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COVID-19 | La comunidad humana en tiempos de pandemia

Iglesia

COVID-19 | La comunidad humana en tiempos de pandemia

22 julio 2020

Se titula Humana communitas en la era de la pandemia. Consideraciones intempestivas sobre el renacimiento de la vida y es el segundo documento -el primero, Pandemia y fraternidad universal – Nota sobre la emergencia Covid-19 (30 de marzo de 2020)- que la Academia Pontificia para la Vida dedica a las consecuencias de la crisis sanitaria mundial y su interpretación.

Su precedente hay que situarlo en la carta del papa Francisco Humana communitas (La comunidad humana) enviada a la Academia, el día de Reyes de 2019, con motivo del 25 aniversario de su fundación. En aquella misiva, el Papa les pedía que reflexionaran sobre las relaciones que unen a la comunidad humana y generan valores, objetivos, reciprocidad compartidos. «Esta pandemia hace que la doble conciencia sea extraordinariamente aguda. Por un lado, nos muestra cómo todos somos interdependientes: lo que sucede en algún lugar de la tierra, ahora, involucra al mundo. Por otro lado, acentúa las desigualdades: todos estamos en la misma tormenta, pero no en el mismo barco. Aquellos con barcos más frágiles se hunden más fácilmente. La ética de la vida se globaliza: ¿trataremos de salvarnos alejándonos cada vez más, o la vulnerabilidad común nos hará más humanos? Debemos responder a esta pregunta y debemos hacerlo ahora: ¿el ser humano sigue siendo una responsabilidad común?», señala Vincenzo Paglia, presidente de la Academia Pontificia para la Vida.

«En el sufrimiento y la muerte de tantos, hemos aprendido la lección de la fragilidad», se lee en el texto. El documento subraya la importancia de un cambio de ritmo: se necesitan esfuerzos globales y una cooperación internacional decidida para enfrentar el desafío de un futuro más proporcionado y justo, cuyas palabras clave sean una mejor atención médica para todos y vacunas. «Sin embargo, no hemos prestado suficiente atención, especialmente a nivel mundial, a la interdependencia humana y a la vulnerabilidad común. Si bien el virus no reconoce fronteras, los países han sellado sus fronteras. A diferencia de otros desastres, la pandemia no afecta a todos los países al mismo tiempo. Aunque esto podría ofrecer la oportunidad de aprender de las experiencias y políticas de otros países, los procesos de aprendizaje a nivel mundial fueron mínimos. De hecho, algunos países han entablado a veces un cínico juego de culpas recíprocas».

A continuación, el texto íntegro:

Humana communitas en la era de la pandemia.
Consideraciones intempestivas
sobre el renacimiento de la vida

El Covid-19 ha traído tanta desolación al mundo. Lo hemos vivido durante mucho tiempo, todavía estamos en ello, y aún no ha terminado. Puede que se acabe ya pronto. ¿Qué hacer con ello? Seguramente, estamos llamados a tener valor para resistir. La búsqueda de una vacuna y de una explicación científica completa de lo que desencadenó la catástrofe habla de ello. ¿También estamos llamados a una mayor conciencia? Si es así, ¿cómo ésta evitará que caigamos en la inercia de la complacencia, o peor aún, en la connivencia de la resignación? ¿Existe un “paso atrás” reflexivo que no sea la inacción, un pensamiento que pueda mutarse en agradecimiento por la vida recibida, por lo tanto, un pasaje para el renacimiento de la vida?

Covid-19 es el nombre de una crisis global (pan-démica) con diferentes facetas y manifestaciones, por supuesto, pero con una realidad común. Nos hemos dado cuenta, como nunca antes, de que esta extraña situación, pronosticada desde hace tiempo, pero nunca abordada en serio, nos ha unido a todos. Como tantos procesos en nuestro mundo contemporáneo, el Covid-19 es la manifestación más reciente de la globalización. Desde una perspectiva puramente empírica, la globalización ha aportado muchos beneficios a la humanidad: ha difundido los conocimientos científicos, las tecnologías médicas y las prácticas sanitarias, todos ellos potencialmente disponibles en beneficio de todos. Al mismo tiempo, con el Covid-19, nos hemos encontrado vinculados de manera diferente, compartiendo una experiencia común de contingencia (cum-tangere): como nadie se ha podido librar de ella, la pandemia nos ha hecho a todos igualmente vulnerables, todos igualmente expuestos (cfr. Pontificia Academia para la Vida, Pandemia y fraternidad universal, 30 de marzo 2020).

Esta toma de conciencia se ha cobrado un precio muy alto. ¿Qué lecciones hemos aprendido? Más aún, ¿qué conversión de pensamiento y acción estamos dispuestos a experimentar en nuestra responsabilidad común por la familia humana? (Francisco, Humana Communitas, 6 de enero 2019).

1. La dura realidad de las lecciones aprendidas

La pandemia nos ha mostrado el desolador espectáculo de calles vacías y ciudades fantasmagóricas, de la cercanía humana herida, del distanciamiento físico. Nos ha privado de la exuberancia de los abrazos, la amabilidad de los apretones de manos, el afecto de los besos, y ha convertido las relaciones en interacciones temerosas entre extraños, un intercambio neutral de individualidades sin rostro envueltas en el anonimato de los equipos de protección. Las limitaciones de los contactos sociales son aterradoras; pueden conducir a situaciones de aislamiento, desesperación, ira y abuso. En el caso de las personas de edad avanzada, en las últimas etapas de la vida, el sufrimiento ha sido aún más pronunciado, ya que a la angustia física se suma la disminución de la calidad de vida y la falta de visitas de familiares y amigos.

1.1. Vida tomada, vida dada: la lección de la fragilidad

Las metáforas predominantes que ahora invaden nuestro lenguaje ordinario enfatizan la hostilidad y un sentido penetrante de amenaza: los repetidos estímulos para “combatir” el virus, los comunicados de prensa que suenan como “partes de guerra”, las informaciones diarias del número de infectados, que pronto se convierten en “víctimas caídas”.

En el sufrimiento y la muerte de tantos, hemos aprendido la lección de la fragilidad. En muchos países, los hospitales siguen luchando, recibiendo demandas abrumadoras, enfrentando la agonía del racionamiento de recursos y el agotamiento del personal sanitario. La inmensa e indecible miseria, y la lucha por las necesidades básicas de supervivencia, ha puesto en evidencia la condición de los prisioneros, los que viven en la extrema pobreza al margen de la sociedad, especialmente en los países en desarrollo, los abandonados destinados al olvido en los campos de refugiados del infierno.

Hemos sido testigos del rostro más trágico de la muerte: algunos experimentan la soledad de la separación tanto física como espiritual de todo el mundo, dejando a sus familias impotentes, incapaces de decirles adiós, sin ni siquiera poder proporcionar los actos de piedad básica como por ejemplo un entierro adecuado. Hemos visto la vida llegar a su fin, sin tener en cuenta la edad, el estatus social o las condiciones de salud.

Sin embargo, todos somos “frágiles”: radicalmente marcados por la experiencia de la finitud en la esencia de nuestra existencia, no solo de manera ocasional. Hemos sido visitados por el suave toque de una presencia pasajera, pero esta nos ha dejado igual, no nos hemos inmutado, confiando en que todo continuará según lo previsto. Salimos de una noche de orígenes misteriosos: llamados a ir más allá de la elección, llegamos pronto a la presunción y a la queja, apropiándonos de lo que solamente nos ha sido confiado. Demasiado tarde aprendemos el consentimiento a la oscuridad de la que venimos, y a la que finalmente volvemos.

Algunos dicen que todo esto es un cuento absurdo, porque todo se queda en nada. Pero, ¿cómo podría ser esta nada la última palabra? Si es así, ¿por qué la lucha? ¿Por qué nos animamos unos a otros a la esperanza de días mejores, cuando todo lo que estamos experimentando en esta pandemia haya terminado?

La vida va y viene, dice el guardián de la prudencia cínica. Sin embargo, su ascenso y descenso, ahora más evidente por la fragilidad de nuestra condición humana, podría abrirnos a una sabiduría diferente, a una realización diferente (cfr. Sal. 8). Porque la dolorosa evidencia de la fragilidad de la vida puede también renovar nuestra conciencia de su naturaleza dada. Volviendo a la vida, después de saborear el fruto ambivalente de su contingencia, ¿no seremos más sabios? ¿No seremos más agradecidos, menos arrogantes?

 1.2. El sueño imposible de la autonomía y la lección de la finitud

Con la pandemia, nuestros reclamos de autodeterminación autónoma y control han llegado a un punto muerto, un momento de crisis que provoca un discernimiento más profundo. Tenía que suceder, tarde o temprano, porque el hechizo ya había durado bastante.

La epidemia del Covid-19 tiene mucho que ver con nuestra depredación de la tierra y el despojo de su valor intrínseco. Es un síntoma del malestar de nuestra tierra y de nuestra falta de atención; más aún, un signo de nuestro propio malestar espiritual (Laudato si’, n. 119). ¿Seremos capaces de colmar el foso que nos ha separado de nuestro mundo natural, convirtiendo con demasiada frecuencia nuestras subjetividades asertivas en una amenaza para la creación, una amenaza para los demás?

Consideremos la cadena de conexiones que unen los siguientes fenómenos: la creciente deforestación empuja a los animales salvajes a aproximarse del hábitat humano. Los virus alojados en los animales, entonces, se transmiten a los humanos, exacerbando así la realidad de la zoonosis, un fenómeno bien conocido por los científicos como vehículo de muchas enfermedades. La exagerada demanda de carne en los países del primer mundo da lugar a enormes complejos industriales de cría y explotación de animales. Es fácil ver cómo estas interacciones pueden, en última instancia, ocasionar la propagación de un virus a través del transporte internacional, la movilidad masiva de personas, los viajes de negocios, el turismo, etc.

El fenómeno del Covid-19 no es solo el resultado de acontecimientos naturales. Lo que ocurre en la naturaleza es ya el resultado de una compleja intermediación con el mundo humano de las opciones económicas y los modelos de desarrollo, a su vez “infectados” con un “virus” diferente de nuestra propia creación: es el resultado, más que la causa, de la avaricia financiera, la autocomplacencia de los estilos de vida definidos por la indulgencia del consumo y el exceso. Hemos construido para nosotros mismos un ethos de prevaricación y desprecio por lo que se nos da, en la promesa elemental de la creación. Por eso estamos llamados a reconsiderar nuestra relación con el hábitat natural. Para reconocer que vivimos en esta tierra como administradores, no como amos y señores.

