones a la luz del momento actual, pues habrán de ser aplicadas en los escenarios que se abren como consecuencia de esta crisis que estamos viviendo. Ciertamente, los nuevos signos de los tiempos obligan a ello.

La labor de síntesis, acompañada de esta reflexión sobre el momento actual, permitirá elaborar un documento que constituirá la base del poscongreso y que será objeto de valoración por parte de los delegados de Apostolado Seglar y de los presidentes de movimientos y asociaciones en un encuentro previsto para el próximo mes de octubre. A partir de ahí, todo está por hacer, como ocurrió en las fases anteriores. La articulación de iniciativas depende de nosotros. Tenemos como referencia el Instrumentum Laboris, las ponencias del Congreso y las aportaciones de los participantes en el mismo; hemos identificado entre todos actitudes que tenemos que cambiar, procesos que hemos de activar y proyectos que debemos proponer. Pero falta integrar unas y otros en nuestras concretas comunidades de referencia. Y ello requiere la implicación de todos.

Nuestros obispos expresaron unánimemente su firme deseo de continuar este camino, mano a mano con sus fieles; en particular, la Comisión para los Laicos, Familia y Vida ha iniciado su mandato con esta encomienda como tarea principal; los delegados de Apostolado Seglar, en colaboración con otras Delegaciones y Secretariados –porque el proceso abierto con motivo del Congreso de Laicos excede este ámbito competencial y afecta a otros–, junto con los presidentes de movimientos y asociaciones, tenemos la tarea de promover las propuestas planteadas en nuestros concretos ámbitos de acción; los congresistas, en tanto que enviados por sus comunidades de referencia, asumieron el mandato de llevar lo vivido a sus hermanos en la fe. En última instancia, todos, como miembros de la Iglesia, Pueblo de Dios, estamos concernidos por lo que el Espíritu ha promovido y bendecido a través de este proceso.

Se avecinan tiempos convulsos, ciertamente, pero también apasionantes. No puede ser de otro modo para quienes hemos entendido que Dios mismo ha querido que seamos nosotros quienes protagonicemos este concreto momento de la Historia. No podemos fallar, porque es mucho lo que está en juego: a nivel personal, nuestra propia santidad, que no hemos de ver como una llamada reservada a unos cuantos privilegiados, sino como un objetivo de vida de todo bautizado, que se concreta en buscar la voluntad de Dios en todas las facetas de nuestra existencia; a nivel comunitario, nuestro ser Iglesia, una Iglesia al servicio de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, que anuncia a Jesucristo y denuncia las injusticias, que alienta y acompaña, que integra y tiende puentes, que imprime su huella en la sociedad para mejorarla.

En definitiva, lo vivido en el Congreso nos ha mostrado el horizonte, que ha de abarcar igualmente este tiempo de crisis. Nos corresponde a nosotros hacerlo realidad.

 

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COVID-19 | La comunidad humana en tiempos de pandemia

Iglesia

COVID-19 | La comunidad humana en tiempos de pandemia

22 julio 2020

Se titula Humana communitas en la era de la pandemia. Consideraciones intempestivas sobre el renacimiento de la vida y es el segundo documento -el primero, Pandemia y fraternidad universal – Nota sobre la emergencia Covid-19 (30 de marzo de 2020)- que la Academia Pontificia para la Vida dedica a las consecuencias de la crisis sanitaria mundial y su interpretación.

Su precedente hay que situarlo en la carta del papa Francisco Humana communitas (La comunidad humana) enviada a la Academia, el día de Reyes de 2019, con motivo del 25 aniversario de su fundación. En aquella misiva, el Papa les pedía que reflexionaran sobre las relaciones que unen a la comunidad humana y generan valores, objetivos, reciprocidad compartidos. «Esta pandemia hace que la doble conciencia sea extraordinariamente aguda. Por un lado, nos muestra cómo todos somos interdependientes: lo que sucede en algún lugar de la tierra, ahora, involucra al mundo. Por otro lado, acentúa las desigualdades: todos estamos en la misma tormenta, pero no en el mismo barco. Aquellos con barcos más frágiles se hunden más fácilmente. La ética de la vida se globaliza: ¿trataremos de salvarnos alejándonos cada vez más, o la vulnerabilidad común nos hará más humanos? Debemos responder a esta pregunta y debemos hacerlo ahora: ¿el ser humano sigue siendo una responsabilidad común?», señala Vincenzo Paglia, presidente de la Academia Pontificia para la Vida.

«En el sufrimiento y la muerte de tantos, hemos aprendido la lección de la fragilidad», se lee en el texto. El documento subraya la importancia de un cambio de ritmo: se necesitan esfuerzos globales y una cooperación internacional decidida para enfrentar el desafío de un futuro más proporcionado y justo, cuyas palabras clave sean una mejor atención médica para todos y vacunas. «Sin embargo, no hemos prestado suficiente atención, especialmente a nivel mundial, a la interdependencia humana y a la vulnerabilidad común. Si bien el virus no reconoce fronteras, los países han sellado sus fronteras. A diferencia de otros desastres, la pandemia no afecta a todos los países al mismo tiempo. Aunque esto podría ofrecer la oportunidad de aprender de las experiencias y políticas de otros países, los procesos de aprendizaje a nivel mundial fueron mínimos. De hecho, algunos países han entablado a veces un cínico juego de culpas recíprocas».

