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#Cuaresma2021 | Un tiempo para renovar la fe, la esperanza y la caridad

Iglesia

#Cuaresma2021 | Un tiempo para renovar la fe, la esperanza y la caridad

12 febrero 2021

Mensaje del papa Francisco para la Cuaresma de 2021.

«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén…» (Mt 20,18). Cuaresma: un tiempo para renovar la fe, la esperanza y la caridad.

Queridos hermanos y hermanas:

Cuando Jesús anuncia a sus discípulos su pasión, muerte y resurrección, para cumplir con la voluntad del Padre, les revela el sentido profundo de su misión y los exhorta a asociarse a ella, para la salvación del mundo.

Recorriendo el camino cuaresmal, que nos conducirá a las celebraciones pascuales, recordemos a Aquel que «se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2, 8). En este tiempo de conversión renovemos nuestra fe, saciemos nuestra sed con el “agua viva” de la esperanza y recibamos con el corazón abierto el amor de Dios que nos convierte en hermanos y hermanas en Cristo. En la noche de Pascua renovaremos las promesas de nuestro Bautismo, para renacer como hombres y mujeres nuevos, gracias a la obra del Espíritu Santo. Sin embargo, el itinerario de la Cuaresma, al igual que todo el camino cristiano, ya está bajo la luz de la Resurrección, que anima los sentimientos, las actitudes y las decisiones de quien desea seguir a Cristo.

El ayuno, la oración y la limosna, tal como los presenta Jesús en su predicación (cf. Mt 6, 1-18), son las condiciones y la expresión de nuestra conversión. La vía de la pobreza y de la privación (el ayuno), la mirada y los gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna) y el diálogo filial con el Padre (la oración) nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante.

1. La fe nos llama a acoger la Verdad y a ser testigos, ante Dios y ante nuestros hermanos y hermanas.

En este tiempo de Cuaresma, acoger y vivir la Verdad que se manifestó en Cristo significa ante todo dejarse alcanzar por la Palabra de Dios, que la Iglesia nos transmite de generación en generación. Esta Verdad no es una construcción del intelecto, destinada a pocas mentes elegidas, superiores o ilustres, sino que es un mensaje que recibimos y podemos comprender gracias a la inteligencia del corazón, abierto a la grandeza de Dios que nos ama antes de que nosotros mismos seamos conscientes de ello. Esta Verdad es Cristo mismo que, asumiendo plenamente nuestra humanidad, se hizo Camino —exigente pero abierto a todos— que lleva a la plenitud de la Vida.

El ayuno vivido como experiencia de privación, para quienes lo viven con sencillez de corazón lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su cumplimiento. Haciendo la experiencia de una pobreza aceptada, quien ayuna se hace pobre con los pobres y “acumula” la riqueza del amor recibido y compartido. Así entendido y puesto en práctica, el ayuno contribuye a amar a Dios y al prójimo en cuanto, como nos enseña santo Tomás de Aquino, el amor es un movimiento que centra la atención en el otro considerándolo como uno consigo mismo (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 93).

La Cuaresma es un tiempo para creer, es decir, para recibir a Dios en nuestra vida y permitirle “poner su morada” en nosotros (cf. Jn 14, 23). Ayunar significa liberar nuestra existencia de todo lo que estorba, incluso de la saturación de informaciones —verdaderas o falsas— y productos de consumo, para abrir las puertas de nuestro corazón a Aquel que viene a nosotros pobre de todo, pero «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 14): el Hijo de Dios Salvador.

2. La esperanza como “agua viva” que nos permite continuar nuestro camino

La samaritana, a quien Jesús pide que le dé de beber junto al pozo, no comprende cuando Él le dice que podría ofrecerle un «agua viva» (Jn 4, 10). Al principio, naturalmente, ella piensa en el agua material, mientras que Jesús se refiere al Espíritu Santo, aquel que Él dará en abundancia en el Misterio pascual y que infunde en nosotros la esperanza que no defrauda. Al anunciar su pasión y muerte Jesús ya anuncia la esperanza, cuando dice: «Y al tercer día resucitará» (Mt 20, 19). Jesús nos habla del futuro que la misericordia del Padre ha abierto de par en par. Esperar con Él y gracias a Él quiere decir creer que la historia no termina con nuestros errores, nuestras violencias e injusticias, ni con el pecado que crucifica al Amor. Significa saciarnos del perdón del Padre en su Corazón abierto.

En el actual contexto de preocupación en el que vivimos y en el que todo parece frágil e incierto, hablar de esperanza podría parecer una provocación. El tiempo de Cuaresma está hecho para esperar, para volver a dirigir la mirada a la paciencia de Dios, que sigue cuidando de su Creación, mientras que nosotros a menudo la maltratamos (cf. Carta enc. Laudato si’, 32-33; 43-44). Es esperanza en la reconciliación, a la que san Pablo nos exhorta con pasión: «Os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5 ,20). Al recibir el perdón, en el Sacramento que está en el corazón de nuestro proceso de conversión, también nosotros nos convertimos en difusores del perdón: al haberlo acogido nosotros, podemos ofrecerlo, siendo capaces de vivir un diálogo atento y adoptando un comportamiento que conforte a quien se encuentra herido. El perdón de Dios, también mediante nuestras palabras y gestos, permite vivir una Pascua de fraternidad.

En la Cuaresma, estemos más atentos a «decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan», en lugar de «palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian» (Carta enc. Fratelli tutti [FT], 223). A veces, para dar esperanza, es suficiente con ser «una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia» (ibíd., 224).

En el recogimiento y el silencio de la oración, se nos da la esperanza como inspiración y luz interior, que ilumina los desafíos y las decisiones de nuestra misión: por esto es fundamental recogerse en oración (cf. Mt 6, 6) y encontrar, en la intimidad, al Padre de la ternura.

Vivir una Cuaresma con esperanza significa sentir que, en Jesucristo, somos testigos del tiempo nuevo, en el que Dios “hace nuevas todas las cosas” (cf. Ap 21, 1-6). Significa recibir la esperanza de Cristo que entrega su vida en la cruz y que Dios resucita al tercer día, “dispuestos siempre para dar explicación a todo el que nos pida una razón de nuestra esperanza” (cf. 1 P 3, 15).

3. La caridad, vivida tras las huellas de Cristo, mostrando atención y compasión por cada persona, es la expresión más alta de nuestra fe y nuestra esperanza.

La caridad se alegra de ver que el otro crece. Por este motivo, sufre cuando el otro está angustiado: solo, enfermo, sin hogar, despreciado, en situación de necesidad… La caridad es el impulso del corazón que nos hace salir de nosotros mismos y que suscita el vínculo de la cooperación y de la comunión.

«A partir del “amor social” es posible avanzar hacia una civilización del amor a la que todos podamos sentirnos convocados. La caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos» (FT, 183).

La caridad es don que da sentido a nuestra vida y gracias a este consideramos a quien se ve privado de lo necesario como un miembro de nuestra familia, amigo, hermano. Lo poco que tenemos, si lo compartimos con amor, no se acaba nunca, sino que se transforma en una reserva de vida y de felicidad. Así sucedió con la harina y el aceite de la viuda de Sarepta, que dio el pan al profeta Elías (cf. 1 R 17,7-16); y con los panes que Jesús bendijo, partió y dio a los discípulos para que los distribuyeran entre la gente (cf. Mc 6, 30-44). Así sucede con nuestra limosna, ya sea grande o pequeña, si la damos con gozo y sencillez.

Vivir una Cuaresma de caridad quiere decir cuidar a quienes se encuentran en condiciones de sufrimiento, abandono o angustia a causa de la pandemia de COVID-19. En un contexto tan incierto sobre el futuro, recordemos la palabra que Dios dirige a su Siervo: «No temas, que te he redimido» (Is 43,1), ofrezcamos con nuestra caridad una palabra de confianza, para que el otro sienta que Dios lo ama como a un hijo.

«Solo con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura y, por lo tanto, verdaderamente integrados en la sociedad» (FT, 187).