Se nos ha dado todo, pero la nuestra es solo una soberanía otorgada, no absoluta. Consciente de su origen, lleva la carga de la finitud y la marca de la vulnerabilidad. Nuestro destino es una libertad herida. Podríamos rechazarla como si fuera una maldición, una condición provisional que será pronto superada. O podemos aprender una paciencia diferente: capaz de consentir a la finitud, de renovada permeabilidad a la proximidad del prójimo y a la lejanía.

Cuando se compara con la situación de los países pobres, especialmente en el llamado Sur Global, la difícil situación del mundo “desarrollado” parece más bien un lujo: solo en los países ricos la gente puede permitirse los requisitos de seguridad. En cambio, en los no tan afortunados, el “distanciamiento físico” es solo una imposibilidad debido a la necesidad y al peso de las circunstancias extremas: los entornos abarrotados y la falta de un distanciamiento asequible enfrentan a poblaciones enteras como un hecho insuperable. El contraste entre ambas situaciones pone de relieve una paradoja estridente, al relatar, una vez más, la historia de la desproporción de la riqueza entre países pobres y ricos

Aprender la finitud y aceptar los límites de nuestra propia libertad es más que un ejercicio sobrio de realismo filosófico. Implica abrir nuestros ojos a la realidad de los seres humanos que experimentan tales límites en su propia carne, por así decirlo: en el desafío diario de sobrevivir, para asegurarse las condiciones mínimas a la subsistencia, alimentar a los niños y miembros de la familia, superar la amenaza de enfermedades a pesar de no tener acceso a los tratamientos por ser demasiado caros. Tengamos en cuenta la inmensa pérdida de vidas en el Sur Global: la malaria, la tuberculosis, la falta de agua potable y de recursos básicos siguen sembrando la destrucción de millones de vidas por año, una situación que se conoce desde hace décadas. Todas estas dificultades podrían superarse mediante esfuerzos y políticas internacionales comprometidas. ¡Cuántas vidas podrían salvarse, cuántas enfermedades podrían ser erradicadas, cuánto sufrimiento se evitaría!

1.3. El desafío de la interdependencia y la lección de la vulnerabilidad común

Nuestras pretensiones de soledad monádica tienen pies de barro. Con ellos se desmoronan las falsas esperanzas de una filosofía social atomista construida sobre la sospecha egoísta hacia lo diferente y lo nuevo, una ética de racionalidad calculadora inclinada hacia una imagen distorsionada de la autorrealización, impermeable a la responsabilidad del bien común a escala global, y no solo nacional.

Nuestra interconexión es un hecho. Nos hace a todos fuertes o, por el contrario, vulnerables, dependiendo de nuestra propia actitud hacia ella. Consideremos su relevancia a nivel nacional, para empezar. Aunque el Covid-19 puede afectar a todos, es especialmente dañino para poblaciones particulares, como los ancianos, o las personas con enfermedades asociadas y sistemas inmunológicos comprometidos. Las medidas políticas se toman para todos los ciudadanos por igual. Piden la solidaridad de los jóvenes y de los sanos con los más vulnerables. Piden sacrificios a muchas personas que dependen de la interacción pública y la actividad económica para su vida. En los países más ricos estos sacrificios pueden compensarse temporalmente, pero en la mayoría de los países estas políticas de protección son simplemente imposibles.

Sin duda, en todos los países es necesario equilibrar el bien común de la salud pública con los intereses económicos. Durante las primeras etapas de la pandemia, la mayoría de los países se centraron en salvar vidas al máximo. Los hospitales, y especialmente los servicios de cuidados intensivos, eran insuficientes y solo se ampliaron después de enormes luchas. Sorprendentemente, los servicios de atención sobrevivieron gracias a los impresionantes sacrificios de médicos, enfermeras y otros profesionales de la sanidad, más que por la inversión tecnológica. Sin embargo, el enfoque en la atención hospitalaria desvió la atención de otras instituciones de cuidados. Las residencias de ancianos, por ejemplo, se vieron gravemente afectadas por la pandemia, y solo en una etapa tardía se dispuso de suficientes equipos de protección y test. Los debates éticos sobre la asignación de recursos se basaron principalmente en consideraciones utilitarias, sin prestar atención a las personas que experimentaban un mayor riesgo y una mayor vulnerabilidad. En la mayoría de los países se ignoró el papel de los médicos generales, mientras que para muchas personas son el primer contacto en el sistema de atención. El resultado ha sido un aumento de las muertes y discapacidades por causas distintas del Covid-19.

La vulnerabilidad común exige también la cooperación internacional, así como entender que no se puede resistir una pandemia sin una infraestructura médica adecuada, accesible a todos a nivel mundial. Tampoco se puede abordar la difícil situación de un pueblo, infectado repentinamente, de manera aislada, sin forjar acuerdos internacionales, y con una multitud de diferentes interesados. El intercambio de información, la prestación de ayuda y la asignación de los escasos recursos deberán abordarse en una sinergia de esfuerzos. La fuerza de la cadena internacional viene dada por el eslabón más débil.

La lección recibida espera una asimilación más profunda. Seguro que las semillas de esperanza se han sembrado en la oscuridad de los pequeños gestos, de los actos de solidaridad demasiado numerosos para contarlos, demasiado preciosos para difundirlos. Las comunidades han luchado honorablemente, a pesar de todo, a veces contra la ineptitud de su liderazgo político, para articular protocolos éticos, forjar sistemas normativos, recuperar vidas sobre ideales de solidaridad y solicitud recíproca. La apreciación unánime de estos ejemplos muestra una comprensión profunda del auténtico significado de la vida y una forma deseable de realización personal.

Sin embargo, no hemos prestado suficiente atención, especialmente a nivel mundial, a la interdependencia humana y a la vulnerabilidad común. Si bien el virus no reconoce fronteras, los países han sellado sus fronteras. A diferencia de otros desastres, la pandemia no afecta a todos los países al mismo tiempo. Aunque esto podría ofrecer la oportunidad de aprender de las experiencias y políticas de otros países, los procesos de aprendizaje a nivel mundial fueron mínimos. De hecho, algunos países han entablado a veces un cínico juego de culpas recíprocas.

La misma falta de interconexión puede observarse en los esfuerzos por desarrollar remedios y vacunas. La falta de coordinación y cooperación se reconoce cada vez más como un obstáculo para abordar el Covid-19. La conciencia de que estamos juntos en este desastre, y de que solo podemos superarlo mediante los esfuerzos cooperativos de la comunidad humana en su conjunto, está estimulando los esfuerzos compartidos. El establecimiento de proyectos científicos transfronterizos es un esfuerzo que va en esa dirección. También debe demostrarse en las políticas, mediante el fortalecimiento de las instituciones internacionales. Esto es particularmente importante, ya que la pandemia está aumentando las desigualdades e injusticias ya existentes, y muchos países que carecen de los recursos y servicios para hacer frente adecuadamente al Covid-19 dependen de la asistencia de la comunidad internacional.

2. Hacia una nueva visión: El renacimiento de la vida y la llamada a la conversión

Las lecciones de fragilidad, finitud y vulnerabilidad nos llevan al umbral de una nueva visión: fomentan un espíritu de vida que requiere el compromiso de la inteligencia y el valor de la conversión moral. Aprender una lección es volverse humilde; significa cambiar, buscando recursos de significado hasta ahora desaprovechados, tal vez repudiados. Aprender una lección es volverse consciente, una vez más, de la bondad de la vida que se nos ofrece, liberando una energía que va más allá de la inevitable experiencia de la pérdida, que debe ser elaborada e integrada en el significado de nuestra existencia. ¿Puede ser esta ocasión la promesa de un nuevo comienzo para la humana communitas, la promesa del renacimiento de la vida? Si es así, ¿en qué condiciones?

2.1. Hacia una ética del riesgo

Debemos llegar, en primer lugar, a una renovada apreciación de la realidad existencial del riesgo: todos nosotros podemos sucumbir a las heridas de la enfermedad, a la matanza de las guerras, a las abrumadoras amenazas de los desastres. A la luz de esto, surgen responsabilidades éticas y políticas muy específicas respecto a la vulnerabilidad de los individuos que corren un mayor riesgo en su salud, su vida, su dignidad. El Covid-19 podría considerarse, a primera vista, solo como un determinante natural, aunque ciertamente sin precedentes, del riesgo mundial. Sin embargo, la pandemia nos obliga a examinar una serie de factores adicionales, todos los cuales entrañan un reto ético polifacético. En este contexto, las decisiones deben ser proporcionales a los riesgos, de acuerdo con el principio de precaución. Centrarse en la génesis natural de la pandemia, sin tener en cuenta las desigualdades económicas, sociales y políticas entre los países del mundo, es no entender las condiciones que hacen que su propagación sea más rápida y difícil de abordar. Un desastre, cualquiera que sea su origen, es un desafío ético porque es una catástrofe que afecta a la vida humana y perjudica la existencia humana en múltiples dimensiones.

En ausencia de una vacuna, no podemos contar con la capacidad de derrotar permanentemente al virus que causó la pandemia, salvo por agotamiento espontáneo de la fuerza patológica de la enfermedad. Por lo tanto, la inmunidad contra el Covid-19 sigue siendo una especie de esperanza para el futuro. Esto también significa reconocer que vivir en una comunidad en riesgo exige una ética a la par de la perspectiva de que tal situación pueda realmente convertirse en realidad.

Al mismo tiempo, es necesario dar cuerpo a un concepto de solidaridad que vaya más allá del compromiso genérico de ayudar a los que sufren. Una pandemia nos insta a todos a abordar y remodelar las dimensiones estructurales de nuestra comunidad mundial que son opresivas e injustas, aquellas a las que en términos de fe se les llama “estructuras de pecado”. El bien común de la comunidad humana no puede lograrse sin una verdadera conversión de las mentes y los corazones (Laudato si’, 217-221). El llamamiento a la conversión se dirige a nuestra responsabilidad: su miopía es imputable a nuestra falta de voluntad de mirar la vulnerabilidad de las poblaciones más débiles a nivel mundial, y no a nuestra incapacidad de ver lo que es tan obviamente claro. Una apertura diferente puede ampliar el horizonte de nuestra imaginación moral, para incluir finalmente lo que ha sido descaradamente pasado por alto y relegado al silencio.