A continuación, el texto íntegro:

Humana communitas en la era de la pandemia.
Consideraciones intempestivas
sobre el renacimiento de la vida

El Covid-19 ha traído tanta desolación al mundo. Lo hemos vivido durante mucho tiempo, todavía estamos en ello, y aún no ha terminado. Puede que se acabe ya pronto. ¿Qué hacer con ello? Seguramente, estamos llamados a tener valor para resistir. La búsqueda de una vacuna y de una explicación científica completa de lo que desencadenó la catástrofe habla de ello. ¿También estamos llamados a una mayor conciencia? Si es así, ¿cómo ésta evitará que caigamos en la inercia de la complacencia, o peor aún, en la connivencia de la resignación? ¿Existe un “paso atrás” reflexivo que no sea la inacción, un pensamiento que pueda mutarse en agradecimiento por la vida recibida, por lo tanto, un pasaje para el renacimiento de la vida?

Covid-19 es el nombre de una crisis global (pan-démica) con diferentes facetas y manifestaciones, por supuesto, pero con una realidad común. Nos hemos dado cuenta, como nunca antes, de que esta extraña situación, pronosticada desde hace tiempo, pero nunca abordada en serio, nos ha unido a todos. Como tantos procesos en nuestro mundo contemporáneo, el Covid-19 es la manifestación más reciente de la globalización. Desde una perspectiva puramente empírica, la globalización ha aportado muchos beneficios a la humanidad: ha difundido los conocimientos científicos, las tecnologías médicas y las prácticas sanitarias, todos ellos potencialmente disponibles en beneficio de todos. Al mismo tiempo, con el Covid-19, nos hemos encontrado vinculados de manera diferente, compartiendo una experiencia común de contingencia (cum-tangere): como nadie se ha podido librar de ella, la pandemia nos ha hecho a todos igualmente vulnerables, todos igualmente expuestos (cfr. Pontificia Academia para la Vida, Pandemia y fraternidad universal, 30 de marzo 2020).

Esta toma de conciencia se ha cobrado un precio muy alto. ¿Qué lecciones hemos aprendido? Más aún, ¿qué conversión de pensamiento y acción estamos dispuestos a experimentar en nuestra responsabilidad común por la familia humana? (Francisco, Humana Communitas, 6 de enero 2019).

1. La dura realidad de las lecciones aprendidas

La pandemia nos ha mostrado el desolador espectáculo de calles vacías y ciudades fantasmagóricas, de la cercanía humana herida, del distanciamiento físico. Nos ha privado de la exuberancia de los abrazos, la amabilidad de los apretones de manos, el afecto de los besos, y ha convertido las relaciones en interacciones temerosas entre extraños, un intercambio neutral de individualidades sin rostro envueltas en el anonimato de los equipos de protección. Las limitaciones de los contactos sociales son aterradoras; pueden conducir a situaciones de aislamiento, desesperación, ira y abuso. En el caso de las personas de edad avanzada, en las últimas etapas de la vida, el sufrimiento ha sido aún más pronunciado, ya que a la angustia física se suma la disminución de la calidad de vida y la falta de visitas de familiares y amigos.

1.1. Vida tomada, vida dada: la lección de la fragilidad

Las metáforas predominantes que ahora invaden nuestro lenguaje ordinario enfatizan la hostilidad y un sentido penetrante de amenaza: los repetidos estímulos para “combatir” el virus, los comunicados de prensa que suenan como “partes de guerra”, las informaciones diarias del número de infectados, que pronto se convierten en “víctimas caídas”.

En el sufrimiento y la muerte de tantos, hemos aprendido la lección de la fragilidad. En muchos países, los hospitales siguen luchando, recibiendo demandas abrumadoras, enfrentando la agonía del racionamiento de recursos y el agotamiento del personal sanitario. La inmensa e indecible miseria, y la lucha por las necesidades básicas de supervivencia, ha puesto en evidencia la condición de los prisioneros, los que viven en la extrema pobreza al margen de la sociedad, especialmente en los países en desarrollo, los abandonados destinados al olvido en los campos de refugiados del infierno.

Hemos sido testigos del rostro más trágico de la muerte: algunos experimentan la soledad de la separación tanto física como espiritual de todo el mundo, dejando a sus familias impotentes, incapaces de decirles adiós, sin ni siquiera poder proporcionar los actos de piedad básica como por ejemplo un entierro adecuado. Hemos visto la vida llegar a su fin, sin tener en cuenta la edad, el estatus social o las condiciones de salud.

Sin embargo, todos somos “frágiles”: radicalmente marcados por la experiencia de la finitud en la esencia de nuestra existencia, no solo de manera ocasional. Hemos sido visitados por el suave toque de una presencia pasajera, pero esta nos ha dejado igual, no nos hemos inmutado, confiando en que todo continuará según lo previsto. Salimos de una noche de orígenes misteriosos: llamados a ir más allá de la elección, llegamos pronto a la presunción y a la queja, apropiándonos de lo que solamente nos ha sido confiado. Demasiado tarde aprendemos el consentimiento a la oscuridad de la que venimos, y a la que finalmente volvemos.

Algunos dicen que todo esto es un cuento absurdo, porque todo se queda en nada. Pero, ¿cómo podría ser esta nada la última palabra? Si es así, ¿por qué la lucha? ¿Por qué nos animamos unos a otros a la esperanza de días mejores, cuando todo lo que estamos experimentando en esta pandemia haya terminado?

La vida va y viene, dice el guardián de la prudencia cínica. Sin embargo, su ascenso y descenso, ahora más evidente por la fragilidad de nuestra condición humana, podría abrirnos a una sabiduría diferente, a una realización diferente (cfr. Sal. 8). Porque la dolorosa evidencia de la fragilidad de la vida puede también renovar nuestra conciencia de su naturaleza dada. Volviendo a la vida, después de saborear el fruto ambivalente de su contingencia, ¿no seremos más sabios? ¿No seremos más agradecidos, menos arrogantes?