Queridos hermanos y hermanas: Cada etapa de la vida es un tiempo para creer, esperar y amar. Este llamado a vivir la Cuaresma como camino de conversión y oración, y para compartir nuestros bienes, nos ayuda a reconsiderar, en nuestra memoria comunitaria y personal, la fe que viene de Cristo vivo, la esperanza animada por el soplo del Espíritu y el amor, cuya fuente inagotable es el corazón misericordioso del Padre.

Que María, Madre del Salvador, fiel al pie de la cruz y en el corazón de la Iglesia, nos sostenga con su presencia solícita, y la bendición de Cristo resucitado nos acompañe en el camino hacia la luz pascual.

Roma, San Juan de Letrán, 11 de noviembre de 2020, memoria de san Martín de Tours.

Getafe | Arranca la celebración del 75 aniversario de la HOAC con una Eucaristía

Iglesia, Mundo obrero y del trabajo

Getafe | Arranca la celebración del 75 aniversario de la HOAC con una Eucaristía

05 febrero 2021

La diócesis de Getafe comenzará la celebración del 75 aniversario de la creación de la HOAC, con una Eucaristía, el 26 de febrero, a las a las 19 h. en la parroquia Ntra. Sra. de Zarzaquemada de Leganés, que podrá seguirse por Youtube.

La celebración eucarística servirá, también y como es tradición todos los años, para celebrar y recordar la vida del primer militante de la HOAC, Guillermo Rovirosa, que murió el 27 de febrero de 1964. 

El 3 de noviembre de 1946, en la clausura de la I Semana Nacional, celebrada en la Basílica de la Milagrosa, en Madrid, es situado como la fecha del nacimiento de la HOAC. Se puso en marcha definitivamente el proyecto que los obispos españoles encargaron a Guillermo Rovirosa de organizar e impulsar un movimiento apostólico especializado de Acción Católica para la evangelización del mundo obrero tan alejado de la Iglesia. Desde que asumió la tarea Rovirosa se dedicó por entero al apostolado entre los obreros, viviendo como un obrero pobre.

Desde entonces, ininterrumpidamente, pese a las diversas circunstancias de todo tipo por las que ha transcurrido la vida de la HOAC, podemos afirmar que se ha desplegado toda una historia de fidelidad eclesial siendo fieles al mundo obrero a quienes hemos sido enviados.

Por esta razón el 3 de noviembre de 2020, la HOAC inició la celebración del 75 aniversario que terminará el 3 de noviembre de 2021. El lema del aniversario es Tendiendo puentes y derribando muros.

Durante todo este año y con diversos actos, celebraciones y publicaciones quieren dar gracias al Padre por tantos hombres y mujeres que han ofrecido su vida llevando el Evangelio al mundo obrero y del trabajo, y a la vez trayendo a la Iglesia las alegrías y las penas, las miserias y las grandezas de los hombres y mujeres del mundo obrero y del trabajo.

El papa Francisco insiste en la necesidad de ser ‘memoriosos’, y recordar las maravillas que Dios va haciendo en nuestra vida, para poder proclamarlas, para poder seguir anunciando su ternura y su misericordia. Celebrar es una dimensión constitutiva de la Fe.

En la diócesis de Getafe quieren celebrar con gozo estos 75 años de fidelidad de la Iglesia al mundo obrero, y recordar, a su vez la figura, de Guillermo Rovirosa. Su conversión a la fe cristiana en la Navidad de 1933 marcó definitivamente su vida, fiel hasta su muerte a la Iglesia, al Evangelio y al mundo obrero, sus palabras, escritos y testimonio siguen hoy inspirando y guiando la vida y el compromiso de los militantes de la HOAC en medio de los trabajadores y trabajadoras, cuyos derechos siguen siendo vulnerados y su dignidad como tales no siempre reconocida. La Evangelización en el mundo del trabajo sigue siendo hoy tan necesaria como entonces.

Opinión | Las migraciones, responsabilidad de todos

Colaboraciones

Opinión | Las migraciones, responsabilidad de todos

19 enero 2021

Miguel Salinas Donaire, militante de la HOAC de Granada

En los últimos 10 años el número de personas migrantes internacionales en todo el mundo ha pasado de 150 a 272 millones y el de desplazados internos de 21 a 41,5 millones; de todos ellos, la cifra de trabajadores migrantes se estima que ascenderá hasta los 164 millones en 2020 (OIM).

Los datos citados nos dan una idea de la magnitud del fenómeno migratorio y de los retos que conlleva. En distintas ocasiones desde la HOAC (Hermandad Obrera de Acción  Católica) nos hemos referido a la realidad de los migrantes y planteábamos que el desgobierno y la indiferencia estaban empeorando dramáticamente la vida de los millones de personas que llegan hasta nosotros, muchos de ellos trabajadores que buscan una vida mejor y que son admitidos o rechazados según intereses del mercado laboral, ocupando los puestos de trabajo que casi nadie quiere, sin respetar en multitud de ocasiones sus salarios, ni derechos. Desde entonces la situación se ha hecho más escandalosa y se ha agravado especialmente por la situación de pandemia en la que nos encontramos.

Por ello, con Cristianismo y Justicia «Tenemos que considerar literalmente como criminales aquellas políticas de “seguridad” que tiendan a blindar fronteras y a levantar muros. Es el momento de la solidaridad activa, de la búsqueda conjunta de soluciones, y en esto las opiniones públicas de los países potencialmente acogedores tenemos que ser mucho más conscientes, claras e insistentes ante nuestras autoridades»

A ese respecto el papa Francisco nos recuerda que «La indiferencia y el silencio abren el camino a la complicidad cuando vemos como espectadores a los muertos… sea de grandes o pequeñas dimensiones, siempre son tragedias cuando se pierde aunque sea solo una vida». Por eso, insiste repetidamente en la necesidad de «romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo» (MV 15).

Lo que muestran las políticas de cierre de fronteras y de criminalización de las personas migrantes, en Europa y en nuestro país en particular, es la profunda crisis moral que vivimos y con ello la de nuestra propia humanidad. La debilidad de las respuestas a las causas estructurales de las migraciones, así como las dificultades personales y estructurales que ponemos para acogerlos, son señales inequívocas de la profundidad de esa crisis, que viene provocada por el olvido de la fraternidad, de la común humanidad que nos hermana. «La fraternidad o la compasión no es una materia optativa sino el punto de partida de una nueva humanidad». Necesitamos recomponer la fuerza de la moral en nuestras vidas, la fuerza de la fraternidad, en lo personal y en lo social. Particularmente en Europa es esencial avivar la convicción moral de que, sin la fraternidad, la libertad y la igualdad son inalcanzables. Por eso es tan radical y tan importante, para encontrar respuestas, lo que dice el papa Francisco: «Cada uno de nosotros es responsable de su prójimo: somos custodios de nuestros hermanos y hermanas, dondequiera que vivan»; nuestra responsabilidad humana es «que se encuentren “en casa” en la única familia humana».

Si lo dicho hasta aquí ha de ser válido para cualquier humanismo que se precie, la comunidad cristiana y la HOAC como parte de la misma, estamos especialmente urgidos a seguir trabajando junto con otros por el cambio de mentalidad que necesitamos, en lo personal y desde las instituciones, para que sean capaces de poner en el centro de su acción a la persona humana independientemente del color, raza o lugar de origen, desde la convicción de que «en la raíz del Evangelio de la misericordia el encuentro y la acogida del otro se entrecruzan con el encuentro y la acogida de Dios: acoger al otro es acoger a Dios en persona».  Luego, no hacerlo es rechazar a Dios en persona.

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Publicado en el periódico Ideal de Granada.

75 aniversario de la HOAC

Opinamos

75 aniversario de la HOAC

04 noviembre 2020

El 3 de noviembre de 1946, en plena posguerra, nacía la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC). Se hacía realidad el encargo que los obispos españoles habían hecho a Guillermo Rovirosa Albet de poner en marcha un movimiento especializado de acción católica para la evangelización del mundo obrero y del trabajo. Por esta razón, el 3 de noviembre del presente año abrimos el camino para celebrar estos setenta y cinco años de nuestra existencia y lo queremos hacer dando gracias al Padre por la vida de tantos hombres y mujeres que han ofrecido su vida llevando el Evangelio al mundo obrero y del trabajo y trayendo a la iglesia las alegrías y las penas, las miserias y las grandezas de los hombres y mujeres del mundo obrero y del trabajo.