2.2. El llamamiento a los esfuerzos mundiales y a la cooperación internacional

Los contornos básicos de una ética del riesgo, basada en un concepto más amplio de solidaridad, implican una definición de comunidad que rechaza cualquier provincialismo, la falsa distinción entre los que están dentro, es decir, los que pueden exhibir una pretensión de pertenecer plenamente a la comunidad, y los que están fuera, es decir, los que pueden esperar, en el mejor de los casos, una supuesta participación en ella. El lado oscuro de esa separación debe ponerse de relieve como una imposibilidad conceptual y una práctica discriminatoria. No se puede considerar que nadie esté simplemente “a la espera” del reconocimiento pleno de su estatuto, como si estuviera a las puertas de la humana communitas. El acceso a una atención de salud de calidad y a los medicamentos esenciales debe reconocerse como un derecho humano universal (cfr. Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos, art. 14). De esta premisa se desprenden lógicamente dos conclusiones.

La primera se refiere al acceso universal a las mejores oportunidades de prevención, diagnóstico y tratamiento, más allá de su restricción a unos pocos. La distribución de una vacuna, una vez que esté disponible en el futuro, es un punto en el caso. El único objetivo aceptable, coherente con una asignación justa de la vacuna, es el acceso para todos, sin excepciones.

La segunda conclusión se refiere a la definición de la investigación científica responsable. Está mucho en juego y los temas son complejos. Cabe destacar tres de ellos. Primero, con respecto a la integridad de la ciencia y las nociones que impulsan su avance: el ideal de objetividad controlada, si no totalmente “desapegada”; y el ideal de libertad de investigación, especialmente la libertad de conflictos de intereses. En segundo lugar, está en juego la naturaleza misma del conocimiento científico como práctica social, definida, en un contexto democrático, por normas de igualdad, libertad y equidad. En particular, la libertad de investigación científica no debe incluir la adopción de decisiones políticas en su esfera de influencia. La toma de decisiones políticas y el ámbito de la política en su conjunto mantienen su autonomía frente a la usurpación del poder científico, especialmente cuando éste se convierte en una manipulación de la opinión pública. Por último, lo que se cuestiona aquí es el carácter esencialmente “fiduciario” del conocimiento científico en su búsqueda de resultados socialmente beneficiosos, especialmente cuando el conocimiento se obtiene mediante la experimentación en seres humanos y la promesa de un tratamiento probado en ensayos clínicos. El bien de la sociedad y las exigencias del bien común en el ámbito de la atención de la salud se anteponen a cualquier preocupación por el lucro. Y esto porque las dimensiones públicas de la investigación no pueden ser sacrificadas en el altar del beneficio privado. Cuando la vida y el bienestar de una comunidad están en juego, el beneficio debe pasar a un segundo plano.

La solidaridad se extiende también a cualquier esfuerzo de cooperación internacional. En este contexto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ocupa un lugar privilegiado. Profundamente arraigada en su misión de dirigir la labor internacional en materia de salud está la noción de que solo el compromiso de los gobiernos en una sinergia mundial puede proteger, fomentar y hacer efectivo un derecho universal al más alto nivel posible de salud. Esta crisis pone de relieve lo mucho que se necesita una organización internacional de alcance mundial, que incluya específicamente las necesidades y preocupaciones de los países menos adelantados que se enfrentan a una catástrofe sin precedentes.

La estrechez de miras de los intereses nacionales ha llevado a muchos países a reivindicar para sí mismos una política de independencia y aislamiento del resto del mundo, como si se pudiera hacer frente a una pandemia sin una estrategia mundial coordinada. Esa actitud podría dar una idea de la subsidiariedad y de la importancia de una intervención estratégica basada en la pretensión de que una autoridad inferior tenga precedencia sobre cualquier autoridad superior, más distante de la situación local. La subsidiariedad debe respetar la esfera legítima de la autonomía de las comunidades, potenciando sus capacidades y responsabilidad. En realidad, la actitud en cuestión se alimenta de una lógica de separación que, para empezar, es menos eficaz contra el Covid-19. Además, la desventaja no solo es de facto corta de miras, sino que también da lugar a un aumento de las desigualdades y a la exacerbación de los desequilibrios de recursos entre los distintos países. Aunque todos, ricos y pobres, son vulnerables al virus, estos últimos están obligados a pagar el precio más alto y a soportar las consecuencias a largo plazo de la falta de cooperación. Es evidente que la pandemia está empeorando las desigualdades que ya están asociadas a los procesos de globalización, haciendo que más personas sean vulnerables y estén marginadas, desprovistas de atención sanitaria, empleo y redes de seguridad social.

2.3. El equilibrio ético centrado en el principio de solidaridad

En última instancia, el significado moral, y no solo estratégico, de la solidaridad es el verdadero problema en la actual encrucijada a la que ha de hacer frente la familia humana. La solidaridad conlleva la responsabilidad hacia el otro que está en una situación de necesidad, que se basa en el reconocimiento de que, como sujeto humano dotado de dignidad, cada persona es un fin en sí mismo, no un medio. La articulación de la solidaridad como principio de la ética social se basa en la realidad concreta de una presencia personal en la necesidad, que clama por su reconocimiento. Así pues, la respuesta que se nos pide no es solo una reacción basada en nociones sentimentales de simpatía; es la única respuesta adecuada a la dignidad del otro que requiere nuestra atención, una disposición ética basada en la aprehensión racional del valor intrínseco de todo ser humano.

Como un deber, la solidaridad no viene gratis, sin costo, y es necesaria la disposición de los países ricos a pagar el precio requerido por el llamado a la supervivencia de los pobres y la sostenibilidad de todo el planeta. Esto es válido tanto de manera sincrónica, con respecto a los distintos sectores de la economía, como diacrónica, es decir, en relación con nuestra responsabilidad por el bienestar de las generaciones futuras y la medición de los recursos disponibles.

Todos estamos llamados a hacer nuestra parte. Mitigar las consecuencias de la crisis implica renunciar a la noción de que “la ayuda vendrá del gobierno”, como si fuera un deus ex machina que deja a todos los ciudadanos responsables fuera de la ecuación, intocables en su búsqueda de intereses personales. La transparencia de la política y las estrategias políticas, junto con la integridad de los procesos democráticos, requieren un enfoque diferente. La posibilidad de una escasez catastrófica de recursos para la atención médica (materiales de protección, equipos de test, ventilación y cuidados intensivos en el caso del Covid-19), podría utilizarse como ejemplo. Ante los trágicos dilemas, los criterios generales de intervención, basados en la equidad en la distribución de los recursos, el respeto de la dignidad de toda persona y la especial atención a los vulnerables, deben esbozarse de antemano y articularse en su plausibilidad racional con el mayor cuidado posible.

La capacidad y la voluntad de equilibrar principios que podrían competir entre sí es otro pilar esencial de una ética del riesgo y la solidaridad. Por supuesto, el primer deber es proteger la vida y la salud. Aunque una situación de riesgo cero sigue siendo una imposibilidad, respetar el distanciamiento físico y frenar, si no detener totalmente, ciertas actividades han producido efectos dramáticos y duraderos en la economía. Habrá que tener en cuenta también el costo de la vida privada y social.

Se plantean dos cuestiones cruciales. La primera se refiere al umbral de riesgo aceptable, cuya aplicación no puede producir efectos discriminatorios con respecto a las condiciones de poder y riqueza. La protección básica y la disponibilidad de medios de diagnóstico deben ofrecerse a todos, de acuerdo con un principio de no discriminación.

La segunda aclaración decisiva se refiere al concepto de “solidaridad en el riesgo”. La adopción de reglas específicas por una comunidad requiere una atención a la evolución de la situación en el campo, tarea que solo puede llevarse a cabo mediante un discernimiento fundado en la sensibilidad ética, y no sólo en la obediencia a la letra de la ley. Una comunidad responsable es aquella en la que las cargas de la cautela y el apoyo recíproco se comparten proactivamente con miras al bienestar de todos. Las soluciones jurídicas a los conflictos en la asignación de la culpabilidad y la responsabilidad por mala conducta o negligencia voluntarias son a veces necesarias como instrumento de justicia. Sin embargo, no pueden sustituir a la confianza como sustancia de la interacción humana. Sólo esta última nos guiará a través de la crisis, ya que sólo sobre la base de la confianza puede la humana communitas finalmente florecer.

Estamos llamados a una actitud de esperanza, más allá del efecto paralizante de dos tentaciones opuestas: por un lado, la resignación que sufre pasivamente los acontecimientos; por otro, la nostalgia de un retorno al pasado, solo anhelando lo que había antes. En cambio, es hora de imaginar y poner en práctica un proyecto de convivencia humana que permita un futuro mejor para todos y cada uno. El sueño recientemente descrito para la región amazónica podría convertirse en un sueño universal, un sueño para todo el planeta que “integre y promueva a todos sus habitantes para que puedan consolidar un «buen vivir»” (Querida Amazonia, 8). •••

Fraternidad universal y Política con P mayúscula

Internacional

Fraternidad universal y Política con P mayúscula

17 julio 2020

Videoconferencia convocada por el Foro Internacional de Acción Católica (FIAC) con motivo año especial del aniversario de la Laudato si’, propuesto por el papa Francisco, parar reflexionar sobre la encíclica, desde el 24 de mayo de 2020 hasta el 24 de mayo del 2021. 

En esta convocatoria es parte del programa que este Foro, en el que está representada la Acción Católica Española (general y especializada), viene desarrollando sobre la encíclica de Francisco. En esta ocasión, se realizará una videoconferencia, el próximo 23 de julio a las 14h, que contará con la participación de Luisa Alfarano, vicepresidenta nacional Jóvenes ACI; Salvator Niciteretse, obispo de Bururi (Burundi) y Emilio Inzaurraga, presidente de la Comisión Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal Argentina. En el encuentro abordarán una reflexión sobre la fraternidad universal y el compromiso político, en sus diversas dimensiones, y en la perspectiva del planteamiento recogido en Laudato si’ 228-232 sobre El amor civil y político.

