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Hacia un renovado Pentecostés

Iglesia

Hacia un renovado Pentecostés

28 mayo 2020

Mensaje de los obispos de la Comisión Episcopal para los Laicos, Familia y Vida con motivo del Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar 2020 que se celebra el domingo 31 de mayo.

La celebración del día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, que coincide cada año con la solemnidad de Pentecostés, se sitúa en continuidad con el Congreso de Laicos, en el que hemos sentido la llamada a vivir como Iglesia un renovado Pentecostés.

No olvidamos tampoco en esta Jornada los momentos difíciles que hemos sufrido en España y, al final de este tiempo de Pascua, oramos para que sigamos viviendo en actitud de esperanza en Cristo resucitado, que ha vencido el dolor y la muerte, y bajo la guía del Espíritu Santo, que nos invita a confiar en la promesa de que Jesús va a estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (cf. Mt 28, 20).

El Congreso de Laicos, Pueblo de Dios en salida, que convocó la Conferencia Episcopal Española, en el mes de abril de 2018, y encomendó su organización a la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, tuvo una fase precongresual marcada por la sinodalidad y el discernimiento, procurando que los laicos de las diócesis, movimientos y asociaciones se sintieran protagonistas de este momento eclesial.

Tras ese camino recorrido, los días 14 al 16 de febrero tenía lugar el Congreso en el Pabellón de Cristal de la Casa de Campo de Madrid. Nos hemos juntado más de dos mil personas, enviadas de las diócesis españolas, de la mayoría de los movimientos y asociaciones laicales, junto con miembros de la vida consagrada, sacerdotes y setenta obispos. Ha sido, sin lugar a dudas, un gran encuentro de comunión, un ejercicio de discernimiento, de escucha, de diálogo y puesta en práctica, a través de una gran variedad de experiencias y testimonios, de la riqueza y pluralidad de nuestra iglesia española. Tanto los mensajes, como las celebraciones, los momentos lúdicos y la puesta en escena fueron cuidados con un especial esmero con el deseo de transmitir a la sociedad española una imagen de Iglesia en salida.

Ahora se trata de dar continuidad a este sueño, a este anhelo de trabajar como Pueblo de Dios, valorando la vocación laical y lo que aporta a nuestra Iglesia en el momento actual. Se trata de redescubrir la importancia del sacramento del bautismo, como fuente de donde brotan los diversos carismas para la comunión y la misión. Llamados y enviados, por eso: discípulos misioneros. El papa Francisco resume muy bien esta dinámica en Evangelii gaudium:

En virtud del bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28, 19). Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador, y sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo fiel sea sólo receptivo de sus acciones. La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados (…). Si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos «discípulos» y «misioneros», sino que somos siempre «discípulos misioneros» (EG, n. 120).

Tras el camino recorrido en las fases precongresual y congresual, hemos identificado cuatro itinerarios (primer anuncio, acompañamiento, procesos formativos y presencia en la vida pública) que serán los hitos que habremos de desarrollar en los próximos años en la pastoral con el laicado y, concretamente, desde las Delegaciones de Apostolado Seglar, los Movimientos y Asociaciones.

Además, el sueño de un renovado Pentecostés en nuestra Iglesia española se irá haciendo realidad en la medida en que incorporemos en todas nuestras acciones un estilo de trabajo pastoral que venga marcado por dos ejes transversales: la sinodalidad y el discernimiento.

El papa Francisco, denominado por algunos como el papa sinodal, afirma que: “«El camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio (…), y que la sinodalidad es dimensión constitutiva de la Iglesia» (Francisco, en el 50 aniversario de la Institución del Sínodo de Obispos, 2015). Para hablar de sinodalidad el papa Francisco utiliza varias imágenes. Unas veces habla de una pirámide invertida donde los ministros están al servicio de todos; otras veces de una canoa donde todos reman en una dirección; y en ocasiones prefiere usar la imagen del poliedro (EG, n. 236).

La sinodalidad es un arte que nos conduce a vivir la comunión y a descubrirla como la clave para la evangelización, su finalidad es relanzar el sueño misionero. «La puesta en acción de una Iglesia sinodal es el presupuesto indispensable para un nuevo impulso misionero que involucre a todo el Pueblo de Dios» (CTI, n. 9).

El poscongreso es un camino abierto y depende de todos nosotros: obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, laicos y laicas. Todos nos necesitamos para ser esta Iglesia en salida que anuncia el gozo el Evangelio en medio del dolor y las heridas, con que hemos sido marcados por la pandemia de la COVID-19. Esta experiencia nos ha servido para tomar conciencia de que no solo a nivel de Iglesia, sino también de sociedad, todos nos necesitamos, porque de la conducta de uno depende el destino de los otros.

Como ha ocurrido con las fases precedentes, el poscongreso será una acción de toda la Iglesia española –no solo geográficamente hablando, sino también sustantivamente–, alentada por nuestros pastores y conducida por todos los miembros del Pueblo de Dios. Por eso es fundamental que vivamos la comunión, que todos nos sintamos llamados a la corresponsabilidad, a la misión compartida. En esta tarea ardua de fortalecimiento de la dimensión comunitaria de nuestra fe juega un papel fundamental, en el futuro, la Acción Católica, que debemos seguir impulsando y revitalizando con mayor ardor apostólico.

Soñemos juntos. Recordemos las palabras que el papa Francisco les decía a los jóvenes, y, a través de ellos, a todos los que formamos la familia de la Iglesia, en el número 166 de Christus vivit:

A veces toda la energía, los sueños y el entusiasmo de la juventud se debilitan por la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros problemas, sentimientos heridos, lamentos y comodidades. No dejes que eso te ocurra, porque te volverás viejo por dentro, y antes de tiempo. Cada edad tiene su hermosura, y a la juventud no pueden faltarle la utopía comunitaria, la capacidad de soñar unidos, los grandes horizontes que miramos juntos.

No perdamos la capacidad de seguir soñando juntos. Este proceso tiene ahora una clara continuidad. No hemos acabado con este Congreso, sino que constituye el punto de partida de nuevos caminos. No lo olvidemos, hemos iniciado un proceso de discernimiento sinodal, que tenemos que seguir haciendo realidad en nuestra Iglesia, siempre bajo la guía del Espíritu Santo. El discernimiento no es algo puntual, sino que debe ser una actitud permanente a nivel personal y comunitario que nos capacite para captar cómo Dios está actuando en la historia, en los acontecimientos, en las personas, y, sobre todo, nos debe llevar a mirar hacia adelante, al futuro, a la acción, a la misión y a realizar este ejercicio con alegría y esperanza. Con esta actitud, deseamos situarnos también como Iglesia en el momento actual, siendo también nosotros luz de esperanza en medio de nuestra sociedad, que ha sido duramente golpeada por el coronavirus.

Sabremos que estamos caminando hacia un renovado Pentecostés si como Iglesia, Pueblo de Dios en salida, viviendo en comunión, nos ponemos manos a la obra en la misión evangelizadora desde el primer anuncio, creando una cultura del acompañamiento, fomentando la formación de los fieles laicos y haciéndonos presentes en la vida pública para compartir nuestra esperanza y ofrecer nuestra fe.

Gracias a nuestros hermanos obispos por la confianza depositada en esta Comisión para preparar el Congreso de Laicos y por la difusión y apoyo en cada una de las diócesis y en la participación en el Congreso. La Iglesia necesita de la guía y orientación de los pastores para seguir animando este proceso de impulso y dinamización del laicado.

Gracias al trabajo de las Delegaciones Diocesanas de Apostolado Seglar, a los Movimientos y Asociaciones, a la Acción Católica y a tantos laicos que se esfuerzan cada día por vivir su vocación laical en la Iglesia y en el mundo, en clave de comunión y con la mirada puesta en la misión evangelizadora, en ser una Iglesia en salida.

Que la Virgen María, Reina de los Apóstoles, y el Espíritu Santo, os colme de sus bendiciones para que juntos (pastores, vida consagrada y laicos) hagamos realidad, en la Iglesia y en nuestra sociedad, un renovado Pentecostés.

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Presidente y consiliario de Manos Unidas
✠ Mons. Carlos Manuel Escribano Subías, obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño

Subcomisión de Familia y Vida
✠ Mons. José Mazuelos Pérez, obispo de Asidonia- Jerez
✠ Mons. Juan Antonio Reig Pla, obispo de Alcalá de Henares
✠ Mons. Francisco Gil Hellín, arzobispo emérito de Burgos
✠ Mons. Ángel Pérez Pueyo, obispo de Barbastro-Monzón
✠ Mons. Santos Montoya Torres, obispo Auxiliar de Madrid

Subcomisión de Infancia y Juventud
✠ Mons. Arturo Ros Murgadas, obispo auxiliar de Valencia
✠ Mons. Francisco Jesús Orozco Mengíbar, obispo de Guadix

Consiliario de Acción Católica
✠ Mons. Antonio Gómez Cantero, obispo de Teruel y Albarracín

Foro de Laicos
✠ Mons. Sergi Gordo Rodríguez, obispo Auxiliar de Barcelona

Consiliario de Cursillos de Cristiandad
✠ Mons. José Ángel Saiz Meneses, obispo de Terrassa

 

Francisco propone un “plan para resucitar” ante la emergencia sanitaria

Iglesia

Francisco propone un “plan para resucitar” ante la emergencia sanitaria

17 abril 2020

Presentamos el texto íntegro de la meditación escrita por el papa Francisco, publicada por la revista Vida Nueva en su edición de hoy. Un aliento de esperanza que nace de la alegría pascual y que anima la vida en tiempos de COVID-19.