Quiere ser memoria agradecida de la entrega y generosidad de tantos y tantas militantes, laicos y sacerdotes que han dado lo mejor de sí para llevar el Evangelio a los ambientes obreros y defender la grandeza y dignidad de ser obrero, estando presentes en tantas luchas y conflictos en las que estaba en juego el reconocimiento de unas condiciones dignas en el trabajo y un salario digno que permitiera vivir con dignidad al obrero y su familia.

Fidelidad eclesial

Desde entonces, ininterrumpidamente, pese a las diversas circunstancias de todo tipo por las que ha transcurrido la vida de la HOAC, podemos afirmar que se ha desplegado toda una historia de fidelidad eclesial siendo fieles al mundo obrero a quienes hemos sido enviados.

El papa Francisco insiste en la necesidad de ser ‘memoriosos’, y recordar (volver a pasar por el corazón) las maravillas que Dios va haciendo en nuestra vida, para poder proclamarlas, para poder seguir anunciando su ternura y su misericordia. Celebrar es una dimensión constitutiva de nuestra fe: es acoger la acción de Dios en nuestra vida, para agradecidos, poder transformar nuestra vida en acción de gracias. Nuestra celebración de este aniversario no es solo mirar con gratitud al pasado, sino, también, sentirnos impulsados hacia el futuro, en la vivencia comprometida de nuestro presente.

Un presente que queremos seguir viviendo con ilusión y esperanza, poniendo de manifiesto que el modo de estar presentes en la realidad, de encarnarnos en el mundo obrero y del trabajo de hoy sigue siendo, 75 años después, plenamente válido y actual. D. Tomás Malagón decía que “una organización vale lo que valen sus militantes”. Hoy como ayer para evangelizar al mundo obrero se necesitan apóstoles obreros, testigos de Jesucristo, que, con su espiritualidad, su formación y su compromiso encarnado en la realidad y las organizaciones del mundo obrero y del trabajo, sean evangelizadores de sus hermanos y hermanas. Espiritualidad, formación y compromiso son las características del modelo evangelizador de la HOAC, tres grandes caminos por los que hoy, como ayer, transita la vida del movimiento, buscando el encuentro Iglesia-mundo obrero y del trabajo.

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Publicado en el blog de Vida Nueva La cuestión social

Homilía en la Eucaristía de inicio del 75 aniversario del nacimiento de la HOAC

Iglesia, Internacional, Mundo obrero y del trabajo

Homilía en la Eucaristía de inicio del 75 aniversario del nacimiento de la HOAC

03 noviembre 2020

Filipenses 2, 5-11
Salmo 21
Lucas 14, 15-24

Queridas y queridos todos:

Gracias por vuestra presencia, por vuestra participación en esta Eucaristía en la que nos acompañamos mutuamente en la acción de gracias en torno a la mesa fraterna. Los tiempos no son fáciles, y por eso valoramos más aún, si cabe, vuestra presencia. Gracias de corazón a todos y cada uno.

Setenta y cinco años en nuestro mundo es la edad de ir haciendo las maletas, de apagar la luz, cerrar la puerta, echarse a un lado y dejar paso a quienes tras nosotros van empujando lo nuevo. Es esa la edad con la que nos jubilamos los sacerdotes, y la edad a la que cada vez más nos acercamos a la jubilación los trabajadores. Después de esa edad ya no está uno para según qué cosas. En cambio, la HOAC, con 75 años es aún una joven aprendiza de fraternidad y justicia; de fe, esperanza y amor. ¿Qué son 75 años en los más de dos mil años de la Iglesia, o en los millones de años de la historia de amor de Dios con esta creación?

Los tiempos que corren no son fáciles, como nunca los fueron para la HOAC. Precisamente por esa dificultad nuestra acción de gracias al Padre en esta tarde se expresa con más fuerza en la respuesta que hemos dado al salmo responsorial: el Señor es mi alabanza en la gran asamblea. El Señor nos ha hecho vivir para Él. Él hace que podamos alabarle hoy, porque en estos 75 años de historia (74 cumplidos, y el siguiente comenzado) ha hecho posible que “cumplamos nuestros votos”, que profesemos con fidelidad nuestra identidad hoacista. Ha hecho posible a través de la vida entregada de tantas hermanas y hermanos “que los desvalidos coman hasta saciarse”, y “nos ha hecho vivir para Él”. Con Rovirosa podemos decir aquello de ¡Ahora, más que nunca!

Es nuestro primer motivo de encuentro: la acción de gracias al Padre que, en su misericordia, ha querido sostener esta obra comenzada en Él, durante todo este tiempo. Gracias porque estamos, porque continuamos en el empeño que un día la Iglesia puso en nuestras manos a través de Guillermo Rovirosa, nuestro primer militante. Gracias porque el Espíritu suscitó el encuentro de hombres y mujeres de fe en esta tarea; porque puso en nuestro camino a Guillermo, a Eugenio Merino, a Tomás Malagón, y a tantos militantes y consiliarios empeñados en ser voceros de la invitación al banquete de Dios para todos con su vida entregada. Como recordábamos en la monición de entrada, en palabras del papa Francisco: “estamos rodeados, guiados y conducidos por los amigos de Dios [también por tantas y tantos militantes de la HOAC] … No tengo que llevar yo solo lo que en realidad no podría soportar. La muchedumbre de los santos de Dios me protege, me sostiene y me conduce”. (Gaudete et exultate, 4)

Damos gracias a Dios por la vida entregada de esta muchedumbre de santos, de nuestras hermanas y hermanos que nos han precedido en esta misión y que entregaron y gastaron, con generosidad, su vida, para hacer posible el encuentro del mundo obrero con Jesucristo y su Iglesia. Han sido una bendición en nuestras vidas. Tenemos mucho que seguir aprendiendo de ellas y ellos. Por ejemplo, a seguir descubriendo y a valorar la semilla de Dios plantada en la vida de cada uno de nosotros, en lo sencillo; a experimentar el gozo de la gratuidad en la entrega; a sembrar con generosidad; a seguir descubriendo el rostro de Cristo en cada hermana y hermano. A seguir descubriendo cómo la alegría del Reino se desvela para los sencillos; a descubrir que aspiramos a la bienaventuranza de poder comer en el banquete del Reino de Dios.

Gracias Señor por la muchedumbre de hermanas y hermanos que lo vivieron. Que nos transmitieron esa experiencia de amor. Que hablaron del Señor a la generación futura, que contaron tu justicia al pueblo que ha de nacer: todo lo que hizo el Señor.

A lo largo de esta historia nuestra hemos podido comprender que es Dios quien ofrece el banquete y quien convida. Es Dios quien quiere celebrar la fiesta y quien nos llama. Es Dios quien insiste en celebrar y quien nos busca. Porque desde la encarnación de Jesucristo, el empeño amoroso de Dios se plasma de una manera más intensa en esa búsqueda conmovida que desde siempre ha hecho Dios de nosotros, para que ninguno se pierda. En la encarnación de Jesucristo, hecho uno de los nuestros, hecho obrero en el taller de Nazaret, tenemos el mapa para no perder a Dios, para poder acercarnos a su voz y seguir escuchando su invitación: teniendo entre nosotros los mismos sentimientos de Cristo. Y eso es algo que pedimos cada día desde hace todos estos años que celebramos: pensar como Tú, trabajar contigo, vivir en Ti, como decimos en la Oración a Jesús Obrero.

Nuestra acción de gracias, que nace de la memoria, nos emplaza a hablar también nosotros del Señor a la generación futura, a seguir contando su justicia al pueblo que ha de nacer.

Nuestra historia de estos primeros años ha querido ser respuesta a la invitación del Señor para vivir la bienaventuranza del Reino, para sentarnos a su mesa, en la que hay sitio para todos, en la que nadie queda excluido. El Reino está preparado, el banquete está dispuesto. Quizá en algunos momentos de nuestra historia, en nuestra propia vida comunitaria ha habido también momentos de excusa. Es bueno reconocerlos, porque de la memoria nace también la necesidad que tenemos de perdón y reconciliación, y de la reconciliación surge nuestra conciencia humilde de servidores de la mesa del Reino. Si podemos acoger la fiesta del Reino siempre lo será en la misericordia entrañable derramada por Dios.