Para asistir y participar en la videoconferencia, previamente hay que registrarse aquí.

La humanidad en el trabajo

Colaboraciones

La humanidad en el trabajo

10 julio 2020

Angelines Bayo | Responsable de Organización y Vida Comunitaria de la HOAC

El libro nos indica en su contraportada que, para muchos jóvenes que comienzan a trabajar y también para los que ya llevan activos muchos años, es un reto afrontar la vida profesional moderna. Para ello nos plantea dos preguntas: ¿cómo podemos seguir siendo humanos en nuestro trabajo y salir airosos hoy día en el mundo laboral? ¿Existe una ética cristiana del trabajo o debemos seguir sencillamente las leyes del mundo laboral?

Para contestar a dichas preguntas, el autor utilizando distintas historias bíblicas, a lo largo de las cinco partes en las que está dividido el libro, nos va describiendo 25 actitudes que pueden ayudar a superar los desafíos del trabajo. Para ello explica las historias aplicándolas a la situación laboral actual, no en su significado total. Al mismo tiempo, la mirada al trabajo nos permite descubrir nuevos aspectos de estas narraciones, que en las interpretaciones actuales son con frecuencia pasadas por alto.

También hay una mirada a la Regla de san Benito. Su lema ora et labora («reza y trabaja») sigue siendo hoy un buen programa para no ser devorados por el trabajo, mostrando cómo ponerse continuamente en contacto con nuestro manantial interior mediante la oración, para que podamos vivir trabajando, sin agotarnos.

En la presentación, nos dice que «las condiciones actuales no son propicias para vivir el ora et labora [cf. Laudato si’, 126] en nuestro trabajo. Por ello, en este libro no se trata solo de lo que tenemos que hacer personalmente para combinar la oración y el trabajo, sino que también se revisan las condiciones estructurales que hacen posible tal conexión».

Continúa diciendo que «hoy las condiciones son diferentes a las de la época de san Benito, pero que oración y trabajo, pausa interior y salida hacia fuera, movimiento y descanso, vida y profesión, deben reconciliarse entre sí, es una preocupación importante en la actualidad. Hoy se habla del equilibrio vida-trabajo y de la conciliación del trabajo con la vida familiar».

Nos plantea otra pregunta, ¿qué significa la oración para la mujer y el hombre modernos, que no son necesariamente piadosos?

La oración en sentido amplio significa tener tiempo para hacer una pausa, tiempo para descansar, un espacio de tiempo en que interrumpo mi trabajo para estar completamente conmigo mismo. El camino correcto para llegar a hacer esa pausa necesita rituales. Los rituales los define como actividades pequeñas, repetitivas, que pueden convertirse en un hábito. Los rituales son precisamente el lugar donde se exteriorizan sentimientos que de otro modo, no llegarían a expresarse. Los rituales crean un tiempo sagrado. Y este tiempo sagrado que los empleados se conceden en una empresa transforma también el resto del tiempo.

En la empresa tenemos que atender el frente de la organización externa del trabajo y la creación de un entorno de trabajo saludable y el frente de la espiritualidad personal.

Junto con las imágenes bíblicas he citado algunos fragmentos de la Regla de san Benito y los he expuesto de tal manera que nos muestre una forma viable de vincular hoy la oración y el trabajo. Pero cuando vemos las palabras antiguas a la luz de nuestras experiencias actuales, descubrimos en ellas una gran sabiduría, la cual puede ayudarnos hoy a ver nuestra situación laboral con nuevos ojos y a enfrentarnos a ella de forma que no nos oprima, sino que nos anime a crecer humana y espiritualmente.

La vida no es solo para el fin de semana
Cómo el trabajo nos hace sentir vivos

Anselm Grün
128 páginas. Narcera 2019

 

faldon portada y sumario

La HOAC da la bienvenida al obispo Abilio Martínez, nuevo responsable de la Pastoral del Trabajo de la Iglesia española

Nota de prensa

La HOAC da la bienvenida al obispo Abilio Martínez, nuevo responsable de la Pastoral del Trabajo de la Iglesia española

09 julio 2020

La Comisión Permanente de la HOAC muestra su gratitud por el servicio y el compromiso de Abilio Martínez, obispo de Osma-Soria, como nuevo responsable de la Pastoral del Trabajo de la Conferencia Episcopal Española (CEE). Releva a Antonio Algora, obispo emérito de Ciudad Real, quien ha dedicado más de 30 años de su ministerio a esta pastoral. 

Esta realidad pastoral se enmarca en la nueva Comisión Episcopal de Pastoral Social y Promoción Humana, en esta etapa de la Iglesia española, iniciada en la Asamblea Plenaria de marzo de 2020 con la elección del cardenal Juan José Omella, presidente de la CEE; la renovación de todos los cargos -excepto el del secretario general-; los nuevos estatutos y estructura. La HOAC, movimiento de Acción Católica especializada reitera su disponibilidad a seguir colaborando en las tareas comunes, especialmente en aquellas encomendadas como movimiento de trabajadores y trabajadoras cristianos de la Acción Católica para la Pastoral Obrera en una Iglesia en salida.

La clave del trabajo

El trabajo es un lugar humano, eclesial y teologal que debe tener su centralidad en la misión de la Iglesia para preservarlo, promover la dignidad de la persona y el cuidado de la casa común (cf. Laudato si’, 124-129). Los retos del mundo del trabajo reclaman la presencia de la Iglesia. En esta nueva etapa de la Iglesia española, siguen plenamente vigentes las exigencia de un trabajo decente que garantice el cuidado de la vida, denunciando las distintas situaciones que atentan el debido respeto a cada persona trabajadora (cf. Evangelii gaudium, 53-60) y agreden a la naturaleza. Además, el impacto de la COVID-19 en el mundo del trabajo está provocando un profundo descarte de personas que, según estimaciones de la OIT, será más grave de lo estimado.

En este sentido, el Consejo Asesor de Pastoral Obrera, uno de los espacios de participación de la HOAC, junto con la Juventud Obrera Cristiana, Hermandades del Trabajo y responsables autonómicos de esta tarea de la Iglesia en el mundo del trabajo, reunido recientemente, tuvo la oportunidad de dar la bienvenida a Abilio Martínez además de abordar el diálogo sobre la convocatoria de las próximas jornadas de reflexión y formación de Pastoral Obrera, previstas para noviembre de 2020. Su eje temático será una mirada, a la luz de la encíclica Laudato si’, de la nueva realidad del mundo del trabajo.

Agradecimiento a Antonio Algora

La HOAC agradece profundamente el ministerio y la vida entregada por Antonio Algora, obispo emérito de Ciudad Real y responsable de la Pastoral Obrera durante todo este tiempo, en este servicio a la Iglesia y al conjunto de la sociedad, siempre cercano a las realidades y problemáticas de las trabajadoras y los trabajadores y de sus organizaciones y movimientos. La HOAC se ha sentido acompañada por un buen pastor en multitud de momentos y ocasiones en la vida y misión del movimiento y sus militantes laicos.

Noticias Obreras | Recomponer el trabajo decente

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Noticias Obreras | Recomponer el trabajo decente

01 julio 2020

Presento la portada y el sumario de contenidos de la revista Noticias Obreras, una mirada cristiana del trabajo humano y el bien común, de julio de 2020 (número 1.630). Ya está de camino hacia los domicilios de las personas e instituciones suscritas y también está disponible su versión digital.

Las palabras claves son: #AvanzarenJusticiaSocial#Teletrabajo, #IngresoMínimoVital#PoscongresoLaicos, #MTCE

NNOO digital

Opinión • La hoja de ruta de Laudato si’. El documento En camino para el cuidado de la casa común, elaborado con motivo de 5º aniversario de la Laudato si’, ofrece una pedagogía y unas pistas de acción para contribuir a la necesaria conversión integral, cuidando del planeta y de cada uno de nosotros.

Editorial • Dialogar para avanzar en justicia. En la situación que estamos viviendo es un hecho muy negativo la permanente confrontación y crispación que vemos en algunas instituciones políticas (provocada en gran medida por la actitud gravemente irresponsable de determinados partidos). Es todo lo contrario de lo que necesitamos: diálogo para buscar juntos respuestas a los problemas que tenemos como sociedad. . Se publicará en la web y en las redes sociales el próximo 16 de julio. Te animamos a su valoración y a compartirlo con la etiqueta #AvanzarenJusticiaSocial. Si lo prefieres, puedes hacer llegar tu opinión a participacion@noticiasobreras.es

Tema del Mes • Liberar y recomponer el trabajo. Con esta propuesta, la Comisión Permanente de la HOAC quiere estimular debate público sobre las políticas de largo recorrido que piensen el trabajo desde una clave liberadora; que permitan una vida plena y responder al reto de la crisis socioambiental que afecta a la humanidad. En esta sección, nos ponemos a la escucha. Puedes hacer tus aportaciones al tema a través de las redes sociales con la etiqueta #EslaPolítica o al correo participacion@noticiasobreras.es.

Entrevista • Ana María Castillo, autora de la novela Tiempos convulsos: «Es preciso desterrar el miedo, porque es un muro imaginario». Paco Vicente, militante de la HOAC de Murcia, entrevista a Ana María Castillo, nacida en Berlanga (Badajoz), maestra de Primaria en Mérida y escritora, que ha construido un relato intenso y fiel de la España de los años 60 y 70 del siglo pasado, en los que la HOAC, la JOC y la JEC tienen un protagonismo especial.

Laboral • ¿Teletrabajo? Sí, pero con derechos. El 11 de marzo, la Oficina Internacional del Trabajo (OIT) hizo público el Informe de la Comisión de Expertos en Aplicación de Convenios y Recomendaciones que debía presentarse en la 109ª Conferencia Internacional del Trabajo, suspendida poco después por la crisis sanitaria provocada por la pandemia del COVID-19. Por Eduardo Rojo, catedrático de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social.

Vidas precarias • Trabajadora de Servicarne: «Me he dado cuenta de la importancia de defender los derechos». Leonor García es una de las 30 trabajadoras de la empresa Servicarne de Almazora (Castellón) que desde hace más de dos años han estado luchando para que se les reconozcan sus derechos. Por Elena Moreno, periodista.