Un plan para resucitar

“De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: ‘Alégrense’” (Mt 28, 9). Es la primera palabra del Resucitado después de que María Magdalena y la otra María descubrieran el sepulcro vacío y se toparan con el ángel. El Señor sale a su encuentro para transformar su duelo en alegría y consolarlas en medio de la aflicción (cfr. Jr 31, 13). Es el Resucitado que quiere resucitar a una vida nueva a las mujeres y, con ellas, a la humanidad entera. Quiere hacernos empezar ya a participar de la condición de resucitados que nos espera.

Invitar a la alegría pudiera parecer una provocación, e incluso, una broma de mal gusto ante las graves consecuencias que estamos sufriendo por el COVID-19. No son pocos los que podrían pensarlo, al igual que los discípulos de Emaús, como un gesto de ignorancia o de irresponsabilidad (cfr. Lc 24, 17-19). Como las primeras discípulas que iban al sepulcro, vivimos rodeados por una atmósfera de dolor e incertidumbre que nos hace preguntarnos: “¿Quién nos correrá la piedra del sepulcro?” (Mc 16, 3). ¿Cómo haremos para llevar adelante esta situación que nos sobrepasó completamente? El impacto de todo lo que sucede, las graves consecuencias que ya se reportan y vislumbran, el dolor y el luto por nuestros seres queridos nos desorientan, acongojan y paralizan. Es la pesantez de la piedra del sepulcro que se impone ante el futuro y que amenaza, con su realismo, sepultar toda esperanza. Es la pesantez de la angustia de personas vulnerables y ancianas que atraviesan la cuarentena en la más absoluta soledad, es la pesantez de las familias que no saben ya como arrimar un plato de comida a sus mesas, es la pesantez del personal sanitario y servidores públicos al sentirse exhaustos y desbordados…, esa pesantez que parece tener la última palabra.

Sin embargo, resulta conmovedor destacar la actitud de las mujeres del Evangelio. Frente a las dudas, el sufrimiento, la perplejidad ante la situación e incluso el miedo a la persecución y a todo lo que les podría pasar, fueron capaces de ponerse en movimiento y no dejarse paralizar por lo que estaba aconteciendo. Por amor al Maestro, y con ese típico, insustituible y bendito genio femenino, fueron capaces de asumir la vida como venía, sortear astutamente los obstáculos para estar cerca de su Señor. A diferencia de muchos de los Apóstoles que huyeron presos del miedo y la inseguridad, que negaron al Señor y escaparon (cfr. Jn 18, 25-27), ellas, sin evadirse ni ignorar lo que sucedía, sin huir ni escapar…, supieron simplemente estar y acompañar. Como las primeras discípulas, que, en medio de la oscuridad y el desconsuelo, cargaron sus bolsas con perfumes y se pusieron en camino para ungir al Maestro sepultado (cfr. Mc 16, 1), nosotros pudimos, en este tiempo, ver a muchos que buscaron aportar la unción de la corresponsabilidad para cuidar y no poner en riesgo la vida de los demás. A diferencia de los que huyeron con la ilusión de salvarse a sí mismos, fuimos testigos de cómo vecinos y familiares se pusieron en marcha con esfuerzo y sacrificio para permanecer en sus casas y así frenar la difusión. Pudimos descubrir cómo muchas personas que ya vivían y tenían que sufrir la pandemia de la exclusión y la indiferencia siguieron esforzándose, acompañándose y sosteniéndose para que esta situación sea (o bien, fuese) menos dolorosa. Vimos la unción derramada por médicos, enfermeros y enfermeras, reponedores de góndolas, limpiadores, cuidadores, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas, abuelos y educadores y tantos otros que se animaron a entregar todo lo que poseían para aportar un poco de cura, de calma y alma a la situación. Y aunque la pregunta seguía siendo la misma: “¿Quién nos correrá la piedra del sepulcro?” (Mc 16, 3), todos ellos no dejaron de hacer lo que sentían que podían y tenían que dar.

Y fue precisamente ahí, en medio de sus ocupaciones y preocupaciones, donde las discípulas fueron sorprendidas por un anuncio desbordante: “No está aquí, ha resucitado”. Su unción no era una unción para la muerte, sino para la vida. Su velar y acompañar al Señor, incluso en la muerte y en la mayor desesperanza, no era vana, sino que les permitió ser ungidas por la Resurrección: no estaban solas, Él estaba vivo y las precedía en su caminar. Solo una noticia desbordante era capaz de romper el círculo que les impedía ver que la piedra ya había sido corrida, y el perfume derramado tenía mayor capacidad de expansión que aquello que las amenazaba. Esta es la fuente de nuestra alegría y esperanza, que transforma nuestro accionar: nuestras unciones, entregas… nuestro velar y acompañar en todas las formas posibles en este tiempo, no son ni serán en vano; no son entregas para la muerte. Cada vez que tomamos parte de la Pasión del Señor, que acompañamos la pasión de nuestros hermanos, viviendo inclusive la propia pasión, nuestros oídos escucharán la novedad de la Resurrección: no estamos solos, el Señor nos precede en nuestro caminar removiendo las piedras que nos paralizan. Esta buena noticia hizo que esas mujeres volvieran sobre sus pasos a buscar a los Apóstoles y a los discípulos que permanecían escondidos para contarles: “La vida arrancada, destruida, aniquilada en la cruz ha despertado y vuelve a latir de nuevo”(1) . Esta es nuestra esperanza, la que no nos podrá ser robada, silenciada o contaminada. Toda la vida de servicio y amor que ustedes han entregado en este tiempo volverá a latir de nuevo. Basta con abrir una rendija para que la Unción que el Señor nos quiere regalar se expanda con una fuerza imparable y nos permita contemplar la realidad doliente con una mirada renovadora.

Y, como a las mujeres del Evangelio, también a nosotros se nos invita una y otra vez a volver sobre nuestros pasos y dejarnos transformar por este anuncio: el Señor, con su novedad, puede siempre renovar nuestra vida y la de nuestra comunidad (cfr. Evangelii gaudium, 11). En esta tierra desolada, el Señor se empeña en regenerar la belleza y hacer renacer la esperanza: “Mirad que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notan?” (Is 43, 18b). Dios jamás abandona a su pueblo, está siempre junto a él, especialmente cuando el dolor se hace más presente.

Si algo hemos podido aprender en todo este tiempo, es que nadie se salva solo. Las fronteras caen, los muros se derrumban y todo los discursos integristas se disuelven ante una presencia casi imperceptible que manifiesta la fragilidad de la que estamos hechos. La Pascua nos convoca e invita a hacer memoria de esa otra presencia discreta y respetuosa, generosa y reconciliadora capaz de no romper la caña quebrada ni apagar la mecha que arde débilmente (cfr. Is 42, 2-3) para hacer latir la vida nueva que nos quiere regalar a todos. Es el soplo del Espíritu que abre horizontes, despierta la creatividad y nos renueva en fraternidad para decir presente (o bien, aquí estoy) ante la enorme e impostergable tarea que nos espera. Urge discernir y encontrar el pulso del Espíritu para impulsar junto a otros las dinámicas que puedan testimoniar y canalizar la vida nueva que el Señor quiere generar en este momento concreto de la historia. Este es el tiempo favorable del Señor, que nos pide no conformarnos ni contentarnos y menos justificarnos con lógicas sustitutivas o paliativas que impiden asumir el impacto y las graves consecuencias de lo que estamos viviendo. Este es el tiempo propicio de animarnos a una nueva imaginación de lo posible con el realismo que solo el Evangelio nos puede proporcionar. El Espíritu, que no se deja encerrar ni instrumentalizar con esquemas, modalidades o estructuras fijas o caducas, nos propone sumarnos a su movimiento capaz de “hacer nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5).

En este tiempo nos hemos dado cuenta de la importancia de “unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral”(2). Cada acción individual no es una acción aislada, para bien o para mal, tiene consecuencias para los demás, porque todo está conectado en nuestra Casa común; y si las autoridades sanitarias ordenan el confinamiento en los hogares, es el pueblo quien lo hace posible, consciente de su corresponsabilidad para frenar la pandemia. “Una emergencia como la del COVID-19 es derrotada en primer lugar con los anticuerpos de la solidaridad(3). Lección que romperá todo el fatalismo en el que nos habíamos inmerso y permitirá volver a sentirnos artífices y protagonistas de una historia común y, así, responder mancomunadamente a tantos males que aquejan a millones de hermanos alrededor del mundo. No podemos permitirnos escribir la historia presente y futura de espaldas al sufrimiento de tantos. Es el Señor quien nos volverá a preguntar “¿dónde está tu hermano?” (Gn, 4, 9) y, en nuestra capacidad de respuesta, ojalá se revele el alma de nuestros pueblos, ese reservorio de esperanza, fe y caridad en la que fuimos engendrados y que, por tanto tiempo, hemos anestesiado o silenciado.

Si actuamos como un solo pueblo, incluso ante las otras epidemias que nos acechan, podemos lograr un impacto real. ¿Seremos capaces de actuar responsablemente frente al hambre que padecen tantos, sabiendo que hay alimentos para todos? ¿Seguiremos mirando para otro lado con un silencio cómplice ante esas guerras alimentadas por deseos de dominio y de poder? ¿Estaremos dispuestos a cambiar los estilos de vida que sumergen a tantos en la pobreza, promoviendo y animándonos a llevar una vida más austera y humana que posibilite un reparto equitativo de los recursos? ¿Adoptaremos como comunidad internacional las medidas necesarias para frenar la devastación del medio ambiente o seguiremos negando la evidencia? La globalización de la indiferencia seguirá amenazando y tentando nuestro caminar… Ojalá nos encuentre con los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad. No tengamos miedo a vivir la alternativa de la civilización del amor, que es “una civilización de la esperanza: contra la angustia y el miedo, la tristeza y el desaliento, la pasividad y el cansancio. La civilización del amor se construye cotidianamente, ininterrumpidamente. Supone el esfuerzo comprometido de todos. Supone, por eso, una comprometida comunidad de hermanos”(4).