Y eso nos hace conscientes de la importancia de nuestra vida para Dios, a la vez que nos sitúa de frente a la esperanza: Dios llevará a cabo su proyecto de humanización. Dios hará su Voluntad, Dios llevará a plenitud la Historia, a pesar de nosotros, incluso. Hay una llamada a nuestra responsabilidad, a nuestra vida entregada, a nuestro ser cristiano, a nuestro vivir en Cristo, teniendo sus mismos sentimientos, pero también es una esperanza que nos sostiene en la alegría y en la gratitud, en la acción de gracias: ni siquiera nosotros seremos impedimento para el Reino. A lo más, podemos ser retraso.

Nuestra esperanza es que el Reino preparado llegará porque los pobres son quienes lo traerán de la mano de Dios. Porque en ellos se siembra el evangelio y se planta la Iglesia. Porque al encuentro servicial con los empobrecidos del mundo obrero nos sigue invitando el Señor, “que nos hace vivir para Él”. Porque la fuerza del Espíritu sigue animando nuestra fe y nuestra vida.

Nuestra acción de gracias no puede ser otra que nuestro quehacer apostólico, que nuestro compromiso. Por haber experimentado en esta historia nuestra el amor misericordioso de Dios, hemos de construir nuestra vida desde el amor y para el amor, tendiendo puentes entre la Iglesia y el mundo obrero y del trabajo, siendo renovadamente fieles a esa misión que la Iglesia nos encomienda: plantar la Iglesia más allá de los terrenos cultivados; plantarla en aquellos terrenos que han de ser desbrozados, preparados, arados, trabajados para que la semilla germine y crezca. Esos lugares humanos, periferias existenciales del mundo obrero, que son también periferias de la Iglesia. Esos lugares que este sistema da por perdidos, porque no son rentables según su lógica, pero que son los lugares a donde el Señor nos envía para descubrir que Él nos antecede, que los habita, esperando quien desvele su presencia liberadora.

En esas periferias del mundo obrero y de la Iglesia hemos aprendido a ser Iglesia en el mundo obrero, y mundo obrero en la Iglesia haciendo nuestros los gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias de las personas a quienes acompañamos en su vida, con quienes buscamos cambiar la mentalidad de nuestro mundo y construir una cultura de fraternidad y amistad social. Hemos trabajado con ellos para propiciar que las instituciones estén al servicio de las personas, y con ellos vamos haciendo nacer experiencias alternativas de comunión, que visibilicen la cercanía del Reino preparado por Dios. Hemos sido pueblo con nuestros hermanos y hermanas del mundo obrero, y con ellos hemos realizado nuestro ser Pueblo de Dios.

En esos lugares humanos hemos de seguir anunciando con nuestra vida personal y comunitaria que la esperanza del Reino nos anima y empuja, que “ahora, más que nunca” sigue siendo necesaria la comunidad creyente de hombres y mujeres que fiados en el amor de Dios empeñemos nuestra vida para que la Iglesia siga siendo la expresión, el sacramento, del amor de Dios a toda la humanidad, y especialmente a los empobrecidos.

Sigue siendo necesaria una comunidad creyente de hombres y mujeres que estén dispuestos a hacer vida el Evangelio de Jesucristo, construyendo fraternidad y amistad social, tendiendo puentes, derribando muros, haciendo posible la reconciliación de toda la humanidad con Dios y con la creación.

Sigue siendo necesaria una comunidad creyente de hombres y mujeres que desvelen la sagrada dignidad de cada persona, imagen de Dios, y siga empeñada en que el trabajo –el gran tema, dice el Papa– sea la manifestación más visible de esa dignidad.

Nuestro mensaje en esta celebración no puede ser otro que, desde la gratitud, abrirnos a la gratuidad de ofrecer nuestra vida cada día para que en ese empeño el Reino de Dios se haga realidad cotidiana y cercana a los empobrecidos del mundo obrero.

Siempre que rezamos la Oración a Jesús Obrero pidiéndole que su Reino sea un hecho en esos lugares vitales del mundo obrero y del trabajo, terminamos encomendándonos a María de Nazaret, que supo hacerse buena tierra de acogida para que Dios se humanara, que supo vivir en obediencia a la voluntad amorosa de Dios. A ella, Madre de los Pobres, le seguimos pidiendo, que ruegue por nosotros. Y por su intercesión seguiremos orando con esperanza para que, a la mesa fraterna del banquete del Reino dispuesta para todos, no quede nadie sin ser invitado.

María, Madre de los Pobres, ruega por nosotros.

 

Caminemos en esperanza

Iglesia

Caminemos en esperanza

01 noviembre 2020

David García Martín, consiliario de Palencia, el 31 de marzo. Mariana, madre de Juani Sosa, militante de Canarias, el 31 de marzo. Jesús Sedano, consiliario de la Rioja, el 1 de abril. Custodia García, la madre de Pepe Pinteño, militante de Alicante, el 6 de abril, y su padre, José Ramón, el 31 de agosto. Guillerma, militante de Coria-Cáceres, el 8 de abril, igual que Benita, la hermana de Ramiro Vega, militante de Barcelona. La madre de Cami, militante de Astorga, el 24 de abril.

Juan Luis Gallego Hurtado, antiguo militante de Sevilla, el 30 de abril. Ángel Alcázar, antiguo militante de Barcelona, el 8 de mayo. Carmen Arias, militante de Córdoba, el 29 de mayo. Leonor, madre de Bartolomé Mateos, militante de Jaén, el 29 de junio. María del Carmen, hermana de Goyo, militante de Soria el 30 de junio. Goyo ha vivido también en este tiempo la muerte de su cuñada y su nuera.

Luciano Calatrava, consiliario de Almería, el 30 de junio. Pepe Soler, sacerdote de Jaén vinculado a la HOAC, el 30 de julio.

Pedro Casaldáliga, obispo, el 8 de agosto.

Tito, militante de Plasencia, el 8 de octubre.

Antonio Algora, obispo, padre, amigo, hermano y compañero, el 15 de octubre, víctima de la COVID.

Todos ellos nos han regresado a la casa del Padre en este tiempo en que la vida se vende cara, y en el que la ternura solo se puede ofrecer y acoger en la distancia. Muchos de ellos no han podido ser acompañados en sus últimos momentos, ni hemos podido sentir el consuelo necesario ante su pérdida hasta que ha pasado bastante tiempo. No llenaremos –no se puede– el hueco que dejan en nuestra vida, pero aprenderemos a vivir con él.

Todos ellos nos han dejado, cada quien a su manera, algo precioso e irrepetible sin lo que nuestra vida hubiera sido bien distinta. Somos, también, lo que hemos vivido y compartido con ellos y ellas.

De cada uno podríamos hacer una semblanza que desgranara su aprecio por la vida mostrando cómo han entregado la suya, y no acabaríamos.

Estos no son tiempos fáciles –¿cuáles lo son?– pero por eso mismo son los tiempos de la esperanza, son los tiempos de mantener encendida esa débil llama que, como una pequeña candela continúa encendida ofreciendo algo de luz en medio de tanta oscuridad. Cuando se vislumbra la tentación de desesperar es cuando más propiamente podemos hablar de esperanza. Donde ninguno de nuestros argumentos ofrece respuestas, solo podemos abrir camino a la experiencia de la misericordia entrañable de nuestro Dios, que hizo carne de nuestra carne la esperanza en la vida de Jesús de Nazaret, empujada sin remisión a la resurrección.

La vida de estos hermanos y hermanas nuestras ha estado plagada de esa esperanza encarnada en lo cotidiano del encuentro y de la lucha, del amor y del abrazo, de la compasión y la justicia, de la fraternidad y la fiesta. La vida de estos hermanos y hermanas nuestras son para nosotros caminos abiertos de esperanza que siguen gritando con fuerza la victoria del amor entrañado de nuestro Dios, y la fuerza del Resucitado que sigue actuando en medio de la historia y de la Historia.

La vida de estos hermanos y hermanas nuestras nos sigue mostrando que vale la pena –y la alegría– entregar la vida por amor para que otros puedan vivir, como ellos entregaron la suya para la nuestra.