Política • Reforzar el sistema público de salud. Tras la permanencia en estado de alarma durante tres meses, la evolución de la pandemia de COVID-19 está permitiendo completar el proceso de desescalada y recuperar la llamada «nueva normalidad». Por Pedro Menchón, médico de la Sanidad Pública.

Economía • Ingreso mínimo vital.La reciente aprobación, a través del Real Decreto-ley 20/2020, de 29 de mayo, por el que se establece el ingreso mínimo vital (BOE de 1 de junio), supone uno de los mayores avances en los derechos sociales en nuestro país. Por Saúl Pérez, economista y politólogo.

Otra vida familiar es posible • Teletrabajo, ¿era esto? Cuando se cumplen apenas tres meses desde que comenzó el confinamiento a causa de la COVID-19, miro hacia atrás y este tiempo se me antoja toda una vida. Una vida bastante frustrante, la verdad. Por Amaya Muñoz, militante de la HOAC de Burgos.

Iglesia •  Un poscongreso para un tiempo de crisis. En abril de 2018 se tomaba la decisión por parte de la Conferencia Episcopal Española de organizar en febrero de 2020 un Congreso de Laicos con el objetivo de potenciar la vocación y misión de quienes somos la inmensa mayoría del Pueblo de Dios. Por Isaac Martín, delegado de Apostolado Seglar de Toledo.

Opinión • ¡Porque esto es la JEC! Nuestra identidad y presencia en los ambientes. Eduardo Martín presidente de la Juventud Estudiante Católica nos cuenta que el trienio 2017-2020 en la JEC llega a su fin y se acerca la celebración de la XXXVIII Asamblea General de la JEC.

GlobalizAcción • El futuro del MTCE. Ante la apertura del proceso de elección para la secretaría general del Movimiento de Trabajadores Cristianos de Europa (MTCE), conviene reflexionar sobre los desafíos abiertos por el presente y el futuro del trabajo. Por Paco Álamos, responsable de Compromiso de la HOAC.

Cultura • Conectados para poner en el centro la vida de las personas. Maite Valdivieso analiza diferentes aspectos de la era digital en tiempo de pandemia.

El trabajo es para la vida • Salud laboral a distancia. Por José Quero, militante de la HOAC de Málaga.

El cuidado de la creación • No perdamos el hilo. Por Araceli Caballero, periodista.

La Mundialización  Industria cárnica: mirar hacia otro lado, aportación de Francisco Porcar, militante de la HOAC de Segorbe-Castellón.

El Termómetro • Globalización desde abajopor Jesús Espeja, teólogo.

El Evangelio en tu vida • Con el artículo La otra vida nueva, de Jorge Hernández, consiliario de la HOAC de Canarias.

Libros • La humanidad en el trabajo. Angelines Bayo, responsable de Organización y Vida Comunitaria de la HOAC, reseña La vida no es solo para el fin
de semana. Cómo el trabajo nos hace sentir vivos, de Anselm Grün.

Cine • La base de la pirámidePor Iñaki Lancelot, crítico de cine.

El Atrio • Una historia de la pandemia, por Rocío Hernando, militante de la HOAC de Getafe.

Dos Minutos • Con José María Toro y su texto El arte de abrazar en la distancia.

La oración de cada día • ¡Qué no nos falten nunca ni el vino ni el amor!, de Àlvar Miralles, consiliario de la HOAC de Segorbe-Castellón.

Portada | OIT Francia

Augusto Zampini: «Esta crisis revela la necesidad de un cambio radical y que este es posible»

Iglesia

Augusto Zampini: «Esta crisis revela la necesidad de un cambio radical y que este es posible»

19 junio 2020

El papa Francisco lo nombró experto del Sínodo de la Amazonia y, posteriormente, secretario adjunto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. Ahora su principal servicio está en la Comisión COVID-19 recientemente creada en el Vaticano, de la que es uno de sus responsables, para atender «el después» de la pandemia que ya comienza a configurar un nuevo mundo.

La pandemia «va a cambiar al mundo», ha señalado Francisco…

La pandemia ha forzado a cambios drásticos. Algunas cosas volverán a su cauce, y podremos salir, pasear, trabajar, reunirnos con amigos y familias. Pero muchas cosas serán distintas. El mundo globalizado tendrá diferentes características; estará en nosotros hacer de ese nuevo mundo pos-COVID algo bueno, mejor que antes. Es una crisis tremenda, dolorosa, triste. Pero como toda crisis ofrece una oportunidad. Por ejemplo, nuestra generación podría recuperarse de la irresponsabilidad con la que hemos tratado al planeta y a los más desventajados de la sociedad. ¿A quién le gustaría ser recordado como cómplice de destrucción ambiental y social? A mí, no. Y quisiera que nuestra generación sea recordada como aquellos que supimos cambiar el rumbo del mundo hacia un camino de cuidado, como quienes descubrimos cómo promover la salud y la justicia para todos. Pero la gente empieza a entender que se puede cambiar radicalmente –cuando hay voluntad política y colaboración de los ciudadanos–, tanto que países enteros han cerrado para poder proteger la salud de sus poblaciones. La fortaleza, entonces, está en que aprovechemos esta experiencia para sanar otros virus, los de la desigualdad, la indiferencia, el conflicto armado, la destrucción ambiental y tantos otros.

La COVID-19 ha puesto en evidencia las fragilidades y limitaciones de nuestras instituciones sociales y económicas. Aquellas que pensábamos indestructibles e infalibles hoy se están desmoronando ante un pequeñísimo virus. Y hoy se hacen más evidentes que nunca nuestras desigualdades. No todos podemos afrontar la pandemia del mismo modo. Los trabajadores informales, sin protección del mercado o del estado, están en serios problemas. Quienes no pueden trabajar desde sus casas también. Los pequeños empresarios o productores que quieren promover empleos dignos y sustentables están en aprietos también. Aquellos que viven en países con sistemas de salud débiles no pueden afrontar esto del mismo modo que otros, y sus médicos y enfermeros corren más riesgos en su noble tarea de «sanar». Los que viven en zonas de conflicto, los indocumentados, y tantos otros grupos de personas, están más expuestos que nosotros. El riesgo es que aumenten las desigualdades. Otra amenaza grave que estudiamos es la del tema de la seguridad alimentaria, que muy pocos hablan, que podría tener consecuencias peores que las del coronavirus. La idea es juntar fuerza para poder frenar estas amenazas, y en este sentido los movimientos sociales y las religiones jugarán un papel clave.

La Iglesia toma la iniciativa –primerea– creando la Comisión Vaticana COVID-19 para avanzar criterios y medidas.

La Comisión se divide en cinco grupos de trabajo; el primero colabora con Caritas Internationalis para interactuar con iglesias locales de manera que podamos entender cómo están reaccionando y cuáles son sus necesidades más urgentes, coordinando iniciativas de caridad. El segundo grupo se ocupa del estudio de la pandemia teniendo en cuenta todas sus dimensiones y la reflexión sobre el mundo pos-COVID, con la metodología de la Doctrina Social de la Iglesia: ver-juzgar-actuar. Participan las Academias Pontificias para la Vida y para las Ciencias, junto con diversas organizaciones y expertos (laicas y católicas) que ya cooperan con el Dicasterio. Alimenta a los otros grupos con sus reflexiones y propuestas de acción concretas. El tercer grupo, coordinado por el Dicasterio para la Comunicación, se ocupa de informar sobre el progreso de la Comisión, de darle más visibilidad. Actualmente hay varios boletines semanales publicados en su página web que recomiendo. El cuarto grupo, coordinado por la Secretaría de Estado, se ocupa de las relaciones con los países y los organismos internacionales, comunicando los frutos del trabajo del Grupo 2 a embajadas acreditadas ante la Santa Sede y los nuncios. Finalmente, el quinto grupo se encarga de buscar financiación para apoyar el trabajo de la Comisión y el de las iglesias locales.

Como ven, hay una buena combinación de reflexión-acción, de iglesias locales y organismos de la Santa Sede, de distintos organismos e instituciones expertos en diferentes disciplinas (ecología, economía, trabajo, salud, seguridad, política, etc.). En menos de dos meses hemos creado equipos de trabajo de primer nivel, y juntos generamos sinergias para «preparar el futuro», para crear ese futuro más justo y sostenible que tanto necesitamos. Ese es el objetivo principal de la Comisión, caminar con otros y ayudar a regenerar la sociedad, no a recuperar lo anterior, que dejaba mucho que desear. Esta es una crisis nueva, que requiere respuestas nuevas. En este sentido, como dice el papa Francisco en Laudato si’, ninguna fuente de sabiduría puede ser dejada de lado. Y si queremos conocer la realidad desde la perspectiva de quienes más sufren, la aportación de los movimientos es clave. Además, la implementación de lo que aprendemos desde la comisión tiene que hacerse con personas concretas, en lugares concretos; los movimientos en este aspecto son fundamentales. Por último, los movimientos, continuando con su trayectoria, pueden ayudar a regenerar la nueva política pos-COVID, que no va a ser fácil, pero que no puede estar solo en manos de elites. El nuevo mundo o es más participativo o no será nuevo ni mejor.

Luz y esperanza para ese futuro que ya se está configurando.

Hemos avanzado mucho con el análisis interdisciplinar, como podrán ver en los Boletines de la página web. Los criterios, como se imaginarán, están basados en los criterios de la Doctrina Social de la Iglesia, es decir, en la dignidad de toda persona humana y en el bien común, en la solidaridad y subsidiariedad, en la opción preferencial por los pobres y en el destino universal de los bienes, y por supuesto, siguiendo a Laudato si’, en el cuidado de la creación. Pero lo que estudia la Comisión es cómo aplicar tales principios a los tiempos en que vivimos, para ser coherentes con nuestra misión de ayudar a construir un mundo mejor pos-COVID.