En este tiempo de tribulación y luto, es mi deseo que, allí donde estés, puedas hacer la experiencia de Jesús, que sale a tu encuentro, te saluda y te dice: “Alégrate” (Mt 28, 9). Y que sea ese saludo el que nos movilice a convocar y amplificar la buena nueva del Reino de Dios.

NOTAS

1 R. Guardini, El Señor, 504.
2 Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 13.
3 Pontificia Academia para la Vida. Pandemia y fraternidad universal. Nota sobre la emergencia COVID-19 (30 marzo 2020), p. 4.
4 Eduardo Pironio, Diálogo con laicos, Buenos Aires, 1986.

El Señor es mi parcela en la tierra prometida

Iglesia

El Señor es mi parcela en la tierra prometida

12 abril 2020

Y yo le dije:
no hay dicha para mí fuera de ti!
El Señor es mi parcela de tierra en la
Tierra Prometida
Me tocó en suerte bella tierra
en la repartición agraria de la Tierra
Prometida
Siempre estás tú delante de mí
y saltan de alegría todas mis glándulas
Aun de noche mientras duermo
y aun en el subconsciente
te bendigo.

Este fragmento del salmo 15 de Ernesto Cardenal, sacerdote y poeta, fallecido hace unos días, es el canto que entonan también nuestras hermanas y hermanos
fallecidos últimamente.

Lola Castilla, militante de la HOAC de Córdoba, lo entonó el 3 de noviembre del año pasado. Lola, mujer sencilla y acogedora; esposa ejemplar que no tuvo hijos pero trató y cuido a sus dos primos como tales; la luchadora de base en la Asociación de vecinos de su barrio “Las Costanillas” o como presidenta del Consejo de distrito Centro. Siempre desde la sencillez, generosidad y testimonio cristiano, una creyente en Dios convencida.

Juan Carbajo Cano, padre de Miguel, presidente diocesano de Sevilla, lo hacía el 4 de noviembre. Un profundo enamorado de la vida, persona con mucho humor, honesto y lleno de cariño a su familia. Y sobre todo con una gran fe y muy vinculado a la Iglesia que atendía a los pobres, siempre estuvo vinculado a su parroquia sobre todo en Cáritas. No le gustaba la Iglesia que estaba con los poderosos, era algo que le molestaba.

Antonio Martín, militante de Motril (Granada), fallecía el 28 de noviembre. Militante desde principios de los años 70, maestro de educación primaria. Su militancia la desarrolló en el ámbito de la formación y la educación. Muy comprometido con su barrio, siempre destacó por su entrega, constancia, y bondad.

Enrique Blanco, el 28 de enero, en Cádiz. Fue presidente diocesano de la HOAC de Cádiz-Ceuta, trabajador y representante sindical en los desaparecidos Talleres Faro, además de presidente de la Asociación de Vecinos de Cerro del Moro. En cada una de estas etapas de su vida luchó por los derechos de colectivos sociales, laborales y vecinales, con especial dedicación a los empobrecidos.

Enric Roig, en Barcelona, en febrero de 2020. Enric fue un cura comprometido en los barrios obreros. Siempre tuvo claro el papel evangelizador de los Movimientos de Acción Católica especializada. “La dolencia de Enric, los últimos tiempos –dicen miembros de su equipo- ha llenado nuestras vidas de humanidad. Nuestra relación ha cambiado, se ha hecho más íntima, más humana, más sensible, más llena. Enric nos ha alimentado, espiritual y humanamente, con sus poemas, sus reflexiones… y, sobre todo, la manera de vivir el dolor y la enfermedad, con una gran delicadeza y cordialidad. Su testimonio cristiano hasta el último momento y su amistad los llevaremos siempre en nuestro
corazón.”

Y mientras estamos en el aislamiento que nos impone la pandemia del coronavirus, nos llegan las tristes noticias del fallecimiento de Manolo, marido de Manoli, militante de Getafe, el 17 de marzo, y de Teresa Huguet, en la madrugada del 18 de marzo, militante de Barcelona, que fue responsable de difusión en la Comisión Permanente en los primeros años noventa del siglo XX. Así como de Emérita, mujer de Victor Mairal, militante de Huesca, el mismo día 18.

Nos llegan también la noticia inesperada del fallecimiento el 31 de marzo de David García, consiliario diocesano de Palencia, víctima del coronavirus. En nuestro corazón queda su amor a la HOAC, su servicio sacerdotal, su sencillez y bondad, su sonrisa. Y el mismo día, Mariana la madre de Juani Sosa, militante de Canarias, que se va, como dice ella, como le gustaba, pasando desapercibida.

El 1 de abril nos encontramos con la triste noticia del fallecimiento de Jesús Sedano, un sacerdote bueno, siempre servicial, consiliario de La Rioja, que nos deleitaba con la lectura de sus chistes en los cursos de verano. Nos deja también el 6 de abril la madre de Pepe Pinteño, de Orihuela-Alicante, que fue miembro de la Comisión Permanente, y el día 8 fallece Guillerma, militante de la diócesis de Cáceres.

La resurrección -la parcela que canta Cardenal-, en la tierra prometida, hacia la que nos encaminamos en esta cuaresma, empezamos a degustarla en el cada día de nuestra historia. Vivimos en la condición peregrina de quienes saben cuál es el camino y la meta y, paso a paso, vamos acercándonos a ella en nuestra vida.

Atentos a los susurros de Dios en la historia cotidiana, los vamos percibiendo, nos vamos admirando de ellos, vivimos agradeciéndolos, trabajamos por desvelarlos, y nos vamos dejando rehacer por ese encuentro amoroso y vital. No resucitamos de golpe; vamos resucitando cada día, hasta que el abrazo tierno de Dios nos dé el último toque, como esa mano materna que, de pequeños, antes de salir de casa cada día nos alisaba el flequillo rebelde con su dedo ensalivado y nos daba el beso que alimentaba la jornada. Entonces estaremos listos para la vida plena.

Vamos dejándonos envolver crecientemente en la ternura de Dios. Vamos dejándonos acoger por su sonrisa. Vamos haciendo de nuestra vida abrazo tierno y sonrisa amplia en la acogida de la vida de quienes acompañamos en ese mismo caminar. Con todos ellos avanzamos en cada paso de humanidad y justicia que nos desvelan nuestra condición resucitada, y que nos hacen capaces de reconocer la presencia del Resucitado en las víctimas.

El Señor es nuestra parcela, nuestra bella tierra prometida. Cuando escribo esto he orado en la mañana con el libro de Ester (5, 13): “No tengo otro auxilio fuera de ti”; con el salmo 137: “Señor, tu misericordia es eterna”; y con el evangelio de Mateo (7, 7-12): Pedid, buscad, llamad… En la confianza vital en el amor infinito del Dios Todocariñoso vamos viviendo, y esa vida solo puede encaminarnos a la plenitud de su amor, porque –como los pobres- no tenemos otro auxilio fuera del Señor. No tenemos otra esperanza ni otro horizonte que el Amor.

Frente a la ingenuidad de confiar en las propias fuerzas, que esta situación que vivimos nos ha puesto tan cara a cara, hay que convencerse de que el único optimismo nace del amor sacrificado de todo un Dios que se encarnó, se entregó y murió, pero que, en su resurrección, ya ha vencido al mundo. Ya lo decía Rovirosa: los éxitos esplendorosos y las
victorias triunfales de cualquier resurrección han de venir precedidas necesariamente de un calvario y una muerte de ilusiones siempre ilusas.

Y sigue diciendo: La muerte en cruz (de Cristo) aparece como Su gran victoria sobre la muerte, y en la que todos hemos encontrado la vida verdadera, en la medida que la aceptamos para nosotros. Y lo mismo puede decirse de cada detalle de su Vida que es norma y ejemplo para sus seguidores, que saben con certeza absoluta que el «mundo» pierde necesariamente cada vez que parece que ha derrotado a los fieles a Cristo, que son los que continúan Su vida
en la tierra.

El cristiano, para Rovirosa, es, el que se sabe perdonado, amado y salvado por el inexplicable amor de Dios, que Jesús nos manifiesta con su vida, muerte y resurrección.

Nuestra muerte lleva consigo, gracias a Dios, nuestra Resurrección.

Nos ha tocado, en verdad, como a Lola, a Juan, a Antonio, a Enrique y Enric, a Manolo, a Teresa y Emérita, a David y a Mariana, a Jesús, a Guillerma, y a la madre de Pepe, una bella parcela en la Tierra Prometida.

¡Hasta mañana en el altar, hermanas y hermanos!

faldon portada y sumario

Sinodalidad, discernimiento, espiritualidad

Colaboraciones

Sinodalidad, discernimiento, espiritualidad

16 febrero 2020

Maite Valdivieso | Militante de la HOAC

«Pueblo de Dios en salida». Estas palabras del papa Francisco en Evangelii gaudium han ido orientando el proceso abierto con la convocatoria del Congreso de Laicos que se celebra este mes de febrero en Madrid, convocados por la Conferencia Episcopal Española.

Ha sido la música de fondo que ha marcado el ritmo de tantos momentos de encuentro, diálogo, reflexión, oración, celebración y discernimiento comunitario que se ha ido dando en multitud de espacios: parroquias, movimientos, asociaciones laicales, diócesis…, y que ha unido, en un mismo proceso, a personas de lugares y realidades muy diferentes. Una música que queremos seguir entonando y llevando a nuestros ambientes de vida y de compromiso, viviendo el sueño misionero de llegar a todas las personas.

Porque si algo ha estado claro desde la convocatoria de este Congreso, es que iniciábamos un proceso, donde tan importante como la meta lo es el propio camino. Se trataba de mirar hacia el futuro, de mirar y construir juntos.