Y, por eso, nuestro dolor se transforma en esperanza que encamina de nuevo nuestra vida al encuentro y al abrazo con quienes ellos abrazaron, con quienes Dios abraza cada día.

Recordar, como hacemos este mes, a nuestros difuntos, es volver a pasar por el corazón la vida compartida con ellos, y agradecer cuanto de ellos recibimos, y orar por ellos en la esperanza de la resurrección y recibir todo lo bueno que sembraron como la mejor herencia que pueden dejarnos: la tarea de seguir siendo, tras los pasos del Resucitado, cuidadores de la esperanza, y sembradores de vida.

La palabra de Dios que proclamamos en la Eucaristía de cada domingo este mes nos sitúa en esa clave de esperanza, para reconocer la bienaventuranza en la vida de nuestros hermanos y hermanas difuntos, para invitarnos a descubrir la necesidad de la esperanza en nuestro mundo, y animarnos a suscitarla. Para no olvidarnos de transitar caminos de fraternidad y de justicia, caminos de amor al prójimo, que nos ponen junto a Dios.

La mejor manera de recordarlos y de sentir que viven con nosotros es acoger esa esperanza que nos enseñaron, y seguir encarnándola en la vida cotidiana. La mejor manera de acoger la herencia que nos dejan es hacer nuestro todo aquello que movió sus vidas, y en el encuentro con el Resucitado volver a encarnar la esperanza que nuestro mundo necesita.

Y en ese camino de esperanza, el dolor primero de su recuerdo, se irá transformando en una sonrisa de amor y gratitud.

El papa Francisco lo recuerda en la reciente encíclica Fratelli tutti, en el número 55, cuando dice: Invito a la esperanza, que «nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive. Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor. […] La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna». Caminemos en esperanza.

 

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Ana María Castillo: «Es preciso desterrar el miedo, porque es un muro imaginario»

Colaboraciones

Ana María Castillo: «Es preciso desterrar el miedo, porque es un muro imaginario»

14 julio 2020

Ana María Castillo, nacida en Berlanga (Badajoz), maestra de Primaria en Mérida y escritora, ha construido un relato intenso y fiel de la España de los años 60 y 70 del siglo pasado, en los que la HOAC, la JOC y la JEC tienen un protagonismo especial: Tiempos convulsos.

Paco Vicente | Militante de la HOAC de Murcia

Milan Kundera, destacado novelista y ensayista checo, afirma que «descubrir lo que una novela puede descubrir es la única razón de ser de una novela». ¿Qué descubrimientos cree que aporta su novela?

La existencia e importancia que tuvieron en aquellas décadas los movimientos apostólicos obreros y de estudiantes es un gran descubrimiento para la mayoría de los que lean la novela y no sean militantes.

El aislamiento y el miedo en el que vivían los guardias civiles y policías nacionales destinados al País Vasco y sus familias.

No todos los vascos apoyan el terrorismo.

Tiempos convulsos puede ser calificada de novela histórica, novela histórica de la España –franquista– sumida en la represión social y política y en la pobreza –en buena parte del país–. ¿Qué hay en la novela de «sustancialmente cierto»?, y ¿qué «circunstancias», si las hay, ha tenido que transformar en la misma?

Las historias que se desarrollan en la novela están basadas en la realidad de las circunstancias en que vivieron las personas entrevistadas y en los documentos escritos que yo investigué.

Por supuesto, los personajes creados son ficticios, sin embargo, el modo en que se desenvuelve su día a día puede ser perfectamente real, se ajusta a lo que sucedía en aquellas décadas. Algunos protagonistas son el resultado de agrupar en uno solo las vidas de varios de los entrevistados, pero moldeados siempre con las herramientas de la imaginación y la creatividad.

Galdós, en su discurso de ingreso en la Real Academia Española «La sociedad presente como materia novelable», de 1897, defendió como materia de sus novelas la realidad contemporánea a él, y que sus historias lo que hacían era devolver a la sociedad esta realidad, pero indagada en algunas de sus muchas posibilidades. ¿Qué puertas abre su novela a la comprensión de la España de hoy?

Toda época surge como consecuencia de lo sucedido en la anterior. Si las personas que no vivieron aquellas décadas, leen la novela tendrán acceso a un conocimiento bastante completo de cómo se vivía (en todos los sentidos) en los años que fueron a desembocar en la democracia actual, con sus cualidades y defectos.

Pasar de una dictadura a una democracia no es tarea que se resuelva en poco tiempo. Se necesita tomar conciencia de lo que no se quiere y atreverse a dar los primeros pasos para apoyar el cambio. Eso siempre conlleva sacrificio, situaciones de temor, unirse en pro de un objetivo común y estar abiertos al diálogo.

Esas generaciones pagaron un precio muy alto para conseguir la apertura de España al exterior, mejoras en el trabajo, en la educación, en la cultura, en la libertad. No se les regaló nada. Todo lo consiguieron a base de esfuerzo.

Si se conoce y se comprende esto, se valorará más lo que tenemos e intentaremos conservarlo. De lo contrario, pensaremos que vivir como vivimos es algo normal y durará siempre. Pero del bienestar a la pobreza y de la democracia a la dictadura se puede volver en un descuido. Basta con acomodarse a mirar hacia otro lado cuando las cosas no funcionan bien.

Sin duda, la realidad a la que remite la novela –la España de las décadas de los 60 y 70– es compleja y multiforme. ¿Es esa la razón –o una de ellas– que le lleva a optar en su relato por una narración múltiple en la que se van entreverando historias de amistad, de amor, familiares, de luchas obreras, de reivindicaciones sindicales, de activismo ideológico-político, religioso, etc., y que protagonizan emigrantes, obreros, guardias civiles, activistas sindicales, políticos, curas obreros y militantes cristianos?

Sí, claro. Yo he pretendido representar a los distintos sectores de la sociedad y que en todos ellos los personajes tuvieran su propia voz. Para conseguir esto, la opción más lógica es una novela coral.

Sobre la condición de emigrante. ¿Cree que con el tratamiento que Tiempos convulsos da a esta condición, tan presente hoy en nuestra sociedad, el relato es a la vez un canto y una llamada de atención a la convivencia y a la misericordia, a la importancia social del diálogo y la solidaridad con el «extranjero», con el «otro», en suma?

El diálogo y la solidaridad con el «otro» son fundamentales para que la sociedad se desenvuelva dentro de un ambiente de armonía.

Para el que llega de fuera sentir que es tenido en cuenta, que su presencia y lo que pueda aportar importan, no tiene precio.

Su novela rescata el protagonismo social de los curas obreros en la reciente historia de la Transición española a la democracia. ¿Hay sitio en la Iglesia para estos «mártires contemporáneos»?

Debería haberlo y, además, enriquecería, acercaría la Iglesia, como jerarquía, al pueblo. Sin embargo, no contemplo esa posibilidad actualmente dada la escasez de trabajo y de sacerdotes.

Y como no podía ser de otra manera, había que preguntarle desde una revista como noticias obreras, por la relevancia que una novela como Tiempos convulsos, una novela histórica, da al protagonismo de los movimientos de Acción Católica especializada como la JOC, la JEC y la HOAC. Y para hacerlo, si me permite, diría –como cuentan que afirmaba la madre de García Márquez de las historias que contenían sus relatos– ¿quién le ha contado?, ¿cómo ha llegado a esos testimonios?

Yo desconocía la existencia de estos movimientos. Tuve conocimiento de ellos al entrevistar al sacerdote Jesús Martín Mendieta. Él había sido consiliario de la JOC y de la HOAC en Bilbao. La mayor parte de su sacerdocio estuvo como consiliario de la HOAC. Era un entusiasta de Guillermo Rovirosa y me transmitió ese entusiasmo hasta tal punto, que enseguida tuve muy claro que esos movimientos tendrían un papel protagonista en mi novela.

Las entrevistas con otros sacerdotes confirmaron la importancia que tuvieron esos movimientos en una sociedad donde se congregaban tantos emigrantes; donde, tanto los que venían de fuera como los autóctonos, necesitaban mejorar bastante su nivel cultural si querían desenvolverse en las continuas huelgas para reclamar unas condiciones de trabajo más justas. También era muy importante que supieran expresar y defender sus opiniones, para no dejarse convencer sin más por orientaciones ideológicas que, a lo mejor, no les convenían.