Hasta ahora han surgido propuestas para mitigar la crisis alimentaria y los conflictos armados, para fortalecer o modificar organismos internacionales y la cooperación entre países, para anticiparse al tratamiento y vacuna del virus, y para navegar por estos momentos económicos difíciles. Por ejemplo, hemos trabajado sobre el salario básico universal, algo que ha generado controversia. Pero muchos no entienden que millones de personas sin empleo, obligadas a quedarse en sus casas por el bien de la sociedad, necesitan una compensación de la sociedad. Además, hemos propuesto que este tipo de instrumentos debe ser acompañado por políticas para generar empleos nuevos –dignos y sustentables– que, a su vez, deben ir acompañadas de mecanismos financieros que faciliten la inversión pública y privada en la creación de tales empleos y, por supuesto, del fortalecimiento de los sistemas de salud. A partir de junio la Comisión entrará en una nueva fase, en donde podrán ver cómo, a lo largo del año, iremos presentando algunos resultados a distintos públicos, desde iglesias locales a organismos internacionales, desde propuestas para el ciudadano común a líderes de todo tipo. Contamos con el apoyo de todos Uds., espero… No podemos hacerlo solos.

La poliédrica comunidad política y la conversión ecológica.

Para cambiar el individualismo es necesaria una nueva solidaridad universal; para cambiar el dominio de una cultura tecnocrática es preciso recuperar relaciones sociopolíticas y proponer una cultura del cuidado. Para combatir la «rapidación» es necesario pensar en el largo plazo, como lo explica en detalle Laudato si’. En este contexto de pandemia, la encíclica ha resultado más profética y relevante que nunca, pues promueve una conversión integral (socioecológica, político-cultural, educacional-espiritual). Antes de la pandemia, estos temas ocupaban un lugar prioritario en la agenda pública global. Había una creciente conciencia social sobre su urgencia, desde los poderosos reunidos en Davos hasta los jóvenes en sus manifestaciones multitudinarias de los viernes. Pero hoy el deseo de cambio en muchos otros grupos ha aumentado, y mucha gente ha comenzado a ver Laudato si’ con otros ojos. Además, mucha gente ha comprendido que podemos vivir con menos, que algunos trabajos son más importantes que otros –piensen en las enfermeras, no muy bien reconocidas ni pagadas; o los barrenderos, que mantenían nuestras calles limpias; o los que cuidan ancianos o gente con capacidades diferentes, normalmente ignoradas por la sociedad–. Hoy descubrimos que sus contribuciones son vitales y, por lo tanto, debemos retribuirlos de modo diferente.

La crisis de la COVID no solo ha revelado la urgente necesidad de un cambio radical, sino que ha demostrado que estos cambios son posibles. ¿Acaso existen cambios más radicales que países enteros puestos bajo cuarentena y poblaciones reducidas a vivir de lo esencial? Además, la crisis ha demostrado que nuestra salud depende de la salud de nuestros ecosistemas y de la solidaridad con la que nos cuidamos los unos a otros. Todo está interconectado, como dice Laudato si’, no podemos cortarnos solos, ni seguir tratando a la creación como lo hemos hecho hasta ahora. Es tiempo de una «ecología integral», que requiere cambios radicales.

El trabajo, clave esencial en este pontificado.

Así como en los hospitales se atienden primero a los más afectados en salud, así también en la política económica debemos atender primero a los más afectados por la crisis socioeconómica; entre ellos los trabajadores pobres y descartados. En estos tiempos estamos todos navegando la misma tormenta pero en distintos barcos; algunos con mayor capacidad de defenderse que otros. Aquellos que ya enfrentaban desafíos socioeconómicos como el desempleo o trabajo precario e informal son los que están más expuestos al contagio y los más afectados por la crisis, y tienen que elegir entre morirse del virus o morirse de hambre. Esto es una injusticia que clama al cielo. Además, como lo enseña la Doctrina Social de la Iglesia, el trabajo no es solo algo que hacemos para obtener un salario, sino que hace a nuestra dignidad. Y hay tantos trabajos que son totalmente ignorados y no reconocidos… Todas estas realidades serán invisibles para algunos, pero no son invisibles para el Papa y para la Iglesia. Por eso el trabajo es una temática esencial para la Comisión

Francisco invitaba a los movimientos populares a pensar con él «en el después». ¿Se ha concretado ese diálogo? ¿Es el marco de la Comisión una posibilidad?

Sí, por supuesto. Con algunos estamos colaborando informalmente, otros colaboran con algunos centros de investigación que son parte de la Comisión. Pero con gusto aceptamos más propuestas.

Teniendo en cuenta el dramático impacto que ya sufre el mundo del trabajo… ¿Hay abiertos espacios de diálogo con sus instituciones? ¿Considera clave renovar el pacto social?

Hay varios grupos de empresarios y organizaciones que tienen sus foros de diálogo. La idea no es reemplazarlos. Pero sí, algunos de estos grupos aportan a la Comisión. Renovar el pacto social es el llamado que hace Laudato si’ que, como dije antes, es la base de nuestro trabajo. En las últimas décadas, bajo el actual modelo de desarrollo, hemos visto una distorsión en nuestros valores económicos que ha llevado a un gran deterioro ecológico y social.

Actualmente vivimos una economía basada en valores de mercado que responden a modelos financiero-matemáticos, con la sola idea de un retorno rápido y a cualquier costo. Es decir, se ha dejado de considerar la actividad económica como instrumento al servicio de la sociedad y se ha convertido en un objetivo en sí mismo. La pandemia puede ser una oportunidad para revertir esto, para que la economía vuelva a estar servicio de las personas y para reformular las relaciones en el mercado laboral sobre la base del bien común.

Si en Querida Amazonia Francisco expresaba cuatro sueños –social, cultural, ecológico y eclesial–, permítame el atrevimiento de preguntarle, ¿qué sueño incorporaría ahora?

Le sumaría el sueño de salud, que para la gente es muy importante. Pero el sueño no se limita a la salud física, sino que se expande a la salud mental, emocional, relacional, ambiental, espiritual e institucional. Sería fantástico si pudiéramos construir un mundo sano, con gente e instituciones sanas.

Pedagogía y pistas de acción para la conversión integral

Iglesia

Pedagogía y pistas de acción para la conversión integral

18 junio 2020

El libro En camino para el cuidado de la casa común, editado con motivo de 5º aniversario de la Laudato si’, ofrece una pedagogía y unas pistas de acción para que pueden ser aplicadas en las economías domésticas, en los ámbitos de actividad humana y en las instituciones, y contribuir al llamamiento de conversión integral, cuidando del planeta y de cada uno de nosotros.

En la comparecencia de hoy en la Santa Sede, Bruno Marie Duffé, secretario del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, integrante de la Mesa Interdicasterial del Vaticano sobre Ecología Integral que ha editado este libro, ha llamado la atención sobre el título “que evoca el camino que estamos llamados a recorrer juntos, para cuidar de la Tierra y de las personas”. Para presentar la publicación, -de momento, solo disponible en italiano-,  ha centrado su intervención en algunas reflexiones que ha considerado “esenciales”.

Responder a las incertidumbres del futuro con un camino de conversión

Esta propuesta aparece en un contexto de crisis sanitaria y socioeconómica “que amplifica la crisis ecológica y moral”, señalada por Francisco en Laudato si’. Un tiempo que experimentamos la fragilidad de nuestros cuerpo y nuestros vínculos, “en nuestras prácticas relacionadas con el cuidado del otro, en nuestras formas de pensar y de vivir el desarrollo económico y social”, ha señalado Duffé. Esta experiencia generadora de “miedo y preocupación” es respondida por Laudato si’ proponiendo “un camino de conversión”, escuchando el clamor de la tierra y de los pobres.

Un camino que “solo existe a través de quienes lo recorren” por lo que son los testigos, es decir, “los que transmiten”, “los que proponen”, “los que deciden y se deciden a actuar” quienes podrán provocar cambios. “Testigos -ha subrayado- son los protagonistas de la vida económica y política, son las comunidades locales, con su memoria y sus esperanzas, son las Iglesias, son los jóvenes al igual que los ancianos”. Somos quienes nos comprometemos.

Observar, escuchar y dejarse conmover

La experiencia de estos primeros cinco años de Laudato si’, muestra que “se trata de observar el mundo en el que vivimos, y en el que algunos ‘sobreviven’” y “dejarnos conmover” por un planeta que sufre por la actividad humana. Esta mirada contemplativa requiere “entrar en contacto con una comunidad humana herida” por las desigualdades y los conflictos y, al mismo tiempo, volver a encontrarnos con “la belleza y la promesa de lo que se nos ha encomendado en la Creación del Padre y en el amor de Cristo”.

Actuar, educar, practicar y celebrar

Desde esta mirada, este acompañar y esta espiritualidad, es urgente “actuar y decidir en favor de otro desarrollo” que no agote todas las formas de vida; “educar mediante el diálogo y las prácticas cotidianas de la sobriedad” como algunas de las recogidas en la publicación. Y por último, “celebrar, es decir, recordar la promesa inscrita en cada uno de nosotros, con nuestros talentos y nuestras experiencias. Y ofrecer lo que hemos compartido, nuestras penas y la alegría simple, pero a la vez fuerte, de la solidaridad”.

Reconsiderar la actividad humana

Emprender este camino de conversión pasa necesariamente por “reconsiderar los lugares de nuestra actividad humana, la relación con los elementos (el agua, la tierra y los océanos), la biodiversidad, el trabajo, la economía, las finanzas, la vida de las comunidades locales y el planeta, es decir lo local y lo global”. Se trata, en opinión del secretario del dicasterio Vaticano, de “atreverse a un desarrollo integral inspirado en la ecología integral, una nueva armonía con la tierra, con los demás y con uno mismo”. Un camino de vida que nos compromete a todo el pueblo de Dios.

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Foto cabecera | Zenit/Deborah Castellano

Un nuevo pacto social

Editoriales

Un nuevo pacto social

16 junio 2020

Si algo ha puesto de manifiesto la crisis social provocada por la COVID-19 es la enorme fragilidad y vulnerabilidad de nuestra sociedad y la total irracionalidad e inhumanidad del sistema económico capitalista neoliberal. Una vulnerabilidad vinculada, sobre todo, al olvido de los pobres, que es el olvido de la fraternidad. Una vulnerabilidad fruto de las enormes desigualdades generadas por décadas de políticas neoliberales. Tenemos recursos suficientes para hacer frente a las necesidades sociales, pero lo impide el acaparamiento en pocas manos de la riqueza social. Es imprescindible, como subraya el papa Francisco acabar con «la idolatría del dinero» que «descarta personas» en una «economía que mata». Porque «la necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar» (Evangelii gaudium, 202). Como señalan los obispos españoles en Iglesia, servidora de los pobres: «sin duda es el modelo mismo el que corresponde revisar» (n. 20).