Tres palabras están siendo clave: sinodalidad, discernimiento, espiritualidad. Palabras que transmiten dinamismo, apertura, escucha, diálogo, misión. Escucha y diálogo entre nosotros, con el mundo, en Iglesia.

Las páginas del Instrumentum Laboris que se ha hecho público y que recoge el trabajo realizado por los numerosos grupos y miles de personas, en el precongreso, reflejan todo esto con claridad. Desde toda esa vida compartida, desde las llamadas y retos que hemos ido señalando, es momento de dar un paso más y preguntarnos: ¿Qué actitudes convertir?, ¿qué procesos activar?, ¿qué proyectos proponer?

Conviene no perder de vista el horizonte que nos sitúa tanto el objetivo del congreso como en el proceso abierto: «Impulsar la conversión pastoral y misionera del laicado en el Pueblo de Dios, como signo e instrumento del anuncio del Evangelio de la esperanza y de la alegría, para acompañar a los hombres y mujeres en sus anhelos y necesidades, en su camino hacia una vida más plena».

De ahí que el propio documento se estructure desde los tres verbos de la etapa precongresual: Reconocer, interpretar, discernir. Destacamos algunos puntos e invitamos desde estas páginas a la lectura del Documento que tenemos disponible en la página web del Congreso. Retomar el trabajo realizado, ahora desde las conclusiones del Congreso, recoger las llamadas y retos descubiertos, dando a nuestro caminar un nuevo impulso. No olvidemos «la melodía».

Reconocer, con humildad, simpatía, coraje y lucidez. Reconocer luces y sombras, signos de esperanza y retos. Constatamos una mayor conciencia de nuestra identidad laical, destacamos la importancia de la comunidad, de crecer en corresponsabilidad. Nos alegra el impulso misionero de muchas comunidades, el convencimiento de que la propuesta del Evangelio es propuesta liberadora para nuestro mundo. Conscientes que este nuevo tiempo trae nuevas preguntas y retos que debemos abordar: el reconocimiento del papel de la mujer en la Iglesia, responder al clamor de los pobres y de la tierra, las migraciones, la era digital, la riqueza que aportan tantos jóvenes. No podemos mirar hacia otro lado.

Conscientes también de la debilidad de nuestras comunidades y la vivencia sacramental, del exceso de clericalismo, de la necesidad de profundizar en el significado de la vocación laical, de formación, de profundizar en las implicaciones sociales de la fe, de una mayor síntesis entre fe-vida, de contar con comunidades acogedoras, de crear sinergias, de abrirnos a los otros.

Son estímulo, llamada y reto, el compromiso de tantos laicos y laicas en la construcción de un mundo mejor, el papel de muchas entidades en la acción socio-caritativa, el reto de las migraciones. Preguntarnos cómo seguir proponiendo el Evangelio, avanzar en una pastoral de la cercanía, del encuentro. Cuidar las relaciones, el diálogo con el mundo, ayudar a descubrir a Dios presente en la historia.

Interpretar. Desde el convencimiento profundo que la vocación laical es don, respuesta agradecida al amor de Dios que llama a colaborar en su proyecto de Amor, vida entregada a los demás. Recordamos las palabras de Evangelii gaudium: «Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo» (nº 273).

Necesitamos profundizar en dicha vocación, reconocernos como enviados por la Iglesia, siendo «levadura y sal», en nuestros ambientes cotidianos: la familia, el trabajo, el barrio, el pueblo, la política, la economía, la educación, la cultura…, sabiendo de dificultades, miedos, incoherencias, con un mundo que va «demasiado rápido». Vivirnos corresponsables, siendo Iglesia samaritana, a la escucha. Necesitados de conversión, haciendo nuestro el modo de vida de Jesucristo, comunicándolo a los demás como Buena Noticia. La profundización en la Doctrina Social de la Iglesia en esto es clave.

Laicos y laicas que tratan de vivir con coherencia su vida, que viven su compromiso evangelizador, libres, creativos, a la escucha «de los signos de los tiempos», que cuidan el encuentro, que construyen fraternidad, expertos en humanidad. Un laicado que cuida la formación, la espiritualidad, que hace camino con otros, en comunidad.

Elegir. Recordamos las preguntas que debemos hacernos ¿Qué actitudes convertir? ¿Qué procesos activar? ¿Qué proyectos proponer? Que trataremos de responder en el contexto de los cuatro itinerarios que se abordan en el congreso: Primer anuncio, acompañamiento, procesos formativos y presencia en la vida Pública.

Proponer cauces para una conversión misionera, cuidar la espiritualidad. Contamos con instrumentos que constituyen una ayuda eficaz: la revisión de vida, la oración personal y comunitaria, los sacramentos, el proyecto persona de vida cristiana, por señalar algunos. Conversión personal y comunitaria, fortaleciendo el sentido de comunidad. Acompañarnos en este proceso hacia la santidad de la que nos habla el papa Francisco en Gaudete et exsultate, integrando formación y acción, cuidando unos de otros.

Vivir la corresponsabilidad, ser protagonistas en el seno de la Iglesia, implicarnos en sus estructuras, soñar y discernir nuevas formas de participación, mejorar las existentes, que sean verdadero reflejo de comunión, superando clericalismos.

Asumir un mayor compromiso en el mundo, presentando los valores del Evangelio en tantos espacios donde se niega la dignidad de las personas, cuidar a las familias, cuidar la casa común.

La publicación que recoge el Instrumentum Laboris tiene en la portada una mano que sostiene una bombilla, una luz que se ofrece. En los diferentes Boletines de Contenidos que se han ido difundiendo en este tiempo de preparación, siempre ha habido un faro. El material-cuestionario «Laicado en acción» nos ofrecía un paseo concurrido, una multitud de personas, caminando. Tres imágenes sugerentes. Imágenes que invitan a soñar, a imaginar, a salir. «Vivir el sueño misionero de llegar a todas las personas». Laicado en acción. Ahí vamos tarareando «Pueblo de Dios en salida».

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El laicado: misión en el mundo y para el mundo

Colaboraciones

El laicado: misión en el mundo y para el mundo

15 febrero 2020

La Iglesia del siglo XXI necesita articular modos de proceder y atender los procesos históricos, en los que laicos y laicas puedan desarrollar su compromiso cristiano en, y para, un mundo en vertiginosa e incierta transición, enfrentado a numerosas encrucijadas.

Sebastián Mora Rosado | Profesor de Filosofía de la Universidad Pontificia de Comillas

Al cristiano no le está permitido huir del mundo. Extra orbem nulla salus (fuera del mundo no hay salvación). La salvación cristiana es histórica y requiere mediaciones históricas para desplegar su potencial liberador.

Los creyentes somos «una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar» (Evangelii gaudium, 273). Y esta «misión que somos en esta tierra» nos exige arriesgar y volver a empezar con alegría (Cfr. EG 3), no como una «heroica tarea personal, ya que la obra es ante todo de Él» (EG 12) sino como don recibido y acogido.

Escenarios de misión y compromiso

Este contexto transicional en el que vivimos y arraigados desde el espacio tensional de la misión, emergen múltiples apelaciones de la realidad, diferentes demandas de la sociedad e infinitas voces que siguen «gimiendo bajo dolores de parto» (Rom 8, 22) en este mundo inmisericorde. Para poder delimitar la ingente misión a la que somos llamados precisamos de una especial finura espiritual, emocional e intelectual. Sin ánimo de agotar la tarea voy a proponer, como esquema para el discernimiento, un marco general que nos permita articular un modo de proceder de los laicos en el mundo y para el mundo y, a continuación, algunos procesos históricos específicos que, en estos momentos, constituyen una misión sustancial para el compromiso cristiano.

«Interrumpir la historia»: desvelar, vincular y recrear

En Evangelii gaudium, citando la Instrucción Libertatis nuntius, nos recuerda el papa Francisco que «la Iglesia, guiada por el Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por la justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas» (EG 188). Escuchar y responder al clamor por la justicia que brota de un mundo roto. Mundo, que está exigiendo sacrificios humanos para poder mantener el statu quo de algunos a consta de otros. Esta dinámica acelerada, sorda y ciega al sufrimiento requiere de «cortafuegos» (Bordieu) sociales y culturales para «interrumpir la historia» (Walter Benjamin). Interrumpir la historia significa desvelar procesos, vincular relaciones y recrear alternativas.

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Que el consumo no nos consuma

Colaboraciones

Que el consumo no nos consuma

20 diciembre 2019

Maite Valdivieso | Militante de la HOAC

«Se está invisibilizando que por el oro y el petróleo se están arrasando pueblos y personas». Estas palabras nos transmitían en su visita a Bilbao el mes pasado, el obispo de Aguarico en Ecuador Mons. Adalberto Jiménez y el misionero capuchino navarro Txarli Azcona, tras su participación en el Sínodo de la Amazonia en Roma.

Nos contaban que «ha ocurrido algo muy importante. Se han escuchado distintas voces y pensamientos. El Sínodo nos ha marcado una vida sobria y eso nos implica a todos». Apelaron frente al consumo desmedido la necesidad imperiosa de consumir con responsabilidad, porque «o salvamos la Amazonia entre todos o esto revertirá en todo el planeta». No faltaron en su intervención el recuerdo a los misioneros Alejandro Labaka e Inés Arango, asesinados en esas tierras. Tierras de una gran riqueza en recursos naturales: petróleo, minerales, madera. Son tierras expoliadas con una voracidad sin límites y donde las poblaciones, especialmente las poblaciones indígenas, son condenadas a la pobreza, no reconociendo sus derechos y su dignidad. Se trata de una realidad de vida o muerte.