 1.2. El sueño imposible de la autonomía y la lección de la finitud

Con la pandemia, nuestros reclamos de autodeterminación autónoma y control han llegado a un punto muerto, un momento de crisis que provoca un discernimiento más profundo. Tenía que suceder, tarde o temprano, porque el hechizo ya había durado bastante.

La epidemia del Covid-19 tiene mucho que ver con nuestra depredación de la tierra y el despojo de su valor intrínseco. Es un síntoma del malestar de nuestra tierra y de nuestra falta de atención; más aún, un signo de nuestro propio malestar espiritual (Laudato si’, n. 119). ¿Seremos capaces de colmar el foso que nos ha separado de nuestro mundo natural, convirtiendo con demasiada frecuencia nuestras subjetividades asertivas en una amenaza para la creación, una amenaza para los demás?

Consideremos la cadena de conexiones que unen los siguientes fenómenos: la creciente deforestación empuja a los animales salvajes a aproximarse del hábitat humano. Los virus alojados en los animales, entonces, se transmiten a los humanos, exacerbando así la realidad de la zoonosis, un fenómeno bien conocido por los científicos como vehículo de muchas enfermedades. La exagerada demanda de carne en los países del primer mundo da lugar a enormes complejos industriales de cría y explotación de animales. Es fácil ver cómo estas interacciones pueden, en última instancia, ocasionar la propagación de un virus a través del transporte internacional, la movilidad masiva de personas, los viajes de negocios, el turismo, etc.

El fenómeno del Covid-19 no es solo el resultado de acontecimientos naturales. Lo que ocurre en la naturaleza es ya el resultado de una compleja intermediación con el mundo humano de las opciones económicas y los modelos de desarrollo, a su vez “infectados” con un “virus” diferente de nuestra propia creación: es el resultado, más que la causa, de la avaricia financiera, la autocomplacencia de los estilos de vida definidos por la indulgencia del consumo y el exceso. Hemos construido para nosotros mismos un ethos de prevaricación y desprecio por lo que se nos da, en la promesa elemental de la creación. Por eso estamos llamados a reconsiderar nuestra relación con el hábitat natural. Para reconocer que vivimos en esta tierra como administradores, no como amos y señores.

Se nos ha dado todo, pero la nuestra es solo una soberanía otorgada, no absoluta. Consciente de su origen, lleva la carga de la finitud y la marca de la vulnerabilidad. Nuestro destino es una libertad herida. Podríamos rechazarla como si fuera una maldición, una condición provisional que será pronto superada. O podemos aprender una paciencia diferente: capaz de consentir a la finitud, de renovada permeabilidad a la proximidad del prójimo y a la lejanía.

Cuando se compara con la situación de los países pobres, especialmente en el llamado Sur Global, la difícil situación del mundo “desarrollado” parece más bien un lujo: solo en los países ricos la gente puede permitirse los requisitos de seguridad. En cambio, en los no tan afortunados, el “distanciamiento físico” es solo una imposibilidad debido a la necesidad y al peso de las circunstancias extremas: los entornos abarrotados y la falta de un distanciamiento asequible enfrentan a poblaciones enteras como un hecho insuperable. El contraste entre ambas situaciones pone de relieve una paradoja estridente, al relatar, una vez más, la historia de la desproporción de la riqueza entre países pobres y ricos

Aprender la finitud y aceptar los límites de nuestra propia libertad es más que un ejercicio sobrio de realismo filosófico. Implica abrir nuestros ojos a la realidad de los seres humanos que experimentan tales límites en su propia carne, por así decirlo: en el desafío diario de sobrevivir, para asegurarse las condiciones mínimas a la subsistencia, alimentar a los niños y miembros de la familia, superar la amenaza de enfermedades a pesar de no tener acceso a los tratamientos por ser demasiado caros. Tengamos en cuenta la inmensa pérdida de vidas en el Sur Global: la malaria, la tuberculosis, la falta de agua potable y de recursos básicos siguen sembrando la destrucción de millones de vidas por año, una situación que se conoce desde hace décadas. Todas estas dificultades podrían superarse mediante esfuerzos y políticas internacionales comprometidas. ¡Cuántas vidas podrían salvarse, cuántas enfermedades podrían ser erradicadas, cuánto sufrimiento se evitaría!

1.3. El desafío de la interdependencia y la lección de la vulnerabilidad común

Nuestras pretensiones de soledad monádica tienen pies de barro. Con ellos se desmoronan las falsas esperanzas de una filosofía social atomista construida sobre la sospecha egoísta hacia lo diferente y lo nuevo, una ética de racionalidad calculadora inclinada hacia una imagen distorsionada de la autorrealización, impermeable a la responsabilidad del bien común a escala global, y no solo nacional.

Nuestra interconexión es un hecho. Nos hace a todos fuertes o, por el contrario, vulnerables, dependiendo de nuestra propia actitud hacia ella. Consideremos su relevancia a nivel nacional, para empezar. Aunque el Covid-19 puede afectar a todos, es especialmente dañino para poblaciones particulares, como los ancianos, o las personas con enfermedades asociadas y sistemas inmunológicos comprometidos. Las medidas políticas se toman para todos los ciudadanos por igual. Piden la solidaridad de los jóvenes y de los sanos con los más vulnerables. Piden sacrificios a muchas personas que dependen de la interacción pública y la actividad económica para su vida. En los países más ricos estos sacrificios pueden compensarse temporalmente, pero en la mayoría de los países estas políticas de protección son simplemente imposibles.