Necesitamos ir más allá del inmediatismo y cortoplacismo político, que se instala en una realidad insostenible. Necesitamos algo que es evidente hace muchos años: construir un nuevo pacto social, porque lo que teníamos antes de esta crisis era cualquier cosa menos «normal». Mucho más ahora. Es una tarea que va mucho más allá, temporalmente, de lo que es la labor inmediata de un Gobierno y que, en lo que se refiere a su sujeto, necesita de una amplia implicación de muchos agentes sociales. Un nuevo pacto social que ponga en el centro el cuidado de la vida, que nos ayude a «pensar en grandes estrategias (…) que alienten una cultura del cuidado de la vida que impregne toda la sociedad» (Laudato si’, 231).

Un pacto social que contemple, al menos, dimensiones como las siguientes, estrechamente relacionadas entre sí:

1º. La promoción del trabajo digno y con plenos derechos, esencial para las personas y la sociedad, para acabar con la exclusión del empleo y su precarización, el reconocimiento social de los trabajos que no son empleos, particularmente los de cuidados, que afronte con seriedad la, tantas veces normalizada y olvidada, falta de condiciones de salud y seguridad en el trabajo.

2º. El fortalecimiento de los derechos sociales de personas y familias, incluido un Ingreso Mínimo Vital, para garantizar el acceso universal a los bienes básicos para vivir con dignidad y la necesaria protección social de todos sin que nadie sea excluido por ninguna razón.

3º. La promoción de la igualdad real de género, para acabar con todas las formas de violencia y de discriminación contra las mujeres, y con la invisibilización de su labor de atención a las necesidades básica de la vida.

4º. El impulso del cuidado integral del planeta, para transformar las formas de producción, consumo y estilo de vida que son incompatibles con el cuidado de la casa común y la familia humana que la habitamos.

5º. La promoción de un pacto intergeneracional para reconocer efectivamente el valor de las personas mayores, las potencialidades de los jóvenes, la importancia de la interrelación entre generaciones, y que nos ayude a pensar el mundo que dejamos a las futuras generaciones.

6º. La promoción de una educación integral de una ciudadanía ecosocial y abierta a la fraternidad universal.

7º. La implantación de una fiscalidad progresiva que redistribuya de forma justa la riqueza social.

8º. El impulso y el compromiso por un diálogo social que nos permita buscar en común desde la diversidad, buscando integrar a todos e impedir que los intereses egoístas, la codicia y los planteamiento reaccionarios socaven el bien común.

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faldon portada y sumario

Tiende tu mano al pobre. IV Mensaje de la Jornada Mundial de los Pobres

Iglesia

Tiende tu mano al pobre. IV Mensaje de la Jornada Mundial de los Pobres

13 junio 2020

Publicamos a continuación el texto del Mensaje del Santo Padre para la IV Jornada Mundial de los Pobres, que se celebra el 15 de noviembre de 2020 (XXXIII domingo del Tiempo Ordinario) y cuyo tema es Tiende tu mano al pobre (cf. Sir 7, 32)

“Tiende tu mano al pobre” (cf. Sir 7, 32). La antigua sabiduría ha formulado estas palabras como un código sagrado a seguir en la vida. Hoy resuenan con todo su significado para ayudarnos también a nosotros a poner nuestra mirada en lo esencial y a superar las barreras de la indiferencia. La pobreza siempre asume rostros diferentes, que requieren una atención especial en cada situación particular; en cada una de ellas podemos encontrar a Jesús, el Señor, que nos reveló estar presente en sus hermanos más débiles (cf. Mt 25, 40).

1. Tomemos en nuestras manos el Eclesiástico, también conocido como Sirácida, uno de los libros del Antiguo Testamento. Aquí encontramos las palabras de un sabio maestro que vivió unos doscientos años antes de Cristo. Él buscaba la sabiduría que hace a los hombres mejores y capaces de escrutar en profundidad las vicisitudes de la vida. Lo hizo en un momento de dura prueba para el pueblo de Israel, un tiempo de dolor, luto y miseria causado por el dominio de las potencias extranjeras. Siendo un hombre de gran fe, arraigado en las tradiciones de sus antepasados, su primer pensamiento fue dirigirse a Dios para pedirle el don de la sabiduría. Y el Señor le ayudó.

Desde las primeras páginas del libro, el Sirácida expone sus consejos sobre muchas situaciones concretas de la vida, y la pobreza es una de ellas. Insiste en el hecho de que en la angustia hay que confiar en Dios: «Endereza tu corazón, mantente firme y no te angusties en tiempo de adversidad. Pégate a él y no te separes, para que al final seas enaltecido. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en la adversidad y en la humillación. Porque en el fuego se prueba el oro, y los que agradan a Dios en el horno de la humillación. En las enfermedades y en la pobreza pon tu confianza en él. Confía en él y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él. Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia y no os desviéis, no sea que caigáis» (2, 2-7).

2. Página tras página, descubrimos un precioso compendio de sugerencias sobre cómo actuar a la luz de una relación íntima con Dios, creador y amante de la creación, justo y providente con todos sus hijos. Sin embargo, la constante referencia a Dios no impide mirar al hombre concreto; al contrario, las dos cosas están estrechamente relacionadas.

Lo demuestra claramente el pasaje del cual se toma el título de este Mensaje (cf. 7, 29-36). La oración a Dios y la solidaridad con los pobres y los que sufren son inseparables. Para celebrar un culto que sea agradable al Señor, es necesario reconocer que toda persona, incluso la más indigente y despreciada, lleva impresa en sí la imagen de Dios. De tal atención deriva el don de la bendición divina, atraída por la generosidad que se practica hacia el pobre. Por lo tanto, el tiempo que se dedica a la oración nunca puede convertirse en una coartada para descuidar al prójimo necesitado; sino todo lo contrario: la bendición del Señor desciende sobre nosotros y la oración logra su propósito cuando va acompañada del servicio a los pobres.

3. ¡Qué actual es esta antigua enseñanza, también para nosotros! En efecto, la Palabra de Dios va más allá del espacio, del tiempo, de las religiones y de las culturas. La generosidad que sostiene al débil, consuela al afligido, alivia los sufrimientos, devuelve la dignidad a los privados de ella, es una condición para una vida plenamente humana. La opción por dedicarse a los pobres y atender sus muchas y variadas necesidades no puede estar condicionada por el tiempo a disposición o por intereses privados, ni por proyectos pastorales o sociales desencarnados. El poder de la gracia de Dios no puede ser sofocado por la tendencia narcisista a ponerse siempre uno mismo en primer lugar.

Mantener la mirada hacia el pobre es difícil, pero muy necesario para dar a nuestra vida personal y social la dirección correcta. No se trata de emplear muchas palabras, sino de comprometer concretamente la vida, movidos por la caridad divina. Cada año, con la Jornada Mundial de los Pobres, vuelvo sobre esta realidad fundamental para la vida de la Iglesia, porque los pobres están y estarán siempre con nosotros (cf. Jn 12, 8) para ayudarnos a acoger la compañía de Cristo en nuestra vida cotidiana.

4. El encuentro con una persona en condición de pobreza siempre nos provoca e interroga. ¿Cómo podemos ayudar a eliminar o al menos aliviar su marginación y sufrimiento? ¿Cómo podemos ayudarla en su pobreza espiritual? La comunidad cristiana está llamada a involucrarse en esta experiencia de compartir, con la conciencia de que no le está permitido delegarla a otros. Y para apoyar a los pobres es fundamental vivir la pobreza evangélica en primera persona. No podemos sentirnos “bien” cuando un miembro de la familia humana es dejado al margen y se convierte en una sombra. El grito silencioso de tantos pobres debe encontrar al pueblo de Dios en primera línea, siempre y en todas partes, para darles voz, defenderlos y solidarizarse con ellos ante tanta hipocresía y tantas promesas incumplidas, e invitarlos a participar en la vida de la comunidad.

Es cierto, la Iglesia no tiene soluciones generales que proponer, pero ofrece, con la gracia de Cristo, su testimonio y sus gestos de compartir. También se siente en la obligación de presentar las exigencias de los que no tienen lo necesario para vivir. Recordar a todos el gran valor del bien común es para el pueblo cristiano un compromiso de vida, que se realiza en el intento de no olvidar a ninguno de aquellos cuya humanidad es violada en las necesidades fundamentales.

5. Tender la mano hace descubrir, en primer lugar, a quien lo hace, que dentro de nosotros existe la capacidad de realizar gestos que dan sentido a la vida. ¡Cuántas manos tendidas se ven cada día! Lamentablemente, sucede cada vez más a menudo que la prisa nos arrastra a una vorágine de indiferencia, hasta el punto de que ya no se sabe más reconocer todo el bien que cotidianamente se realiza en el silencio y con gran generosidad. Así sucede que, sólo cuando ocurren hechos que alteran el curso de nuestra vida, nuestros ojos se vuelven capaces de vislumbrar la bondad de los santos “de la puerta de al lado”, «de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 7), pero de los que nadie habla. Las malas noticias son tan abundantes en las páginas de los periódicos, en los sitios de internet y en las pantallas de televisión, que nos convencen que el mal reina soberano. No es así. Es verdad que está siempre presente la maldad y la violencia, el abuso y la corrupción, pero la vida está entretejida de actos de respeto y generosidad que no sólo compensan el mal, sino que nos empujan a ir más allá y a estar llenos de esperanza.

6. Tender la mano es un signo: un signo que recuerda inmediatamente la proximidad, la solidaridad, el amor. En estos meses, en los que el mundo entero ha estado como abrumado por un virus que ha traído dolor y muerte, desaliento y desconcierto, ¡cuántas manos tendidas hemos podido ver! La mano tendida del médico que se preocupa por cada paciente tratando de encontrar el remedio adecuado. La mano tendida de la enfermera y del enfermero que, mucho más allá de sus horas de trabajo, permanecen para cuidar a los enfermos. La mano tendida del que trabaja en la administración y proporciona los medios para salvar el mayor número posible de vidas. La mano tendida del farmacéutico, quién está expuesto a tantas peticiones en un contacto arriesgado con la gente. La mano tendida del sacerdote que bendice con el corazón desgarrado. La mano tendida del voluntario que socorre a los que viven en la calle y a los que, a pesar de tener un techo, no tienen comida. La mano tendida de hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad. Y otras manos tendidas que podríamos describir hasta componer una letanía de buenas obras. Todas estas manos han desafiado el contagio y el miedo para dar apoyo y consuelo.