Pero no se trata de que en nuestra sociedad se consuma mucho, sino que nos encontramos en una sociedad consumista, lo que implica un modo de entender, orientar y vivir el consumo, desde la creencia de que es necesario un consumo siempre creciente, absolutizando así el beneficio. Participar de ese consumo ilimitado además se vive como signo de éxito social, camino de felicidad, dotando incluso de identidad. Se trata de un modo de pensar que hace razonable situarse ante la vida como si todo fuera objeto de consumo, manifestándose en una insatisfacción permanente, de la que la publicidad sabe sacar un buen partido. Consumir sin parar, siempre lo último, lo novedoso, sin parase a ver las consecuencias para las personas o el planeta.

Una sociedad que entona como propia la canción de Luis Eduardo Aute: «Rezan las leyes básicas/ de una curiosa ética/ que el hombre es una máquina/consumidora intrépida… Producto, consumo, este es el triste tema de esta canción». Vivimos en una sociedad de la hiperproducción y del hiperconsumo, donde el mercado y el marketing van trastocando la conciencia del necesitar, llevando a una espiral sin límite.

Como señala el papa Francisco al inicio de Evangelii gaudium: «El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien».

Hace casi cien años, Walter Benjamín decía que «en el capitalismo hay que ver una religión», al presentarse como una «experiencia de la totalidad». Pero una religión solo de culto, donde todos los días «son de precepto», sin dogmas, ni moral. Ese culto se lleva a cabo mediante el consumo. Toda religión tiene un dios. Aquí el dinero se convierte en dios. Dinero que da seguridad, es todopoderoso y omnipresente, garantiza el futuro. Tal vez podría tener sentido retomar las palabras de salmista: «Te amo, Señor, tú eres mi roca, mi fortaleza». Un dios al que hacemos procesiones y que visitamos en sus templos-centros comerciales. El consumo se convierte en una vivencia, en una ocupación del tiempo libre, elegimos entre las múltiples mercancías con sus respectivas marcas con las que nos identificamos. Tiendas, restaurantes, negocios, lugares de ocio se mezclan. Se consume como distracción, como si no se consumiese.

Siguiendo en nuestra reflexión a J.I. González Faus, el capitalismo no ofrece una cosmovisión que intente responder a las cuestiones fundamentales del ser humano, solo exige un culto incondicional, aceptando incluso como inevitable los sacrificios humanos. El dinero es profundamente idolátrico. Llamamos dios a lo que es obra humana. En lugar de religión tal vez sea más propio hablar de idolatría. Podemos recordar la escena del Éxodo (Ex 32), la adoración del becerro de oro. Pone el oro a la altura de dios, a la vez que considera el oro como obra humana con forma de animal. El dinero rompe la igualdad que es el objetivo mayor de Dios entre los hombres como expresión de la fraternidad. El dinero acaba haciendo esclavo al ser humano y le priva de la verdadera libertad.

Lutero insistía que la comunidad cristiana debería ser un ámbito donde no rigen las leyes de la economía monetaria. Los cristianos deberían manifestar al Dios verdadero con su conducta en cuestiones económicas. Por eso añade: «Siempre he dicho que los cristianos somos gente rara en la tierra». Pero esa rareza permite comprender que la frase de Jesús «No podéis servir a Dios y al dinero» tiene una traducción laica bien clara: no podéis servir al hombre y al dinero.

Santiago Álvarez en La gran encrucijada, habla del papel de las religiones en la construcción de visiones que religuen lo humano con la naturaleza, promuevan la fraternidad entre una humanidad escindida, defiendan los recursos que son comunes y desmitifiquen los ídolos de opresión y muerte.

El papa Francisco nos llama en Laudato si’ a la conversión ecológica, desde el convencimiento de que el Evangelio de Jesús tiene consecuencias en nuestra forma de pensar, sentir y vivir, alimentando la pasión por el cuidado del mundo, por cada persona, desde la convicción de que «menos es más». Como insistía Cáritas en una de sus campañas «Vive sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir».

Cambiar el estilo de vida (LS 206) ejerciendo una sana presión sobre los poderes político, económico y social. No olvidar que comprar es siempre un acto moral y no solo económico. Necesitamos romper con una cultura consumista, plantearnos un consumo responsable. Probar a preguntarnos: qué comprar, por qué, cuándo, quién lo ha hecho, en qué condiciones, con qué, cómo, para qué…

«Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo» (LS 228). Alentando una cultura del cuidado que impregne toda la sociedad (LS 231).

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Gonzalo Ruiz, presidente de la HOAC: «Nuestra democracia no está dando respuesta a los trabajadores pobres, precarios y excluidos»

Iglesia, Mundo obrero y del trabajo

Gonzalo Ruiz, presidente de la HOAC: «Nuestra democracia no está dando respuesta a los trabajadores pobres, precarios y excluidos»

20 septiembre 2019

Publicamos la versión extendida de la entrevista publicada en el número 1.620 de la revista Noticias Obreras (septiembre 2019) en la que, por razones obvias de espacio, aparece solo una síntesis.

Abraham Canales, director de Noticias ObrerasPasados dos años desde que fue elegido presidente general de la HOAC, nos atiende para conversar sobre la situación laboral, social y eclesial en este complejo tiempo y sobre los retos más inmediatos.

¿Cómo es el pulso en la HOAC en estos momentos?

Estamos esperanzados y preocupados. Seguimos empeñados en vivir las alegrías y las penas de nuestros hermanos y hermanas de trabajo, acompañando a hombres y mujeres que sufren las consecuencias del paro y la precariedad, que no ven salidas a las situaciones de inseguridad y provisionalidad en que muchas familias viven su día a día. Seguimos caminando con esperanza, porque sabemos de Quién nos fiamos, pero también con preocupación, porque son muchos y muy graves los problemas que aquejan a amplios sectores del mundo obrero y del trabajo más empobrecido. Veo mucho dinamismo e implicación de los y las militantes en sus realidades más cercanas. Comunitariamente seguimos estando muy presentes en las realidades diocesanas más precarias y empobrecidas.

¿Cuáles son las prioridades del próximo bienio?

Para el bienio 2019-2021 hemos acordado centrarnos en tres prioridades. La primera tiene que ver con «los medios para construir prácticas de comunión de bienes, vida y acción con el mundo obrero empobrecido». Se trata principalmente de seguir desarrollando los procesos y dinámicas, que desde hace cuatro años venimos desarrollando, para ir haciendo vida las líneas de actuación aprobadas en la anterior asamblea general.

La segunda prioridad, «crecer en vida de comunión en la HOAC al servicio de la triple comunión con el mundo obrero empobrecido». Crecer en la triple comunión es uno de los elementos centrales de lo acordado en nuestra XIII Asamblea General, por ello transcurridos ya cuatro años de la celebración de la asamblea, nos planteamos cómo seguir creciendo en la triple comunión y que avances hemos tenido en estos últimos años, para seguir impulsándolos e incrementándolos.

La tercera prioridad, «preparar y celebrar la XIV Asamblea General de la HOAC», va a requerir del esfuerzo y participación de todos y todas las militantes de la HOAC, por todo lo que supone de reflexión y discernimiento comunitario para seguir dando respuesta a los retos que la realidad del mundo obrero y del trabajo nos plantea para seguir desarrollando en él nuestra tarea evangelizadora.

La situación de precariedad y de descarte es galopante. Hemos salido de la Gran Recesión económica, pero permanece una gran crisis social. Según FOESSA, millones de personas, además de sufrir este sistema, se sienten desvinculadas…

Para la HOAC, la suerte de estos más de ocho millones de personas que se encuentran en situación de paro, precariedad en el empleo, exclusión social… han de ser el eje vertebrador de cualquier acción de gobierno que se precie de procurar el bien común. El gran problema de nuestra democracia es que no está sabiendo dar respuesta a estos millones de personas, que no solamente no están mejor que antes de la crisis sino que están peor y se ha cronificado su situación. Nuestra sociedad es cada vez más dual, las desigualdades entre unos sectores y otros de la sociedad son cada vez mayores y eso genera una gran desestructuración social, familiar y personal, con todo lo que ello conlleva de sufrimiento de las personas. Con esas personas, en esos lugares estamos llamados a estar presentes, acompañando, recorriendo el camino juntos, mostrando nuestro solidaridad y cercanía, la Iglesia ha de estar allí donde la persona sufre, donde se le niega su dignidad de hijos e hijas de Dios.

¿Cómo acompañan los militantes de la HOAC estas precariedades? ¿Es la campaña Trabajo digno para una sociedad decente una respuesta?

En unos casos, son los propios militantes de la HOAC los que están en situación de precariedad, por tanto, ellos mismos, junto a sus compañeros y compañeras de trabajo, tratan de concienciarse y luchar por sus derechos y su dignidad. En otros, están presentes en las realidades obreras de nuestros barrios y pueblos, participando en distintos colectivos y entidades, en las mismas empresas y centros de trabajo, en la acción sindical o política.

La campaña Trabajo digno para una sociedad decente no solo pretende denunciar la situación, sino que pretendemos acompañar a estos trabajadores y trabajadoras en su lucha por conseguir un trabajo digno y con derechos que les permita vivir con dignidad a ellos y sus familias.

La valoración de la campaña es muy positiva, pues, aunque modestamente, está sirviendo para concienciar a los trabajadores y a la sociedad, mediante la denuncia, también en el acompañamiento de las personas, y en la aportación de propuestas para conseguir que el trabajo sea cada más digno y con derechos. Poco a poco, la campaña está sirviendo para poner en el centro de nuestra tarea evangelizadora el trabajo como elemento central para la consecución de una sociedad decente.

De cara la próxima asamblea general (agosto 2021), una de las características del proceso es que toda la militancia participa… ¿Podría contarnos cómo se construyen las propuestas o temas? ¿Sobre qué prioridades cree usted personalmente que puede profundizar la asamblea?