Sin duda, en todos los países es necesario equilibrar el bien común de la salud pública con los intereses económicos. Durante las primeras etapas de la pandemia, la mayoría de los países se centraron en salvar vidas al máximo. Los hospitales, y especialmente los servicios de cuidados intensivos, eran insuficientes y solo se ampliaron después de enormes luchas. Sorprendentemente, los servicios de atención sobrevivieron gracias a los impresionantes sacrificios de médicos, enfermeras y otros profesionales de la sanidad, más que por la inversión tecnológica. Sin embargo, el enfoque en la atención hospitalaria desvió la atención de otras instituciones de cuidados. Las residencias de ancianos, por ejemplo, se vieron gravemente afectadas por la pandemia, y solo en una etapa tardía se dispuso de suficientes equipos de protección y test. Los debates éticos sobre la asignación de recursos se basaron principalmente en consideraciones utilitarias, sin prestar atención a las personas que experimentaban un mayor riesgo y una mayor vulnerabilidad. En la mayoría de los países se ignoró el papel de los médicos generales, mientras que para muchas personas son el primer contacto en el sistema de atención. El resultado ha sido un aumento de las muertes y discapacidades por causas distintas del Covid-19.

La vulnerabilidad común exige también la cooperación internacional, así como entender que no se puede resistir una pandemia sin una infraestructura médica adecuada, accesible a todos a nivel mundial. Tampoco se puede abordar la difícil situación de un pueblo, infectado repentinamente, de manera aislada, sin forjar acuerdos internacionales, y con una multitud de diferentes interesados. El intercambio de información, la prestación de ayuda y la asignación de los escasos recursos deberán abordarse en una sinergia de esfuerzos. La fuerza de la cadena internacional viene dada por el eslabón más débil.

La lección recibida espera una asimilación más profunda. Seguro que las semillas de esperanza se han sembrado en la oscuridad de los pequeños gestos, de los actos de solidaridad demasiado numerosos para contarlos, demasiado preciosos para difundirlos. Las comunidades han luchado honorablemente, a pesar de todo, a veces contra la ineptitud de su liderazgo político, para articular protocolos éticos, forjar sistemas normativos, recuperar vidas sobre ideales de solidaridad y solicitud recíproca. La apreciación unánime de estos ejemplos muestra una comprensión profunda del auténtico significado de la vida y una forma deseable de realización personal.

Sin embargo, no hemos prestado suficiente atención, especialmente a nivel mundial, a la interdependencia humana y a la vulnerabilidad común. Si bien el virus no reconoce fronteras, los países han sellado sus fronteras. A diferencia de otros desastres, la pandemia no afecta a todos los países al mismo tiempo. Aunque esto podría ofrecer la oportunidad de aprender de las experiencias y políticas de otros países, los procesos de aprendizaje a nivel mundial fueron mínimos. De hecho, algunos países han entablado a veces un cínico juego de culpas recíprocas.

La misma falta de interconexión puede observarse en los esfuerzos por desarrollar remedios y vacunas. La falta de coordinación y cooperación se reconoce cada vez más como un obstáculo para abordar el Covid-19. La conciencia de que estamos juntos en este desastre, y de que solo podemos superarlo mediante los esfuerzos cooperativos de la comunidad humana en su conjunto, está estimulando los esfuerzos compartidos. El establecimiento de proyectos científicos transfronterizos es un esfuerzo que va en esa dirección. También debe demostrarse en las políticas, mediante el fortalecimiento de las instituciones internacionales. Esto es particularmente importante, ya que la pandemia está aumentando las desigualdades e injusticias ya existentes, y muchos países que carecen de los recursos y servicios para hacer frente adecuadamente al Covid-19 dependen de la asistencia de la comunidad internacional.

2. Hacia una nueva visión: El renacimiento de la vida y la llamada a la conversión

Las lecciones de fragilidad, finitud y vulnerabilidad nos llevan al umbral de una nueva visión: fomentan un espíritu de vida que requiere el compromiso de la inteligencia y el valor de la conversión moral. Aprender una lección es volverse humilde; significa cambiar, buscando recursos de significado hasta ahora desaprovechados, tal vez repudiados. Aprender una lección es volverse consciente, una vez más, de la bondad de la vida que se nos ofrece, liberando una energía que va más allá de la inevitable experiencia de la pérdida, que debe ser elaborada e integrada en el significado de nuestra existencia. ¿Puede ser esta ocasión la promesa de un nuevo comienzo para la humana communitas, la promesa del renacimiento de la vida? Si es así, ¿en qué condiciones?

2.1. Hacia una ética del riesgo

Debemos llegar, en primer lugar, a una renovada apreciación de la realidad existencial del riesgo: todos nosotros podemos sucumbir a las heridas de la enfermedad, a la matanza de las guerras, a las abrumadoras amenazas de los desastres. A la luz de esto, surgen responsabilidades éticas y políticas muy específicas respecto a la vulnerabilidad de los individuos que corren un mayor riesgo en su salud, su vida, su dignidad. El Covid-19 podría considerarse, a primera vista, solo como un determinante natural, aunque ciertamente sin precedentes, del riesgo mundial. Sin embargo, la pandemia nos obliga a examinar una serie de factores adicionales, todos los cuales entrañan un reto ético polifacético. En este contexto, las decisiones deben ser proporcionales a los riesgos, de acuerdo con el principio de precaución. Centrarse en la génesis natural de la pandemia, sin tener en cuenta las desigualdades económicas, sociales y políticas entre los países del mundo, es no entender las condiciones que hacen que su propagación sea más rápida y difícil de abordar. Un desastre, cualquiera que sea su origen, es un desafío ético porque es una catástrofe que afecta a la vida humana y perjudica la existencia humana en múltiples dimensiones.