7. Esta pandemia llegó de repente y nos tomó desprevenidos, dejando una gran sensación de desorientación e impotencia. Sin embargo, la mano tendida hacia el pobre no llegó de repente. Ella, más bien, ofrece el testimonio de cómo nos preparamos a reconocer al pobre para sostenerlo en el tiempo de la necesidad. Uno no improvisa instrumentos de misericordia. Es necesario un entrenamiento cotidiano, que proceda de la conciencia de lo mucho que necesitamos, nosotros los primeros, de una mano tendida hacia nosotros.

Este momento que estamos viviendo ha puesto en crisis muchas certezas. Nos sentimos más pobres y débiles porque hemos experimentado el sentido del límite y la restricción de la libertad. La pérdida de trabajo, de los afectos más queridos y la falta de las relaciones interpersonales habituales han abierto de golpe horizontes que ya no estábamos acostumbrados a observar. Nuestras riquezas espirituales y materiales fueron puestas en tela de juicio y descubrimos que teníamos miedo. Encerrados en el silencio de nuestros hogares, redescubrimos la importancia de la sencillez y de mantener la mirada fija en lo esencial. Hemos madurado la exigencia de una nueva fraternidad, capaz de ayuda recíproca y estima mutua. Este es un tiempo favorable para «volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo […]. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad […]. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad e impide el desarrollo de una verdadera cultura del cuidado del ambiente» (Carta enc. Laudato si’, 229). En definitiva, las graves crisis económicas, financieras y políticas no cesarán mientras permitamos que la responsabilidad que cada uno debe sentir hacia al prójimo y hacia cada persona permanezca aletargada.

8. “Tiende la mano al pobre” es, por lo tanto, una invitación a la responsabilidad y un compromiso directo de todos aquellos que se sienten parte del mismo destino. Es una llamada a llevar las cargas de los más débiles, como recuerda san Pablo: «Mediante el amor, poneos al servicio los unos de los otros. Porque toda la Ley encuentra su plenitud en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. […] Llevad las cargas los unos de los otros» (Ga 5, 13-14; 6, 2). El Apóstol enseña que la libertad que nos ha sido dada con la muerte y la resurrección de Jesucristo es para cada uno de nosotros una responsabilidad para ponernos al servicio de los demás, especialmente de los más débiles. No se trata de una exhortación opcional, sino que condiciona de la autenticidad de la fe que profesamos.

El libro del Eclesiástico viene otra vez en nuestra ayuda: sugiere acciones concretas para apoyar a los más débiles y también utiliza algunas imágenes evocadoras. En un primer momento toma en consideración la debilidad de cuantos están tristes: «No evites a los que lloran» (7, 34). El período de la pandemia nos obligó a un aislamiento forzoso, incluso impidiendo que pudiéramos consolar y permanecer cerca de amigos y conocidos afligidos por la pérdida de sus seres queridos. Y sigue diciendo el autor sagrado: «No dejes de visitar al enfermo» (7, 35). Hemos experimentado la imposibilidad de estar cerca de los que sufren, y al mismo tiempo hemos tomado conciencia de la fragilidad de nuestra existencia. En resumen, la Palabra de Dios nunca nos deja tranquilos y continúa estimulándonos al bien.

9. “Tiende la mano al pobre” destaca, por contraste, la actitud de quienes tienen las manos en los bolsillos y no se dejan conmover por la pobreza, de la que a menudo son también cómplices. La indiferencia y el cinismo son su alimento diario. ¡Qué diferencia respecto a las generosas manos que hemos descrito! De hecho, hay manos tendidas para rozar rápidamente el teclado de una computadora y mover sumas de dinero de una parte del mundo a otra, decretando la riqueza de estrechas oligarquías y la miseria de multitudes o el fracaso de naciones enteras. Hay manos tendidas para acumular dinero con la venta de armas que otras manos, incluso de niños, usarán para sembrar muerte y pobreza. Hay manos tendidas que en las sombras intercambian dosis de muerte para enriquecerse y vivir en el lujo y el desenfreno efímero. Hay manos tendidas que por debajo intercambian favores ilegales por ganancias fáciles y corruptas. Y también hay manos tendidas que, en el puritanismo hipócrita, establecen leyes que ellos mismos no observan.

En este panorama, «los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 54). No podemos ser felices hasta que estas manos que siembran la muerte se transformen en instrumentos de justicia y de paz para el mundo entero.

10. «En todas tus acciones, ten presente tu final» (Sir 7,36). Esta es la expresión con la que el Sirácida concluye su reflexión. El texto se presta a una doble interpretación. La primera hace evidente que siempre debemos tener presente el fin de nuestra existencia. Acordarse de nuestro destino común puede ayudarnos a llevar una vida más atenta a quien es más pobre y no ha tenido las mismas posibilidades que nosotros. Existe también una segunda interpretación, que evidencia más bien el propósito, el objetivo hacia el que cada uno tiende. Es el fin de nuestra vida que requiere un proyecto a realizar y un camino a recorrer sin cansarse. Y bien, la finalidad de cada una de nuestras acciones no puede ser otro que el amor. Este es el objetivo hacia el que nos dirigimos y nada debe distraernos de él. Este amor es compartir, es dedicación y servicio, pero comienza con el descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y movidos al amor. Este fin aparece en el momento en que el niño se encuentra con la sonrisa de la madre y se siente amado por el hecho mismo de existir. Incluso una sonrisa que compartimos con el pobre es una fuente de amor y nos permite vivir en la alegría. La mano tendida, entonces, siempre puede enriquecerse con la sonrisa de quien no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece, sino que sólo se alegra de vivir según el estilo de los discípulos de Cristo.

En este camino de encuentro cotidiano con los pobres, nos acompaña la Madre de Dios que, de modo particular, es la Madre de los pobres. La Virgen María conoce de cerca las dificultades y sufrimientos de quienes están marginados, porque ella misma se encontró dando a luz al Hijo de Dios en un establo. Por la amenaza de Herodes, con José su esposo y el pequeño Jesús huyó a otro país, y la condición de refugiados marcó a la sagrada familia durante algunos años. Que la oración a la Madre de los pobres pueda reunir a sus hijos predilectos y a cuantos les sirven en el nombre de Cristo. Y que esta misma oración transforme la mano tendida en un abrazo de comunión y de renovada fraternidad.

Roma, en San Juan de Letrán, 13 de junio de 2020, memoria litúrgica de san Antonio de Padua.

Huelva | La HOAC reclama políticas para un trabajo digno en la celebración de su día

Convocatorias

Huelva | La HOAC reclama políticas para un trabajo digno en la celebración de su día

12 junio 2020

La Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) de Huelva celebra su día hoy viernes, 12 de junio, con una Eucaristía que tendrá lugar en la parroquia Nuestra Señora de Belén, a las 20:30 horas. 

En el marco de la campaña «Trabajo digno para una sociedad decente», este Día de la HOAC, que en nuestra diócesis se celebra hoy, 12 de junio, se pretende ahondar en cómo la racionalidad política dominante ha afectado en la precarización y empobrecimiento de los trabajadores; cómo ha contribuido a limitar el sentido del trabajo humano y de qué modo ha minado la identidad social y política de la persona trabajadora.

Desde la conciencia de que necesitamos «una cultura política que afronte un doble desafío: por un lado, recuperar una comprensión y vivencia de la política como algo propio del ser humano […] y, por otro lado, recuperar la capacidad de decisión sobre los problemas que nos afectan a la sociedad, porque esta capacidad ha sido secuestrada por los poderes económicos» (Trabajo digno para una sociedad decente, Cuaderno HOAC nº 9, pág. 52) la HOAC realiza una serie de propuestas liberadoras que acaben con la subordinación del trabajo humano al capital.

En el último cuaderno de la Comisión Permanente de la Hermandad Obrera de Acción Católica, se profundiza en la necesidad de políticas que se empeñen en defender el derecho a un trabajo digno de todos los trabajadores. Así lo reclama el papa Francisco (Carta del papa Francisco al cardenal Peter K. A. Turkson con motivo de la conferencia internacional «De Populorum progressio a Laudato si’»), expresando con rotundidad que «el trabajo no puede considerarse como una mercancía ni un mero instrumento en la cadena productiva de bienes y servicios, sino que, al ser primordial para el desarrollo, tiene preferencia sobre cualquier otro factor de producción, incluyendo al capital. De allí el imperativo ético de «preservar las fuentes de trabajo», de crear otras nuevas a medida que aumenta la rentabilidad económica, como también se necesita garantizar la dignidad del mismo».

La lógica política, en lo que atañe a las dinámicas democráticas, sujetas a procesos electorales, hace que los partidos realicen planteamientos sujetos a dichos procesos y que su incidencia en la transformación social quede limitada a los cuatros años en los que se ejerce el gobierno y por tanto les sea muy difícil proponer políticas que piensen en un futuro a largo plazo, que tengan carácter intergeneracional, subrayan.

Por eso, añaden, se hace más necesario que nunca promover en el debate político, que trasciende lo que son las instancias legislativas y de gobierno, la necesidad de utilizar «las luces largas» a la hora de plantear iniciativas que sirvan a un horizonte de paz y justicia, también en lo que concierne a este conflicto capital-trabajo.

Este cuaderno quiere ser una invitación a dialogar con nuestra realidad sociopolítica y económica para tomar conciencia de lo que la racionalidad política que nos domina hace con el trabajo humano. Además, quiere ser un instrumento que nos ayude a tomar conciencia de la distancia que hay entre lo que desde la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) y otros organismos se comprende por trabajo digno, y la realidad de precariedad y empobrecimiento que sufre el mundo obrero y del trabajo, ofreciendo una propuesta para que, en clave de cultura de encuentro, se pueda dialogar, en diferentes asociaciones, movimientos y organizaciones sindicales y políticas.

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