En la próxima reunión de Comisión General que celebraremos el 8 y 9 de noviembre tendremos un primer diálogo sobre el contenido de la misma, a partir de ahí se elaborará una propuesta que será enviada a los miembros de Comisión General que en la reunión del mes de marzo, una vez dialogada, aprobará una propuesta que será enviada a los militantes y equipos para su reflexión y dialogo en las asambleas diocesanas, que a su vez mandaran sus aportaciones para ser dialogadas en el Pleno General de Representantes del mes de julio de 2020. De ahí surgirá la propuesta de contenidos a tratar en la Asamblea General. Una vez hecho esto las propuestas vuelven a los militantes para tratarlas de nuevo incorporando nuevas aportaciones e ir avanzando en las propuestas y acuerdos, que de nuevo son tratadas en las asambleas diocesanas y en un nuevo Pleno General de Representantes a celebrar en junio de 2021, donde se ordenan los acuerdos y propuestas que serán dialogadas en la Asamblea General a celebrar en agosto de 2021.

Como puede apreciarse, es un proceso muy participativo y dinámico en el que están implicados todos los y las militantes hoacistas.

Por lo que venimos dialogando en los distintos espacios comunitarios existentes, hay un acuerdo muy generalizado en seguir profundizando y haciendo vida las distintas propuestas de vida y acción acordadas en la anterior asamblea, son propuestas de largo recorrido que necesitan tiempo para asentarse y hacerlas vida comunitariamente, tendremos que seguir profundizando en los retos que nos plantea la evangelización del mundo obrero más empobrecido y excluido. Cómo dar respuesta a las necesidades más apremiantes de los trabajadores precarios, pobres, excluidos…, es un reto permanente para la Iglesia y para la HOAC dentro de ella. Estar cerca de los pobres, de los que sufren, de los marginados, de los excluidos es una exigencia evangélica que permanentemente nos llama a salir a su encuentro, buscar soluciones, innovar…

También deberemos profundizar en la extensión de la HOAC, en nuestra presencia pública como movimiento de la Acción Católica para la Pastoral Obrera y en la iniciación e incorporación de nuevos militantes al movimiento.

La cultura del encuentro frente a la cultura del descarte que provoca este sistema. ¿Cuáles son los retos para promoverla?

Está claro, el papa Francisco nos lo recuerda continuamente, esta es una sociedad del descarte y la exclusión, frente a ella no queda otra que proponer una cultura del encuentro, en la que el centro sea la persona. Tenemos que promover una cultura en la que prime el acuerdo y el diálogo, en la que se procure el bien de las personas, que haga posible una vida digna para todos y todas, que les permita desarrollarse en su totalidad, en su integridad. Para ello es necesario promover una cultura del encuentro donde prevalezca el acuerdo y el diálogo, donde sea posible la comunión y cooperación por la existencia, donde se promuevan y desarrollen los valores del Evangelio, en definitiva una sociedad en la que el Evangelio se haga cultura. Donde pasemos de «luchar por la existencia» a «cooperar por la existencia», como decía Guillermo Rovirosa.

Con una trayectoria muy consolidada de la iniciativa Iglesia por el Trabajo Decente… ¿qué opinión le merece?

Me parece un acierto total haber promovido esta iniciativa, ha abierto un camino nuevo de cooperación intraeclesial muy interesante. Está permitiendo sumar fuerzas y promover acciones que, de otro modo, tendrían menos repercusión e incidencia tanto en la sociedad como en la Iglesia. Por otra parte me parece esencial que distintas organizaciones de Iglesia trabajen en común sobre un asunto que, en mi humilde opinión, debería ser central para toda la Iglesia, como es la pretensión de promover el trabajo decente como elemento fundamental para que los trabajadores y trabajadoras puedan desarrollar una vida digna para ellas y sus familias y puedan aportar y contribuir al desarrollo y promoción de una sociedad decente para todos y todas, sin excluidos y descartados.

Sería interesante, que habiendo transcurridos ya unos cuantos años desde su puesta en marcha, se hiciera una valoración y se reflexionara sobre que otros pasos se podrían dar para seguir avanzando en propuestas concretas  que nos ayuden a desarrollar actuaciones que nos ayuden a ir consiguiendo un trabajo decente en nuestra sociedad.

Finalizado el proceso de reflexión con la Conferencia Episcopal Española (CEE), ¿cómo seguir avanzando? ¿Qué debería reforzar la Iglesia hoy?

Hay que avanzar en un mayor protagonismo de los laicos al interior de la Iglesia, todo ello tiene que traducirse en medidas concretas que hagan posible una mayor corresponsabilidad laical en las tareas pastorales. Es necesario que se establezcan cauces de diálogo permanente de nuestros obispos con los movimientos de la Acción Católica, General y Especializada, para seguir abordando cuestiones relacionadas con nuestra tarea y misión. Sobre todo, en lo referido a nuestra presencia en los distintos ambientes, propios de nuestros movimientos donde estamos llamados a hacer presente el Evangelio.

Para que los laicos tengamos cada vez más protagonismo en la Iglesia es necesario ir adecuando las estructuras eclesiales a la realidad social que estamos viviendo y a la necesidad de salir al encuentro de nuestros hermanos y hermanas del mundo obrero y del trabajo para darles a conocer a Jesucristo. En este sentido es necesario dar un apoyo decidido a los movimientos apostólicos, darlos a conocer en muchas realidades eclesiales dónde ni siquiera se les conoce y dotarles de medios humanos y materiales para que puedan desarrollar mejor su tarea evangelizadora.

¿Está en la agenda de la CEE un nuevo encuadramiento para la HOAC en el ámbito de la pastoral?

Oficialmente no sabemos nada, pero parece que en la reestructuración de la organización que está preparando la Conferencia Episcopal hay intención de encuadrar la Pastoral Obrera dentro de la Pastoral Social. Lo importante para nosotros, más allá de donde esté encuadrada la Pastoral Obrera, es que pueda seguir desarrollándose y haciéndose vida la tarea que tenemos encomendada por la Iglesia de evangelizar al mundo obrero y del trabajo. Creemos que esta tarea es más necesaria que nunca, sobre todo en los sectores más empobrecidos y excluidos, donde no dejan de aumentar el paro y la precariedad y como consecuencia de ello la pobreza y la exclusión social. La Iglesia tiene que seguir haciéndose presente en esas realidades, acompañando a las personas, denunciando las situaciones de injusticia, promoviendo la dignidad de las personas, acompañándolas en la promoción personal y familiar que les permita salir de las situaciones de postración en las que se encuentran. Ahí es necesario estar, seguir ofreciéndoles el proyecto de humanización que nos ofrece Jesucristo.

Para la CEE, una de las prioridades del próximo curso es la celebración del Congreso de Laicos, ¿cual está siendo la implicación de la HOAC?

Allí dónde hay militantes de la HOAC hay implicación en la preparación del Congreso, bien sea participando en las reuniones preparatorias que se han convocado en las distintas diócesis, o bien haciendo aportaciones a los departamentos o delegaciones de apostolado seglar existentes en las diócesis. La implicación varía según las diócesis, ya que la estructura organizativa no es homogénea.

Además, la Comisión Permanente está participando en las distintas jornadas generales que a lo largo de este tiempo se han convocado. Por otra parte, también hay algunos militantes de HOAC participando en la Comisión de contenidos que está preparando el congreso.

¿Qué valoración hace de la trayectoria de la Pastoral Obrera de Toda la Iglesia después de 25 años de recorrido?

La valoración de estos veinticinco años es muy positiva, se han desarrollado numerosas iniciativas y reflexiones en la mayoría de las diócesis durante todo este tiempo y, a nivel general, se ha orientado y potenciado toda esta actividad pastoral mediante las jornadas anuales que desde entonces se han venido celebrando, que han sido sin duda un lugar de encuentro y reflexión muy importante. Destacando que todo ello no hubiera sido posible sin la coordinación y animación realizada por el Departamento de Pastoral Obrera de la Conferencia Episcopal.

Como decía anteriormente, la Pastoral Obrera hoy es más necesaria que nunca, ya que las condiciones de trabajo y vida de millones de trabajadoras y trabajadores no han hecho sino empeorar en los últimos años. Por tanto, la atención pastoral de tantos hermanos y hermanas nuestras no creo que esté en discusión. La Iglesia tiene que seguir haciéndose presente, ya que el trabajo, como dice el papa Francisco, es clave en toda la cuestión social y, por tanto, hemos de acompañar esas realidades obreras que sufren el paro, la pobreza y la exclusión.

Esta tarea pastoral ha de seguir realizándose en las realidades obreras de nuestros barrios y pueblos, en los centros de trabajo, en las organizaciones sindicales y ciudadanas y, en general, en todas aquellas realidades donde estén presentes hombres y mujeres del mundo del trabajo. Nuestra presencia no ha de ser de cualquier manera, ahí hemos de estar acompañando a las personas, contribuyendo a un cambio de mentalidad, que haga posible ir construyendo otra vida, más acorde con los valores del Evangelio, dónde la persona pueda desarrollarse en su integridad y pueda tener una vida digna para él y su familia. Promover un cambio en las instituciones para que estén cada vez más al servicio de las personas, en especial de las más pobres, promoviendo iniciativas, proyectos, empresas que hagan visible que otra forma de construir la sociedad es posible, donde la persona esté en el centro y no el lucro.

Recientemente, la CEE ha considerado revitalizar las Semanas Sociales para «la difusión de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), especialmente en cuestiones como el desempleo o la vida cultural y política». Estamos ante un nuevo proceso de carácter general, ¿qué opinión le merece este instrumento?