En ausencia de una vacuna, no podemos contar con la capacidad de derrotar permanentemente al virus que causó la pandemia, salvo por agotamiento espontáneo de la fuerza patológica de la enfermedad. Por lo tanto, la inmunidad contra el Covid-19 sigue siendo una especie de esperanza para el futuro. Esto también significa reconocer que vivir en una comunidad en riesgo exige una ética a la par de la perspectiva de que tal situación pueda realmente convertirse en realidad.

Al mismo tiempo, es necesario dar cuerpo a un concepto de solidaridad que vaya más allá del compromiso genérico de ayudar a los que sufren. Una pandemia nos insta a todos a abordar y remodelar las dimensiones estructurales de nuestra comunidad mundial que son opresivas e injustas, aquellas a las que en términos de fe se les llama “estructuras de pecado”. El bien común de la comunidad humana no puede lograrse sin una verdadera conversión de las mentes y los corazones (Laudato si’, 217-221). El llamamiento a la conversión se dirige a nuestra responsabilidad: su miopía es imputable a nuestra falta de voluntad de mirar la vulnerabilidad de las poblaciones más débiles a nivel mundial, y no a nuestra incapacidad de ver lo que es tan obviamente claro. Una apertura diferente puede ampliar el horizonte de nuestra imaginación moral, para incluir finalmente lo que ha sido descaradamente pasado por alto y relegado al silencio.

2.2. El llamamiento a los esfuerzos mundiales y a la cooperación internacional

Los contornos básicos de una ética del riesgo, basada en un concepto más amplio de solidaridad, implican una definición de comunidad que rechaza cualquier provincialismo, la falsa distinción entre los que están dentro, es decir, los que pueden exhibir una pretensión de pertenecer plenamente a la comunidad, y los que están fuera, es decir, los que pueden esperar, en el mejor de los casos, una supuesta participación en ella. El lado oscuro de esa separación debe ponerse de relieve como una imposibilidad conceptual y una práctica discriminatoria. No se puede considerar que nadie esté simplemente “a la espera” del reconocimiento pleno de su estatuto, como si estuviera a las puertas de la humana communitas. El acceso a una atención de salud de calidad y a los medicamentos esenciales debe reconocerse como un derecho humano universal (cfr. Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos, art. 14). De esta premisa se desprenden lógicamente dos conclusiones.

La primera se refiere al acceso universal a las mejores oportunidades de prevención, diagnóstico y tratamiento, más allá de su restricción a unos pocos. La distribución de una vacuna, una vez que esté disponible en el futuro, es un punto en el caso. El único objetivo aceptable, coherente con una asignación justa de la vacuna, es el acceso para todos, sin excepciones.

La segunda conclusión se refiere a la definición de la investigación científica responsable. Está mucho en juego y los temas son complejos. Cabe destacar tres de ellos. Primero, con respecto a la integridad de la ciencia y las nociones que impulsan su avance: el ideal de objetividad controlada, si no totalmente “desapegada”; y el ideal de libertad de investigación, especialmente la libertad de conflictos de intereses. En segundo lugar, está en juego la naturaleza misma del conocimiento científico como práctica social, definida, en un contexto democrático, por normas de igualdad, libertad y equidad. En particular, la libertad de investigación científica no debe incluir la adopción de decisiones políticas en su esfera de influencia. La toma de decisiones políticas y el ámbito de la política en su conjunto mantienen su autonomía frente a la usurpación del poder científico, especialmente cuando éste se convierte en una manipulación de la opinión pública. Por último, lo que se cuestiona aquí es el carácter esencialmente “fiduciario” del conocimiento científico en su búsqueda de resultados socialmente beneficiosos, especialmente cuando el conocimiento se obtiene mediante la experimentación en seres humanos y la promesa de un tratamiento probado en ensayos clínicos. El bien de la sociedad y las exigencias del bien común en el ámbito de la atención de la salud se anteponen a cualquier preocupación por el lucro. Y esto porque las dimensiones públicas de la investigación no pueden ser sacrificadas en el altar del beneficio privado. Cuando la vida y el bienestar de una comunidad están en juego, el beneficio debe pasar a un segundo plano.

La solidaridad se extiende también a cualquier esfuerzo de cooperación internacional. En este contexto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ocupa un lugar privilegiado. Profundamente arraigada en su misión de dirigir la labor internacional en materia de salud está la noción de que solo el compromiso de los gobiernos en una sinergia mundial puede proteger, fomentar y hacer efectivo un derecho universal al más alto nivel posible de salud. Esta crisis pone de relieve lo mucho que se necesita una organización internacional de alcance mundial, que incluya específicamente las necesidades y preocupaciones de los países menos adelantados que se enfrentan a una catástrofe sin precedentes.

La estrechez de miras de los intereses nacionales ha llevado a muchos países a reivindicar para sí mismos una política de independencia y aislamiento del resto del mundo, como si se pudiera hacer frente a una pandemia sin una estrategia mundial coordinada. Esa actitud podría dar una idea de la subsidiariedad y de la importancia de una intervención estratégica basada en la pretensión de que una autoridad inferior tenga precedencia sobre cualquier autoridad superior, más distante de la situación local. La subsidiariedad debe respetar la esfera legítima de la autonomía de las comunidades, potenciando sus capacidades y responsabilidad. En realidad, la actitud en cuestión se alimenta de una lógica de separación que, para empezar, es menos eficaz contra el Covid-19. Además, la desventaja no solo es de facto corta de miras, sino que también da lugar a un aumento de las desigualdades y a la exacerbación de los desequilibrios de recursos entre los distintos países. Aunque todos, ricos y pobres, son vulnerables al virus, estos últimos están obligados a pagar el precio más alto y a soportar las consecuencias a largo plazo de la falta de cooperación. Es evidente que la pandemia está empeorando las desigualdades que ya están asociadas a los procesos de globalización, haciendo que más personas sean vulnerables y estén marginadas, desprovistas de atención sanitaria, empleo y redes de seguridad social.