En los tiempos actuales, ¿es razonable apostar por el «amor, la paz y la dignidad»?

Siempre es razonable apostar por el amor, la paz y la dignidad. Es la única actitud razonable ante la vida. Es preciso desterrar el miedo, porque es un muro imaginario.

El crítico extremeño, Moisés Cayetano Rosado, en su reseña a Tiempos Convulsos hace referencia a ello, como se puede apreciar en el siguiente párrafo: «Ana María Castillo lo simboliza en una frase hermosa con la que acaba la novela, donde proclama la libertad, al contestar uno de los personajes a la pregunta de por qué un muro de mariposas no es un muro de verdad: “Porque cuando lo tocas o te acercas, desaparece. ¡Todas las mariposas se van volando!”. Todas las personas se abren al futuro esperanzado, donde parecía que hubiera una muralla de incomprensiones y dolor».

 

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La vida después de la pandemia

Iglesia

La vida después de la pandemia

18 mayo 2020

Libro gratuito, en formato digital, que recoge las reflexiones de Francisco sobre la vida después de la pandemia “su visión del futuro de la humanidad, lleno de amor y esperanza”.

Publicado por la Librería Editora Vaticana y disponible gratuitamente en formato digital, recoge las reflexiones del Papa Francisco, textos escritos y hablados, sobre la pandemia de coronavirus que se ha extendido en la familia humana, con las que se esbozan las pautas para un nuevo inicio que tenga el sabor de un renacimiento. Los ocho textos, que podrían leerse como un desarrollo único de su pensamiento y como un rico mensaje a la humanidad, son los siguientes: ¿Por qué tenéis miedo?, mensaje Urbi et orbi durante el momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia, 27 de marzo de 2020. Prepararnos para el después es importante. Carta a Roberto Andrés Gallardo, 30 de marzo de 2020. Como una nueva llama. Mensaje Urbi et orbi – Pascua 2020, 12 de abril de 2020. A un ejército invisible. Carta a los Movimientos Populares, 12 de abril de 2020. Un plan para resucitar. Texto original publicado en la revista Vida Nueva, 17 de abril de 2020. El egoísmo: un virus todavía peor. Extracto de la Homilía, II Domingo de Pascua (o de la Divina misericordia), 19 de abril de 2020. Al mundo de los periódicos callejeros. Carta, 21 de abril de 2020. Superar los desafíos globales. Catequesis durante la Audiencia general en el 50° del Día de la Tierra, 22 de abril de 2020.

Incorpora un prefacio que está firmado por el cardenal Michael Czerny, SJ, subsecretario de la Sección de Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. Señala los dos objetivos de esta publicación: “sugerir una dirección, claves de lectura y pautas para reconstruir un mundo mejor que podría nacer de esta crisis de la humanidad” (p. 3) y sembrar la esperanza en medio de tanto sufrimiento y desconcierto. Estos ocho textos, escribe el cardenal Czerny, “muestran el enfoque cálido e inclusivo del Papa Francisco, que no reduce a las personas a unidades para ser contadas, medidas y administradas, sino que todos juntos en la común humanidad y espíritu”.

En esta colección emerge un Pontífice que desafía a todos -no importa si son influyentes o de origen humilde- a hacer el bien; un Pontífice que muestra su gratitud a aquellos que trabajan para garantizar los servicios esenciales necesarios para la coexistencia civil y que, al mismo tiempo, escucha, mira e invita a mirar a aquellos que son de hecho invisibles y silenciados.

Para el papa Francisco ha llegado el momento de mirar a un mundo pos-COVID y de prepararse para el cambio. Los textos recogidos ponen de relieve el pensamiento de Francisco en relación con los temas a los que todos nosotros, a la luz de la pandemia, nos enfrentamos diariamente: contaminación global, economía, trabajo, valorización de la atención sanitaria. El Papa nos insta a dejar de lado nuestros intereses individuales, corporativos y nacionales para crear una nueva era de solidaridad en la que todos los seres humanos tengan la misma dignidad.

“Junto con la visión, el compromiso y la acción -concluye el cardenal Czerny- el papa Francisco ha demostrado lo fundamental que es la oración para reorientar nuestra mirada hacia la esperanza, especialmente cuando ésta se vuelve tenue y corre el riesgo de sucumbir”.

La vida después de la pandemia

La vida se hace historia

Iglesia

La vida se hace historia

17 mayo 2020

El próximo domingo 24 de mayo está convocada la 54 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Este es el mensaje del papa Francisco que aborda el tema de la narración de historias que construyan, que tiendan puentes, que permitan avanzar juntos, narrando el bien que une. El Dios de la vida se comunica contando la vida. Es más urgente que nunca, también para el mundo católico, vencer la tentación de las historias destructivas.

Para que puedas contar y grabar en la memoria (cf. Ex 10, 2)
La vida se hace historia

Quiero dedicar el Mensaje de este año al tema de la narración, porque creo que para no perdernos necesitamos respirar la verdad de las buenas historias: historias que construyan, no que destruyan; historias que ayuden a reencontrar las raíces y la fuerza para avanzar juntos. En medio de la confusión de las voces y de los mensajes que nos rodean, necesitamos una narración humana, que nos hable de nosotros y de la belleza que poseemos. Una narración que sepa mirar al mundo y a los acontecimientos con ternura; que cuente que somos parte de un tejido vivo; que revele el entretejido de los hilos con los que estamos unidos unos con otros.

1. Tejer historias

El hombre es un ser narrador. Desde la infancia tenemos hambre de historias como tenemos hambre de alimentos. Ya sean en forma de cuentos, de novelas, de películas, de canciones, de noticias…, las historias influyen en nuestra vida, aunque no seamos conscientes de ello. A menudo decidimos lo que está bien o mal hacer basándonos en los personajes y en las historias que hemos asimilado. Los relatos nos enseñan; plasman nuestras convicciones y nuestros comportamientos; nos pueden ayudar a entender y a decir quiénes somos.

El hombre no es solamente el único ser que necesita vestirse para cubrir su vulnerabilidad (cf. Gn 3, 21), sino que también es el único ser que necesita “revestirse” de historias para custodiar su propia vida. No tejemos sólo ropas, sino también relatos: de hecho, la capacidad humana de “tejer” implica tanto a los tejidos como a los textos. Las historias de cada época tienen un “telar” común: la estructura prevé “héroes”, también actuales, que para llevar a cabo un sueño se enfrentan a situaciones difíciles, luchan contra el mal empujados por una fuerza que les da valentía, la del amor. Sumergiéndonos en las historias, podemos encontrar motivaciones heroicas para enfrentar los retos de la vida.

El hombre es un ser narrador porque es un ser en realización, que se descubre y se enriquece en las tramas de sus días. Pero, desde el principio, nuestro relato se ve amenazado: en la historia serpentea el mal.

2. No todas las historias son buenas

«El día en que comáis de él, […] seréis como Dios» (cf. Gn 3, 5). La tentación de la serpiente introduce en la trama de la historia un nudo difícil de deshacer. “Si posees, te convertirás, alcanzarás…”, susurra todavía hoy quien se sirve del llamado storytelling [narrativa] con fines instrumentales. Cuántas historias nos narcotizan, convenciéndonos de que necesitamos continuamente tener, poseer, consumir para ser felices. Casi no nos damos cuenta de cómo nos volvemos ávidos de chismes y de habladurías, de cuánta violencia y falsedad consumimos. A menudo, en los telares de la comunicación, en lugar de relatos constructivos, que son un aglutinante de los lazos sociales y del tejido cultural, se fabrican historias destructivas y provocadoras, que desgastan y rompen los hilos frágiles de la convivencia. Recopilando información no contrastada, repitiendo discursos triviales y falsamente persuasivos, hostigando con proclamas de odio, no se teje la historia humana, sino que se despoja al hombre de la dignidad.