Me parece una iniciativa muy interesante. Si de algo estamos especialmente necesitados los cristianos es de fortalecer y potenciar la dimensión social de nuestra fe, tenemos una grave carencia. La DSI es una gran desconocida, no solo entre los laicos sino entre los sacerdotes. Por tanto, hay que felicitarse por esta iniciativa que se quiere poner en marcha. Estaremos atentos a su desarrollo.

¿Qué le ha parecido el proceso de investidura del Gobierno de España?

Nos falta cultura política del pacto y el acuerdo. Los millones de trabajadores y trabajadoras que siguen sumidos en la precariedad, el paro, la exclusión y la pobreza, no están para dilaciones y experimentos. Los dirigentes políticos, en general, son poco sensibles a las verdaderas prioridades que el mundo obrero y del trabajo tienen. La falta de gobierno posterga la toma de medidas urgentes que permitan a estos millones de personas que se encuentran en la exclusión y la pobreza severa vivir con mayor dignidad y, sobre todo, les permita salir de esa situación de deterioro personal y familiar en el que se encuentran.

La falta de gobierno hace que las reformas estructurales, necesarias y urgentes que necesita nuestra sociedad no se acometan y por tanto prolonga la incertidumbre y el sufrimiento de los colectivos más débiles y desfavorecidos: inmigrantes, mujeres, jubilados, mayores de 45 años, jóvenes, niños…

¿Cómo son las relaciones con el mundo del trabajo, con los sindicatos?

Están en un buen momento, son unas relaciones muy fluidas. El contacto con ellos es muy natural, al hilo de las tareas cotidianas. Nos une la preocupación por las condiciones de vida y trabajo de millones de trabajadoras y trabajadores. Cada uno, desde su especificidad, puede aportar todo su saber para que la atención y acompañamiento, sobre todo de los trabajadores precarios y en paro, no sean dejados de lado y sea una prioridad central en el hacer diario de la actividad sindical y en nuestra tarea apostólica.

Los sindicatos valoran muy positivamente la actuación decidida del papa Francisco poniendo el trabajo digno como un elemento esencial para que el trabajador y la trabajadora puedan vivir con dignidad, formar una familia y poder participar de una forma plena en la vida social en la que viven.

¿Considera necesario tener un espacio propio de relación entre la CEE y los principales sindicatos del país?

La Iglesia ha de estar atenta a cuanto ocurre en la realidad social, a la que está llamada a evangelizar, a llevar el Evangelio a todos los rincones de nuestro país, por tanto, si esto es así, ha de estar preocupada por lo que les ocurre a los millones y millones de trabajadores y trabajadoras que conforman nuestra sociedad, ha de estar interesada por cómo se resuelven los problemas que les afectan. Los primeros y principales vienen por las malas condiciones de trabajo, precariedad en el empleo, paro, retribuciones insuficientes, siniestralidad laboral, etc., que llevan a la exclusión y a la pobreza. Uno de los actores principales para la resolución de estos problemas son los sindicatos, por tanto, si nuestros obispos están preocupados por la suerte de estas familias trabajadoras han de conocer su situación y problemática y han de alentar la toma de medidas que tiendan a la resolución de estos problemas, y han de abogar, entre otras cuestiones, por impulsar el diálogo social y la puesta en marcha de medidas que resuelvan las situaciones existentes.

Ahora bien, este diálogo se ha de producir de forma paulatina, en la medida que esa preocupación social se vaya haciendo más patente, participando en foros sociales, propiciando encuentros y diálogos desde lo concreto. Poniendo de manifiesto aquello que nos une en la preocupación por la promoción humana de las personas, para que vivan con dignidad y puedan desarrollar su vida personal y familiar con plenitud.

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Abraham Canales: «El trabajo es clave para entender el pontificado de Francisco»

Mundo obrero y del trabajo

Abraham Canales: «El trabajo es clave para entender el pontificado de Francisco»

30 mayo 2019

José Luis Palacios | Dado el seguimiento continuo y la presencia en citas claves que la actividad diaria le ha proporcionado, el director de esta revista recibió el encargo de elaborar un libro sobre el magisterio y la acción pastoral de Francisco en torno al trabajo titulado No os dejéis robar la dignidad. Le entrevistamos como un autor más de Ediciones HOAC.

Ha vuelto a leer sistemáticamente y en profundidad los más importantes mensajes de Francisco sobre el mundo del trabajo, cuya actividad, como director de esta revista, sigue día a día. ¿Siguen teniendo la misma fuerza y clarividencia que cuando se acercó a ellos por primera vez?

El reto era ofrecer un referente sobre el pontificado de Francisco y la importancia que otorga al trabajo para todas aquellas personas interesadas en la promoción del trabajo decente, sean o no cristianas. De hecho, se ha convertido ya en una obra de consulta constante para mí.

Su pensamiento resiste, es actual y mira al futuro, por cuatro motivos que me atrevería a señalar: primero, las malas condiciones de trabajo y la falta de este son una preocupación humana, como dice Francisco, y por tanto, una preocupación de la Iglesia, que no puede quedarse al margen de la lucha por la justicia social; segundo, el sistema económico que expulsa del trabajo decente a millones de personas en el mundo, y el paradigma tecnocrático son un desafío de primera magnitud, sino, el principal, para el conjunto de la humanidad y, por tanto, para la Iglesia; tercero, el Papa, en continuidad con el magisterio de la Iglesia, señala que el trabajo es parte del plan de amor de Dios para el cultivo y cuidado de la creación y es, fundamental para la dignidad de la persona; y cuarto, en Evangelii gaudium y en Laudato si’, dos de los principales textos del pontificado, aparecen estas cuestiones como una constante.

¿Qué ha encontrado al tener que abordar los mensajes con la serenidad que no siempre permite la actualidad?

Veo una insistencia mayor para situar el trabajo como la clave principal de toda la cuestión social, hasta marcar su pontificado. Así lo reflejan sus textos. Además, su actitud de escucha y de diálogo, como forma de gobierno de la Iglesia, le ha llevado a entablar una relación importante con los movimientos populares, que son trabajadores excluidos, con las organizaciones sindicales o en las principales instituciones relacionadas con el ámbito laboral, lo que muestra que este no es un tema menor o una formalidad, sino un compromiso claro y sostenido en este tiempo.

Tierra, techo y trabajo, sobre todo trabajo, es el criterio de justicia y la garantía para la inclusión de los trabajadores pobres, y así lo asume. Francisco plantea la necesidad de preservar el trabajo y su acceso por parte de todos para tener una vida digna. Trabajo, tiempo y tecnología es el segundo juego de tres «T» que sintetiza Francisco como parte de las respuestas.

La persona y el trabajo son inseparables, está en juego la dignidad, por lo que se necesitan cambios en el funcionamiento de la economía que han de llevarse a cabo desde el diálogo y el protagonismo de todos los agentes implicados pero, sobre todo, de los trabajadores y las trabajadoras. En su mensaje en la conferencia internacional con los sindicatos, celebrada en 2017, hay suficientes referencias a la importancia que el Papa les otorga. Me quedo con las insistencias sobre el sentido profético y la necesidad de unidad y justicia junto a los trabajadores más precarios y excluidos.

El teólogo Elio Gasda dice que «no se puede construir el Reino de Dios al margen del trabajo humano». Quizás desde esta visión se pueda comprender mejor la importancia del trabajo decente y la necesidad de cambiar todo lo que imposibilita una vida buena.

¿Cómo es la mirada de Bergoglio hacia el trabajo?

Es una mirada teológica, está en el centro de su tarea pastoral. No se puede entender el pontificado de Francisco sin la clave del trabajo decente. Por eso, ha puesto mucho empeño en abrir diálogos con los sindicatos, con los movimientos populares… En las visitas pastorales a las diócesis y en sus visitas a las instituciones políticas, económicas y laborales ha insistido en abordar la situación del trabajo, el desempleo, la pobreza laboral, el descarte de personas… La solidaridad humana y la práctica del diálogo social son algunos rasgos que profundizan esta mirada.

¿Cómo es la relación de Papa con las organizaciones del mundo del trabajo?

Con los movimientos populares tiene una relación privilegiada de proximidad. Prueba de ello son sus tres encuentros en continuo y fructífero diálogo. No hay constancia de tal insistencia con ningún otro colectivo. Su relación con ellos viene de su etapa de arzobispo de Buenos Aires.

A los sindicatos les otorga una gran relevancia. En cierta lógica, se convierten en aliados en la defensa del trabajo decente. Francisco camina junto a los sindicatos y los movimientos populares, practicando la cultura del encuentro. La Iglesia que impulsa es cercana al pueblo trabajador, le acompaña en su lucha y une su voz para reclamar tierra, techo y, sobre todo, trabajo.

¿Cuáles son las insistencias de Francisco cuando dialoga con los sindicatos, con los movimientos populares y con los empresarios?

A los sindicatos les pide que sean una voz importante en este mundo tan cambiante; que tomen la iniciativa en el marco de la Cuarta Revolución Industrial; que sean promotores de la cultura del encuentro y del cuidado; que favorezcan el diálogo a todos los niveles; que incorporen a los trabajadores más precarios y excluidos; que sean fieles a su misión de defender los intereses de toda la familia trabajadoras; que eduquen una conciencia en solidaridad, respeto y cuidados, generando nuevos hábitos y reclamando políticas públicas.

A los movimientos populares, que sigan superando las grandes situaciones de injusticia luchando por tierra, techo y trabajo; que sigan siendo sembradores de cambio generando procesos. Les propone algunas tareas, entre las que destaca: el desarrollo de una economía comunitaria, de inspiración cristiana, una economía popular y solidaria que logre crear trabajo; que sigan abriendo caminos y luchas; que sigan sanando el sistema atrofiado que descarta; que sigan ejercitando la solidaridad y se incorporen al debate público, a la política, con vocación de servicio y humildad al servicio del prójimo. Y, sobre todo, llama a no perder la esperanza.