2.3. El equilibrio ético centrado en el principio de solidaridad

En última instancia, el significado moral, y no solo estratégico, de la solidaridad es el verdadero problema en la actual encrucijada a la que ha de hacer frente la familia humana. La solidaridad conlleva la responsabilidad hacia el otro que está en una situación de necesidad, que se basa en el reconocimiento de que, como sujeto humano dotado de dignidad, cada persona es un fin en sí mismo, no un medio. La articulación de la solidaridad como principio de la ética social se basa en la realidad concreta de una presencia personal en la necesidad, que clama por su reconocimiento. Así pues, la respuesta que se nos pide no es solo una reacción basada en nociones sentimentales de simpatía; es la única respuesta adecuada a la dignidad del otro que requiere nuestra atención, una disposición ética basada en la aprehensión racional del valor intrínseco de todo ser humano.

Como un deber, la solidaridad no viene gratis, sin costo, y es necesaria la disposición de los países ricos a pagar el precio requerido por el llamado a la supervivencia de los pobres y la sostenibilidad de todo el planeta. Esto es válido tanto de manera sincrónica, con respecto a los distintos sectores de la economía, como diacrónica, es decir, en relación con nuestra responsabilidad por el bienestar de las generaciones futuras y la medición de los recursos disponibles.

Todos estamos llamados a hacer nuestra parte. Mitigar las consecuencias de la crisis implica renunciar a la noción de que “la ayuda vendrá del gobierno”, como si fuera un deus ex machina que deja a todos los ciudadanos responsables fuera de la ecuación, intocables en su búsqueda de intereses personales. La transparencia de la política y las estrategias políticas, junto con la integridad de los procesos democráticos, requieren un enfoque diferente. La posibilidad de una escasez catastrófica de recursos para la atención médica (materiales de protección, equipos de test, ventilación y cuidados intensivos en el caso del Covid-19), podría utilizarse como ejemplo. Ante los trágicos dilemas, los criterios generales de intervención, basados en la equidad en la distribución de los recursos, el respeto de la dignidad de toda persona y la especial atención a los vulnerables, deben esbozarse de antemano y articularse en su plausibilidad racional con el mayor cuidado posible.

La capacidad y la voluntad de equilibrar principios que podrían competir entre sí es otro pilar esencial de una ética del riesgo y la solidaridad. Por supuesto, el primer deber es proteger la vida y la salud. Aunque una situación de riesgo cero sigue siendo una imposibilidad, respetar el distanciamiento físico y frenar, si no detener totalmente, ciertas actividades han producido efectos dramáticos y duraderos en la economía. Habrá que tener en cuenta también el costo de la vida privada y social.

Se plantean dos cuestiones cruciales. La primera se refiere al umbral de riesgo aceptable, cuya aplicación no puede producir efectos discriminatorios con respecto a las condiciones de poder y riqueza. La protección básica y la disponibilidad de medios de diagnóstico deben ofrecerse a todos, de acuerdo con un principio de no discriminación.

La segunda aclaración decisiva se refiere al concepto de “solidaridad en el riesgo”. La adopción de reglas específicas por una comunidad requiere una atención a la evolución de la situación en el campo, tarea que solo puede llevarse a cabo mediante un discernimiento fundado en la sensibilidad ética, y no sólo en la obediencia a la letra de la ley. Una comunidad responsable es aquella en la que las cargas de la cautela y el apoyo recíproco se comparten proactivamente con miras al bienestar de todos. Las soluciones jurídicas a los conflictos en la asignación de la culpabilidad y la responsabilidad por mala conducta o negligencia voluntarias son a veces necesarias como instrumento de justicia. Sin embargo, no pueden sustituir a la confianza como sustancia de la interacción humana. Sólo esta última nos guiará a través de la crisis, ya que sólo sobre la base de la confianza puede la humana communitas finalmente florecer.

Estamos llamados a una actitud de esperanza, más allá del efecto paralizante de dos tentaciones opuestas: por un lado, la resignación que sufre pasivamente los acontecimientos; por otro, la nostalgia de un retorno al pasado, solo anhelando lo que había antes. En cambio, es hora de imaginar y poner en práctica un proyecto de convivencia humana que permita un futuro mejor para todos y cada uno. El sueño recientemente descrito para la región amazónica podría convertirse en un sueño universal, un sueño para todo el planeta que “integre y promueva a todos sus habitantes para que puedan consolidar un «buen vivir»” (Querida Amazonia, 8). •••

Tiempos convulsos

Colaboraciones

Tiempos convulsos

22 julio 2020

Antonio Salguero Carvajal | escritor  y profesor de Lengua y Literatura Española.

La novela sin paliativos es excelente y Ana Mª Castillo, su autora, debe sentirse satisfecha de su composición, aparte de su escritura, pues Tiempos convulsos no se trata exclusivamente de una narración sino de una histórica recreación de los movimientos obreros en el País Vasco y el surgimiento de ETA en la etapa final del franquismo.