Pero mientras que las historias utilizadas con fines instrumentales y de poder tienen una vida breve, una buena historia es capaz de trascender los límites del espacio y del tiempo. A distancia de siglos sigue siendo actual, porque alimenta la vida. En una época en la que la falsificación es cada vez más sofisticada y alcanza niveles exponenciales (el deepfake), necesitamos sabiduría para recibir y crear relatos bellos, verdaderos y buenos. Necesitamos valor para rechazar los que son falsos y malvados. Necesitamos paciencia y discernimiento para redescubrir historias que nos ayuden a no perder el hilo entre las muchas laceraciones de hoy; historias que saquen a la luz la verdad de lo que somos, incluso en la heroicidad ignorada de la vida cotidiana.

3. La Historia de las historias

La Sagrada Escritura es una Historia de historias. ¡Cuántas vivencias, pueblos, personas nos presenta! Nos muestra desde el principio a un Dios que es creador y narrador al mismo tiempo. En efecto, pronuncia su Palabra y las cosas existen (cf. Gn 1). A través de su narración Dios llama a las cosas a la vida y, como colofón, crea al hombre y a la mujer como sus interlocutores libres, generadores de historia junto a Él. En un salmo, la criatura le dice al Creador: «Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias porque son admirables tus obras […], no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra» (139,13-15). No nacemos realizados, sino que necesitamos constantemente ser “tejidos” y “bordados”. La vida nos fue dada para invitarnos a seguir tejiendo esa “obra admirable” que somos.

En este sentido, la Biblia es la gran historia de amor entre Dios y la humanidad. En el centro está Jesús: su historia lleva al cumplimiento el amor de Dios por el hombre y, al mismo tiempo, la historia de amor del hombre por Dios. El hombre será llamado así, de generación en generación, a contar y a grabar en su memoria los episodios más significativos de esta Historia de historias, los que puedan comunicar el sentido de lo sucedido.

El título de este Mensaje está tomado del libro del Éxodo, relato bíblico fundamental, en el que Dios interviene en la historia de su pueblo. De hecho, cuando los hijos de Israel estaban esclavizados clamaron a Dios, Él los escuchó y rememoró: «Dios se acordó de su alianza con Abrahán, Isaac y Jacob. Dios se fijó en los hijos de Israel y se les apareció» (Ex 2, 24-25). De la memoria de Dios brota la liberación de la opresión, que tiene lugar a través de signos y prodigios. Es entonces cuando el Señor revela a Moisés el sentido de todos estos signos: «Para que puedas contar [y grabar en la memoria] de tus hijos y nietos […] los signos que realicé en medio de ellos. Así sabréis que yo soy el Señor» (Ex 10, 2). La experiencia del Éxodo nos enseña que el conocimiento de Dios se transmite sobre todo contando, de generación en generación, cómo Él sigue haciéndose presente. El Dios de la vida se comunica contando la vida.

El mismo Jesús hablaba de Dios no con discursos abstractos, sino con parábolas, narraciones breves, tomadas de la vida cotidiana. Aquí la vida se hace historia y luego, para el que la escucha, la historia se hace vida: esa narración entra en la vida de quien la escucha y la transforma.

No es casualidad que también los Evangelios sean relatos. Mientras nos informan sobre Jesús, nos “performan[1] a Jesús, nos conforman a Él: el Evangelio pide al lector que participe en la misma fe para compartir la misma vida. El Evangelio de Juan nos dice que el Narrador por excelencia —el Verbo, la Palabra— se hizo narración: «El Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado» (cf. Jn 1,18). He usado el término “contado” porque el original exeghésato puede traducirse sea como “revelado” que como “contado”. Dios se ha entretejido personalmente en nuestra humanidad, dándonos así una nueva forma de tejer nuestras historias.

4. Una historia que se renueva

La historia de Cristo no es patrimonio del pasado, es nuestra historia, siempre actual. Nos muestra que a Dios le importa tanto el hombre, nuestra carne, nuestra historia, hasta el punto de hacerse hombre, carne e historia. También nos dice que no hay historias humanas insignificantes o pequeñas. Después de que Dios se hizo historia, toda historia humana es, de alguna manera, historia divina. En la historia de cada hombre, el Padre vuelve a ver la historia de su Hijo que bajó a la tierra. Toda historia humana tiene una dignidad que no puede suprimirse. Por lo tanto, la humanidad se merece relatos que estén a su altura, a esa altura vertiginosa y fascinante a la que Jesús la elevó.

Escribía san Pablo: «Sois carta de Cristo […] escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de corazones de carne» (2 Co 3, 3). El Espíritu Santo, el amor de Dios, escribe en nosotros. Y, al escribir dentro, graba en nosotros el bien, nos lo recuerda. Re-cordar significa efectivamente llevar al corazón, “escribir” en el corazón. Por obra del Espíritu Santo cada historia, incluso la más olvidada, incluso la que parece estar escrita con los renglones más torcidos, puede volverse inspirada, puede renacer como una obra maestra, convirtiéndose en un apéndice del Evangelio. Como las Confesiones de Agustín. Como El Relato del Peregrino de Ignacio. Como la Historia de un alma de Teresita del Niño Jesús. Como Los Novios, como Los Hermanos Karamazov. Como tantas innumerables historias que han escenificado admirablemente el encuentro entre la libertad de Dios y la del hombre. Cada uno de nosotros conoce diferentes historias que huelen a Evangelio, que han dado testimonio del Amor que transforma la vida. Estas historias requieren que se las comparta, se las cuente y se las haga vivir en todas las épocas, con todos los lenguajes y por todos los medios.

5. Una historia que nos renueva

En todo gran relato entra en juego el nuestro. Mientras leemos la Escritura, las historias de los santos, y también esos textos que han sabido leer el alma del hombre y sacar a la luz su belleza, el Espíritu Santo es libre de escribir en nuestro corazón, renovando en nosotros la memoria de lo que somos a los ojos de Dios. Cuando rememoramos el amor que nos creó y nos salvó, cuando ponemos amor en nuestras historias diarias, cuando tejemos de misericordia las tramas de nuestros días, entonces pasamos página. Ya no estamos anudados a los recuerdos y a las tristezas, enlazados a una memoria enferma que nos aprisiona el corazón, sino que abriéndonos a los demás, nos abrimos a la visión misma del Narrador. Contarle a Dios nuestra historia nunca es inútil; aunque la crónica de los acontecimientos permanezca inalterada, cambian el sentido y la perspectiva. Contarse al Señor es entrar en su mirada de amor compasivo hacia nosotros y hacia los demás. A Él podemos narrarle las historias que vivimos, llevarle a las personas, confiarle las situaciones. Con Él podemos anudar el tejido de la vida, remendando los rotos y los jirones. ¡Cuánto lo necesitamos todos!

Con la mirada del Narrador —el único que tiene el punto de vista final— nos acercamos luego a los protagonistas, a nuestros hermanos y hermanas, actores a nuestro lado de la historia de hoy. Sí, porque nadie es un extra en el escenario del mundo y la historia de cada uno está abierta a la posibilidad de cambiar. Incluso cuando contamos el mal podemos aprender a dejar espacio a la redención, podemos reconocer en medio del mal el dinamismo del bien y hacerle sitio.

No se trata, pues, de seguir la lógica del storytelling, ni de hacer o hacerse publicidad, sino de rememorar lo que somos a los ojos de Dios, de dar testimonio de lo que el Espíritu escribe en los corazones, de revelar a cada uno que su historia contiene obras maravillosas. Para ello, nos encomendamos a una mujer que tejió la humanidad de Dios en su seno y —dice el Evangelio— entretejió todo lo que le sucedía. La Virgen María lo guardaba todo, meditándolo en su corazón (cf. Lc 2, 19). Pidamos ayuda a aquella que supo deshacer los nudos de la vida con la fuerza suave del amor:

Oh María, mujer y madre, tú tejiste en tu seno la Palabra divina, tú narraste con tu vida las obras magníficas de Dios. Escucha nuestras historias, guárdalas en tu corazón y haz tuyas esas historias que nadie quiere escuchar. Enséñanos a reconocer el hilo bueno que guía la historia. Mira el cúmulo de nudos en que se ha enredado nuestra vida, paralizando nuestra memoria. Tus manos delicadas pueden deshacer cualquier nudo. Mujer del Espíritu, madre de la confianza, inspíranos también a nosotros. Ayúdanos a construir historias de paz, historias de futuro. Y muéstranos el camino para recorrerlas juntos.