A los empresarios, que sean buenos empresarios, es decir, que se alejen de la cultura especulativa, dialoguen con los trabajadores, que pacten; que se hagan cargo de los desafíos del trabajo actuando con justicia y solidaridad humana; que favorezcan una cultura de trabajo decente. Los empresarios son fundamentales para una buena economía. Francisco dibuja el perfil del buen empresario en una de sus visitas pastorales: el que conoce a sus trabajadores, porque trabaja con ellos; tiene la experiencia de la dignidad del trabajo; comparte con ellos las alegrías y las preocupaciones, crean juntos.

¿Qué le puede aportar al lector o lectora el capítulo en el que se contextualiza cada uno de sus discursos y se relacionan unos con otros?

Precisamente eso: el contexto en el que se producen y la coherencia que mantiene toda esta actividad con su visión poliédrica del mundo; además del hilo conductor en torno a la cuestión del trabajo que aparece en Evangelii gaudium y Laudato si’. También están en el libro las aportaciones de los movimientos populares en los encuentros, y los consensos alcanzados con las organizaciones sindicales. En ambos casos, está presente mi propia experiencia, al haber participado y, en cierta manera, la del Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos, protagonista también del diálogo con Francisco. Hay también una referencia al dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, que es esencial en la continuidad y la promoción de la acción pastoral impulsada por Francisco para atender a la «humanidad sufriente»

¿Es suficientemente conocido el pensamiento y las preocupaciones de este Papa en relación al trabajo?

Como el de la propia Iglesia y su magisterio social, es ampliamente desconocido, me atrevería a decir, incluso para los miembros de la Iglesia. A pesar de la insistencia de Francisco no es un pensamiento que se pueda incorporar fácilmente a nuestra cultura, por su propio contenido contracultural. Una prueba de ello fueron las reacciones a la entrevista realizada para el programa Salvados. Muchísima gente descubrió sus preocupaciones sociales a partir de ahí. Este libro, modestamente, puede ayudar a promover este pensamiento en movimientos o personas implicados en tareas pastorales o iniciativas relacionadas con el trabajo. Es una labor, minúscula si se quiere, pero era una obligación editar esta publicación para crear puentes y estar en sintonía con los esfuerzos de Francisco y su perseverancia con el sagrado derecho al trabajo.

¿Qué procesos puede reforzar este libro en las comunidades de la Iglesia?

Francisco nos emplaza a los creyentes a ocuparnos del trabajo, de su presente y su futuro: es una misión. Invita al pueblo de Dios a conocer, a vivir y a actuar según la Doctrina Social de la Iglesia. Este es uno de los retos: que este compendio del evangelio del trabajo de Francisco pueda ser un instrumento de formación y de diálogo. También puede serlo para personas no creyentes que quieran conocer y profundizar en la cuestión del trabajo desde una óptica no economicista ni materialista. Vivimos un tiempo de cambio de paradigma en relación con el trabajo y en este proceso, la Iglesia está aportando a este diálogo, también de la mano de sus protagonistas y de quienes sufren las consecuencias de la precariedad, el desempleo y el descarte. La tarea desarrollada por Francisco tiene recorrido en las iglesias y en ámbito locales, sin lugar a dudas, y debería animar a que esta pastoral floreciera y fortaleciera la evangelización del mundo del trabajo.

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Reseña | ¡No os dejéis robar la dignidad!

Colaboraciones

Reseña | ¡No os dejéis robar la dignidad!

18 enero 2019

Berchmans Garrido | Muchos libros centran su atención en el papa Francisco. Este libro de Ediciones HOAC es otro acercamiento a través de sus mensajes y sus discursos.

En este caso la selección que presenta el libro No os dejéis robar la dignidad como toda antología, tiene una intencionalidad. Intenta evidenciar, ante el lector, cómo el trabajo humano es una preocupación constante en el pontificado de Francisco.

Son documentos de fácil lectura, pensados y escritos para ser transmitidos oralmente. No necesitan intermediarios para ser comprendidos. Diferentes personas, diferentes foros e instituciones son los destinatarios de estas constantes llamadas a trabajar por un mundo a la medida de la persona como criatura responsable de toda la Creación.

Esta llamada surge de la conmoción ante una economía y el paradigma tecnocrático que la rige, generadores de pobreza, esclavitud, injusticia, destrucción de la naturaleza: «esa economía mata».

La Iglesia, esa «Iglesia en salida», según Francisco, ha de aligerarse para abrazar a las víctimas de tanta indiferencia y ser portadora de un mensaje de esperanza, transmitir la «alegría del Evangelio». En el libro podemos seguir el camino de encuentro, camino de diálogo, que el Papa desea para esa «Iglesia en salida».

Muestra su interés por participar y facilitar el encuentro con quienes, desde las «periferias» del sistema económico, se organizan para recuperar su dignidad, sintetizada en la demanda: «Tierra, Techo y Trabajo».

Hay significativos mensajes que ejemplifican la cercanía con el mundo del trabajo, sus sufrimientos y sus esperanzas, no solo por las palabras sino por los lugares escogidos: la fábrica, lugares azotados por el paro y la precariedad.

Son espacios de escucha de personas que confluyen en el mundo obrero y del trabajo: jóvenes trabajadores, mujeres desempleadas, representantes sindicales, pequeños empresarios.

La lectura atenta de estos mensajes nos permite ir más allá de la denuncia de este «sistema sin ética» y recuerda cómo combatir la injusticia y el sufrimiento que genera: «Mirar a la cara la realidad, conocerla bien, comprenderla, y buscar juntos caminos, con el método de la colaboración y del diálogo, viviendo la cercanía para llevar esperanza. Jamás ofuscar la esperanza».

Y en ese esfuerzo por buscar juntos caminos, Francisco ha mostrado un especial interés por dialogar con las organizaciones de trabajadores, con los sindicatos.

En esos mensajes, con meridiana claridad, se expresa cómo el trabajo es clave para un desarrollo «humano, integral sostenible y solidario» y la responsabilidad que las asociaciones de trabajadores y sindicatos tienen, desde su ser «expertos en solidaridad», para ser instancia crítica de la conexión que se hace entre «trabajo, tiempo y tecnología». Es un camino de encuentro, de preocupaciones compartidas entre la Iglesia y las organizaciones de trabajadores y trabajadoras, que debiera continuar en las iglesias diocesanas.

A la cuidada selección que Abraham Canales ha realizado, se une la primera parte en la que nos ofrece una contextualización imprescindible de cada uno de los textos y una guía de lectura.

Esta lectura es invitación a «involucrarnos» para derribar al ídolo «dios-dinero» y así «la esperanza pueda ir adelante».

No os dejéis robar la dignidad. El papa Francisco y el trabajo
Abraham Canales (ed.)
Ediciones HOAC 2018, 212 páginas

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Sínodo sobre los jóvenes: Seguimos en camino juntos

Colaboraciones, Iglesia

Sínodo sobre los jóvenes: Seguimos en camino juntos

18 diciembre 2018

Concluido el Sínodo sobre la Juventud, llega la hora de valorar sus frutos y, sobre todo, poner en marcha sus conclusiones. El presidente de la JEC, Eduardo Martín Ruano, y la secretaria general de la JOC, Raquel Lara Agenjo, analizan el camino recorrido, señalan las oportunidades que se abren para su tarea y misión con los jóvenes de hoy y reclaman audacia para promover nuevos procesos y articulaciones pastorales.

Eduardo Martín RuanoRaquel Lara Agenjo | La Asamblea de obispos en torno a los jóvenes ha llegado a su fin después de dos años de intenso camino recorrido, en el que nuestro querido Francisco nos ha puesto las pilas y nos ha hecho trabajar como nunca. Pedíamos protagonismo, lo hemos tenido, pedíamos escucha, y se nos ha escuchado, participación, y así ha sido.

Sin duda, no estábamos acostumbrados a esta manera de trabajar en la Iglesia y esto es motivo de alegría y de felicitación mutua. Es cierto que todavía hay que esperar para ver en que quedan las demandas y las aportaciones de los jóvenes pero, sin duda, todo este trabajo tiene que tener sus frutos y de hecho ya los estamos cosechando. Han sido muchas cosas las que nos han llamado la atención positivamente, pero reconocemos que hay otras que nos hubiera gustado escuchar o que deberían haber sido expresadas con más claridad y valentía.

Al comenzar, el Papa auguraba un buen vino después de la cosecha que prometía el trabajo que se iba a realizar durante el Sínodo, en el que se ha tratado un abanico amplio de temas muy interesantes todos, que deberían interpelar a la Iglesia.

Nos preocupa especialmente cómo será la recepción del Documento Final en la Pastoral Juvenil de España, en la que con demasiada frecuencia se trabaja «por y para» la juventud, pero no siempre «con» la juventud. Hay que cambiar de perspectiva y de sensibilidad, los jóvenes son sujeto de la acción evangelizadora.

Como movimientos de Acción Católica, nos sentimos interpelados por las conclusiones. El trabajo realizado nos ayuda a reconocer nuestras fortalezas, así como nuestras debilidades, pero sobre todo nos motivan a seguir siendo a la vez creativos y fieles a la misión recibida. Es desde nuestra identidad eclesial y desde la misión que nunca hemos abandonado desde donde nos atrevemos a reclamar el espacio que siempre la Iglesia nos asignó y que a muchos les cuesta reconocer: ser testigos del Evangelio en las periferias existenciales y sociales, en las distintas fronteras de la vida.

Los jóvenes somos un canal privilegiado para conectar con la realidad social y estamos llamados a convertirnos en interlocutores con todos los sectores de la sociedad y, por ello, también con la Iglesia, tarea que estamos dispuestos a realizar buscando el bien de la comunidad humana.

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