No obstante, Tiempos convulsos no es un libro de Historia, pues sus referencias a sucesos reales Ana Mª Castillo las va engarzando perfectamente con la trama novelesca y lo ha hecho, nada más y nada menos, que a lo largo de 500 páginas. Un mérito que deberían tener en cuenta autores actuales en candelero, que pierden el control de su relato en cuanto alcanzan un par de ciento de páginas y, sin embargo, la alargan varios cientos más para justificar las medidas y el precio de un best seller insulso. Sin embargo, a la autora de Tiempos convulsos no le ha ocurrido esto, pues mantiene la tensión narrativa sin forzar en ningún momento el discurrir de su relato de principio a fin, a pesar de su largo recorrido y, además, lo hace con la naturalidad de quien no quiere forzar en ningún momento ese equilibrio.

Y lo curioso es que quien conoce la trayectoria literaria de Ana Mª Castillo sabe que esta novela no tiene precedente en su obra literaria, que es al 100% lírica y, lógicamente, llama poderosamente la atención que haya escrito un relato tan maduro y, además, de carácter divulgativo para todos aquellos lectores que quieran conocer el ambiente obrero, que ella justamente describe. Tiempos convulsos también debe interesar necesariamente a los alumnos de las Facultades de Ciencias Políticas, miembros de sindicatos, historiadores, por razones obvias, e investigadores, que se sientan atraídos por el surgimiento y la evolución de los movimientos obreros cristianos, socialistas, comunistas, nacionalistas e independentistas (HOAC, JOC/F, JEC, UGT, CCOO, ELA, ETA) en el País Vasco.

Tiempos convulsos es un libro imprescindible para conocer lo que sucedió en aquella zona del norte de España, porque normalmente los libros que tratan el tema vasco suelen ser una mezcla de sesudos comentarios políticos, detallados informes económicos y artificiosos estudios sociológicos, que terminan enredados en su propio laberinto de ideas, cifras y gráficos para, al final intentando ser exhaustivos, acaban sin concretar nada y pocos logran extraer de la maraña en que se enredan la esencia de lo que realmente sucedió.

Sin embargo a Ana Mª Castillo no le sucede eso, porque se ha ubicado desde el principio al final en el nivel intrahistórico, es decir, dentro de la historia cotidiana de la gente común, que es la que hace la Historia y en donde suceden los hechos que la configuran. De ahí que el suyo sea un enfoque inteligente, porque tiene la ventaja de que quien escribe está en contacto permanente con las posiciones, pensamientos y actuaciones de las personas de la calle, sus protagonistas (Vicente y Antonia, Eugenia y Joaquín, Juan y Mari, Pepi y Antonio, don Ricardo, don Jesús, obreros, sacerdotes, guardias civiles…). Y esa privilegiada situación que ocupa entre la gente normal le permite distinguir a la gran mayoría que aboga por llevar una vida basada en la honradez, el trabajo, la paz e, incluso, la lucha obrera sin violencia, de algunos que derivan hacia el tiro en la nuca, primero justificándose en la dictadura y después escudándose en la libertad.

El resultado es que mientras existe el dictador todos en el entorno de la novela están unidos, pero después de su muerte unos desconfían de los otros; antes reinaba el ordeno y mando, y ahora sucede algo peor: mandan las pistolas. El resultado es que la búsqueda de la libertad los ha arrastrado a perder el norte y a dejar expedito el camino a los violentos… De ahí que quizás la conclusión del libro se resuma en esta frase lapidaria: El único camino para la convivencia es el entendimiento y la paz.

Y lo más sorprendente es que Ana Mª Castillo expone la amalgama de ideologías citadas sin decantarse por ninguna mostrando un exquisito equilibrio a la hora de respetar todas sin dejar de marcar sus salidas de tono y sus derivas extremas. Así el conjunto narrativo se caracteriza por la armonía expositiva sin tapujos, exabruptos ni acaloramientos innecesarios, pues de esa exposición meridiana se deduce la excelente tarea de cronista, que la autora de Tiempos convulso ha desempeñado.

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Reseña publicada en su blog, La enseñanza es el contagio de una pasión. La literatura no se enseña, se contagia

Opinión | ¿Hay salida?

Colaboraciones

Opinión | ¿Hay salida?

22 julio 2020

Joaquín Sánchez | Consiliario de la HOAC de Murcia.

«Ya nada va a ser igual» o «nos han robado un año de nuestra vida» o «la vida de mis hijos ya no es la misma» son expresiones que se oyen con un sentimiento de un dolor profundo ante lo que está suponiendo la Covid-19 en la vida y en nuestras vidas. Demasiados rostros entristecidos, preocupados, con pensamientos negativos y angustia ante el futuro y una incertidumbre convertida en nerviosismo, en miedo, agresividad, sobre todo verbal, y en ansiedad. Los rebrotes aumentan nuestra angustia e incertidumbres, como muy bien dice Javier Ballesta. Hay que unirle la grave crisis social y económica que estamos viviendo, que empobrece a los de siempre; una pobreza que se suma a la pobreza ya existente previamente y que en nuestro país alcanzaba al 25% de la población.

Nuestra mirada tiene que ir más allá de nuestros entornos más cercanos y ver la situación en otras partes del mundo. En esa mirada descubrimos que, en muchos países empobrecidos, se ha decretado un confinamiento imposible de realizar, porque las personas comen cada día de lo que obtienen de su trabajo diario. Viven al día y, si no lo hacen así, se morirían de hambre y de sed. Sus hijos se morirían de hambre y de sed. Se le une la pandemia del hambre, que mata una 40.000 personas al día, muchos de ellos niños y ancianos. Estas cifras aumentarán como consecuencia de la Covid-19. Hay un dato que indica nuestra inmoralidad, y que aparece en el suplemento de La Verdad, publicado el domingo 5 de julio, y que afirma: «La ONU recibe cada dos años para luchar contra el hambre lo que EEUU y Canadá gastan en comida de perros y gatos en 7 días». Tremendo, terrible y que nos hace preguntarnos qué mundo hemos construido.