Roma, junto a San Juan de Letrán, 24 de enero de 2020, fiesta de san Francisco de Sales.

 

[1] Cf. Benedicto XVI, Carta encíclica Spe salvi, 2: «El mensaje cristiano no era sólo “informativo”, sino “performativo”. Eso significa que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida».

El Señor es mi parcela en la tierra prometida

Iglesia

El Señor es mi parcela en la tierra prometida

12 abril 2020

Y yo le dije:
no hay dicha para mí fuera de ti!
El Señor es mi parcela de tierra en la
Tierra Prometida
Me tocó en suerte bella tierra
en la repartición agraria de la Tierra
Prometida
Siempre estás tú delante de mí
y saltan de alegría todas mis glándulas
Aun de noche mientras duermo
y aun en el subconsciente
te bendigo.

Este fragmento del salmo 15 de Ernesto Cardenal, sacerdote y poeta, fallecido hace unos días, es el canto que entonan también nuestras hermanas y hermanos
fallecidos últimamente.

Lola Castilla, militante de la HOAC de Córdoba, lo entonó el 3 de noviembre del año pasado. Lola, mujer sencilla y acogedora; esposa ejemplar que no tuvo hijos pero trató y cuido a sus dos primos como tales; la luchadora de base en la Asociación de vecinos de su barrio “Las Costanillas” o como presidenta del Consejo de distrito Centro. Siempre desde la sencillez, generosidad y testimonio cristiano, una creyente en Dios convencida.

Juan Carbajo Cano, padre de Miguel, presidente diocesano de Sevilla, lo hacía el 4 de noviembre. Un profundo enamorado de la vida, persona con mucho humor, honesto y lleno de cariño a su familia. Y sobre todo con una gran fe y muy vinculado a la Iglesia que atendía a los pobres, siempre estuvo vinculado a su parroquia sobre todo en Cáritas. No le gustaba la Iglesia que estaba con los poderosos, era algo que le molestaba.

Antonio Martín, militante de Motril (Granada), fallecía el 28 de noviembre. Militante desde principios de los años 70, maestro de educación primaria. Su militancia la desarrolló en el ámbito de la formación y la educación. Muy comprometido con su barrio, siempre destacó por su entrega, constancia, y bondad.

Enrique Blanco, el 28 de enero, en Cádiz. Fue presidente diocesano de la HOAC de Cádiz-Ceuta, trabajador y representante sindical en los desaparecidos Talleres Faro, además de presidente de la Asociación de Vecinos de Cerro del Moro. En cada una de estas etapas de su vida luchó por los derechos de colectivos sociales, laborales y vecinales, con especial dedicación a los empobrecidos.

Enric Roig, en Barcelona, en febrero de 2020. Enric fue un cura comprometido en los barrios obreros. Siempre tuvo claro el papel evangelizador de los Movimientos de Acción Católica especializada. “La dolencia de Enric, los últimos tiempos –dicen miembros de su equipo- ha llenado nuestras vidas de humanidad. Nuestra relación ha cambiado, se ha hecho más íntima, más humana, más sensible, más llena. Enric nos ha alimentado, espiritual y humanamente, con sus poemas, sus reflexiones… y, sobre todo, la manera de vivir el dolor y la enfermedad, con una gran delicadeza y cordialidad. Su testimonio cristiano hasta el último momento y su amistad los llevaremos siempre en nuestro
corazón.”

Y mientras estamos en el aislamiento que nos impone la pandemia del coronavirus, nos llegan las tristes noticias del fallecimiento de Manolo, marido de Manoli, militante de Getafe, el 17 de marzo, y de Teresa Huguet, en la madrugada del 18 de marzo, militante de Barcelona, que fue responsable de difusión en la Comisión Permanente en los primeros años noventa del siglo XX. Así como de Emérita, mujer de Victor Mairal, militante de Huesca, el mismo día 18.

Nos llegan también la noticia inesperada del fallecimiento el 31 de marzo de David García, consiliario diocesano de Palencia, víctima del coronavirus. En nuestro corazón queda su amor a la HOAC, su servicio sacerdotal, su sencillez y bondad, su sonrisa. Y el mismo día, Mariana la madre de Juani Sosa, militante de Canarias, que se va, como dice ella, como le gustaba, pasando desapercibida.

El 1 de abril nos encontramos con la triste noticia del fallecimiento de Jesús Sedano, un sacerdote bueno, siempre servicial, consiliario de La Rioja, que nos deleitaba con la lectura de sus chistes en los cursos de verano. Nos deja también el 6 de abril la madre de Pepe Pinteño, de Orihuela-Alicante, que fue miembro de la Comisión Permanente, y el día 8 fallece Guillerma, militante de la diócesis de Cáceres.

La resurrección -la parcela que canta Cardenal-, en la tierra prometida, hacia la que nos encaminamos en esta cuaresma, empezamos a degustarla en el cada día de nuestra historia. Vivimos en la condición peregrina de quienes saben cuál es el camino y la meta y, paso a paso, vamos acercándonos a ella en nuestra vida.

Atentos a los susurros de Dios en la historia cotidiana, los vamos percibiendo, nos vamos admirando de ellos, vivimos agradeciéndolos, trabajamos por desvelarlos, y nos vamos dejando rehacer por ese encuentro amoroso y vital. No resucitamos de golpe; vamos resucitando cada día, hasta que el abrazo tierno de Dios nos dé el último toque, como esa mano materna que, de pequeños, antes de salir de casa cada día nos alisaba el flequillo rebelde con su dedo ensalivado y nos daba el beso que alimentaba la jornada. Entonces estaremos listos para la vida plena.

Vamos dejándonos envolver crecientemente en la ternura de Dios. Vamos dejándonos acoger por su sonrisa. Vamos haciendo de nuestra vida abrazo tierno y sonrisa amplia en la acogida de la vida de quienes acompañamos en ese mismo caminar. Con todos ellos avanzamos en cada paso de humanidad y justicia que nos desvelan nuestra condición resucitada, y que nos hacen capaces de reconocer la presencia del Resucitado en las víctimas.

El Señor es nuestra parcela, nuestra bella tierra prometida. Cuando escribo esto he orado en la mañana con el libro de Ester (5, 13): “No tengo otro auxilio fuera de ti”; con el salmo 137: “Señor, tu misericordia es eterna”; y con el evangelio de Mateo (7, 7-12): Pedid, buscad, llamad… En la confianza vital en el amor infinito del Dios Todocariñoso vamos viviendo, y esa vida solo puede encaminarnos a la plenitud de su amor, porque –como los pobres- no tenemos otro auxilio fuera del Señor. No tenemos otra esperanza ni otro horizonte que el Amor.

Frente a la ingenuidad de confiar en las propias fuerzas, que esta situación que vivimos nos ha puesto tan cara a cara, hay que convencerse de que el único optimismo nace del amor sacrificado de todo un Dios que se encarnó, se entregó y murió, pero que, en su resurrección, ya ha vencido al mundo. Ya lo decía Rovirosa: los éxitos esplendorosos y las
victorias triunfales de cualquier resurrección han de venir precedidas necesariamente de un calvario y una muerte de ilusiones siempre ilusas.

Y sigue diciendo: La muerte en cruz (de Cristo) aparece como Su gran victoria sobre la muerte, y en la que todos hemos encontrado la vida verdadera, en la medida que la aceptamos para nosotros. Y lo mismo puede decirse de cada detalle de su Vida que es norma y ejemplo para sus seguidores, que saben con certeza absoluta que el «mundo» pierde necesariamente cada vez que parece que ha derrotado a los fieles a Cristo, que son los que continúan Su vida
en la tierra.

El cristiano, para Rovirosa, es, el que se sabe perdonado, amado y salvado por el inexplicable amor de Dios, que Jesús nos manifiesta con su vida, muerte y resurrección.

Nuestra muerte lleva consigo, gracias a Dios, nuestra Resurrección.

Nos ha tocado, en verdad, como a Lola, a Juan, a Antonio, a Enrique y Enric, a Manolo, a Teresa y Emérita, a David y a Mariana, a Jesús, a Guillerma, y a la madre de Pepe, una bella parcela en la Tierra Prometida.

¡Hasta mañana en el altar, hermanas y hermanos!

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