Una mirada que también tiene que ir dirigida hacia la naturaleza, hacia los ecosistemas, para ver lo que está ocurriendo con el planeta y es un cambio climático que nos amenaza, la contaminación y la reducción de la biodiversidad. Hay que tener presentes las voces que dicen que el deshielo de los polos y la desforestación de la Amazonía van a liberar nuevos virus. Estábamos advertidos de lo que está ocurriendo y no se hizo caso por la dichosa codicia humana de unos cuantos, que quieren inmensos beneficios en plazos inmediatos. La pregunta que nos hacemos es si hemos aprendido algo.

No podemos caer en esa tiranía de la felicidad
entendida como no sufrir, solo como placer

Ante este panorama, más que preocupante, nos tenemos que hacer una pregunta y es: ¿Hay salida? Creo que si solo deseamos que este virus pierda fuerza o la ciencia encuentra un tratamiento y una vacuna eficaz para volver de nuevo a todo lo anterior, volveremos, más tarde o temprano, posiblemente más temprano, a vivir situaciones de destrucción de la vida. ¡Claro que quiero que se encuentre un tratamiento y una vacuna eficaz! Pero volver de nuevo a la senda de la destrucción, de crear las condiciones sociales y ecológicas para que esas amenazas anunciadas se hagan realidad, de fragmentar el mundo, de usar y tirar a la gente, de fomentar una ideología de odio y exclusión, de acaparamiento, violencia y ambición, de indiferencia y complicidad, sería volver a repetir una historia con final no solo infeliz, sino injusto e inhumano.

Creo que hay salida, esperanza, pero condicionada a nuestros pensamientos, sentimientos, valores y comportamientos. Hay que ser constructores de ese otro mundo posible en humanidad, necesario para que la vida sea vida y urgente porque no podemos esperar más y, a la misma vez, deconstructores de ese mundo que nos lleva a un callejón sin salida o al abismo.

Nuestra salida pasa por aceptar que la vida es breve, frágil y que somos finitos. Tenemos que dotar a nuestra vida de sentido, descubrir el para qué de nuestra vida. No podemos caer en esa tiranía de la felicidad entendida como no sufrir, solo como placer y disfrutar lo máximo sin pensar en nada ni en nadie. Hay que saborear la vida desde la amistad y el amor. Nuestra vida tiene que dejar huellas, unas huellas de encuentro, de respeto a las personas, a las diferencias y a la diversidad. Dejar unas huellas que digan que me importa la vida y la dignidad de cada persona, que me importa construir un mundo desde los derechos humanos y los derechos de la naturaleza.

Hay salida y está en nuestras manos. No hagamos dejación de nuestra responsabilidad.

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Artículo publicado en el diario La Verdad, 21/07/2020

La conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia

Iglesia

La conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia

21 julio 2020

La Congregación para el Clero ha presentado la Instrucción La conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia. Un documento que aborda la pastoral de las comunidades parroquiales, de los diferentes ministerios clericales y laicos, con el signo de una mayor corresponsabilidad de todos los bautizados. El texto recuerda, fundamentalmente, que “en la Iglesia hay lugar para todos y cada uno puede encontrar su lugar” en la única familia de Dios, respetando la vocación de cada uno.

La Instrucción busca promover la “conversión pastoral” de la comunidad parroquial en el dinamismo de la realidad eclesial actual que, tal como lo formulara el papa Francisco, comprende, por un lado, que «la parroquia no es una estructura caduca; precisamente porque tiene una gran plasticidad, puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la creatividad misionera del pastor y de la comunidad…, si es capaz de reformarse y adaptarse continuamente, seguirá siendo “la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas”…» (Evangelii gaudium, n. 28); y, por otro, constata que «tenemos que reconocer que el llamado a la revisión y renovación de las parroquias todavía no ha dado suficientes frutos en orden a que estén todavía más cerca de la gente, que sean ámbitos de viva comunión y participación, y se orienten completamente a la misión» (ibidem)

El Dicasterio para el Clero, a petición de diversos obispos, ha sentido la necesidad de elaborar un instrumento canónico-pastoral relativo a los diversos proyectos de reforma de las comunidades parroquiales y de reestructuración diocesana, ya en curso o en fase de planificación, con el relativo tema de la unidad y de las zonas pastorales. El documento, pues, se propone ponerse al servicio de algunas opciones pastorales, ya iniciadas hace tiempo por los pastores y “experimentadas” por el pueblo de Dios, para contribuir a su evaluación y a la adecuación del derecho particular con el derecho universal.

33. A menudo, la comunidad parroquial es el primer lugar de encuentro humano y personal de los pobres con el rostro de la Iglesia. En particular, los sacerdotes, los diáconos y las personas consagradas son quienes deben mostrar compasión por la “carne herida” de los hermanos, visitándolos en la enfermedad, apoyando a las personas y familias sin trabajo, abriendo la puerta a todos cuantos pasan alguna necesidad. Con la mirada puesta en los últimos, la comunidad parroquial evangeliza y se deja evangelizar por los pobres, redescubriendo así la implicación social del anuncio en sus diferentes ámbitos, sin olvidar la “regla suprema” de la caridad, en base a la cual seremos juzgados.

86. Hoy se requiere un generoso compromiso de todos los fieles laicos al servicio de la misión evangelizadora, ante todo con el testimonio constante de una vida cotidiana conforme al Evangelio, en los ambientes donde habitualmente desarrollan su vida y en todos los niveles de responsabilidad; después, en particular, asumiendo los compromisos que les corresponden al servicio de la comunidad parroquial.

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