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#Cuaresma2020 | «En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5, 20)

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#Cuaresma2020 | «En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5, 20)

24 febrero 2020

Mensaje del papa Francisco para la Cuaresma de 2020.

Queridos hermanos y hermanas:

El Señor nos vuelve a conceder este año un tiempo propicio para prepararnos a celebrar con el corazón renovado el gran Misterio de la muerte y resurrección de Jesús, fundamento de la vida cristiana personal y comunitaria. Debemos volver continuamente a este Misterio, con la mente y con el corazón. De hecho, este Misterio no deja de crecer en nosotros en la medida en que nos dejamos involucrar por su dinamismo espiritual y lo abrazamos, respondiendo de modo libre y generoso.

1. El Misterio pascual, fundamento de la conversión

La alegría del cristiano brota de la escucha y de la aceptación de la Buena Noticia de la muerte y resurrección de Jesús: el kerygma. En este se resume el Misterio de un amor «tan real, tan verdadero, tan concreto, que nos ofrece una relación llena de diálogo sincero y fecundo» (Exhort. ap. Christus vivit, 117). Quien cree en este anuncio rechaza la mentira de pensar que somos nosotros quienes damos origen a nuestra vida, mientras que en realidad nace del amor de Dios Padre, de su voluntad de dar la vida en abundancia (cf. Jn 10, 10). En cambio, si preferimos escuchar la voz persuasiva del «padre de la mentira» (cf. Jn 8, 45) corremos el riesgo de hundirnos en el abismo del sinsentido, experimentando el infierno ya aquí en la tierra, como lamentablemente nos testimonian muchos hechos dramáticos de la experiencia humana personal y colectiva.

Por eso, en esta Cuaresma 2020 quisiera dirigir a todos y cada uno de los cristianos lo que ya escribí a los jóvenes en la Exhortación apostólica Christus vivit: «Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez» (n. 123). La Pascua de Jesús no es un acontecimiento del pasado: por el poder del Espíritu Santo es siempre actual y nos permite mirar y tocar con fe la carne de Cristo en tantas personas que sufren.

2. Urgencia de conversión

Es saludable contemplar más a fondo el Misterio pascual, por el que hemos recibido la misericordia de Dios. La experiencia de la misericordia, efectivamente, es posible sólo en un «cara a cara» con el Señor crucificado y resucitado «que me amó y se entregó por mí» (Ga 2, 20). Un diálogo de corazón a corazón, de amigo a amigo. Por eso la oración es tan importante en el tiempo cuaresmal. Más que un deber, nos muestra la necesidad de corresponder al amor de Dios, que siempre nos precede y nos sostiene. De hecho, el cristiano reza con la conciencia de ser amado sin merecerlo. La oración puede asumir formas distintas, pero lo que verdaderamente cuenta a los ojos de Dios es que penetre dentro de nosotros, hasta llegar a tocar la dureza de nuestro corazón, para convertirlo cada vez más al Señor y a su voluntad.

Así pues, en este tiempo favorable, dejémonos guiar como Israel en el desierto (cf. Os 2, 16), a fin de poder escuchar finalmente la voz de nuestro Esposo, para que resuene en nosotros con mayor profundidad y disponibilidad. Cuanto más nos dejemos fascinar por su Palabra, más lograremos experimentar su misericordia gratuita hacia nosotros. No dejemos pasar en vano este tiempo de gracia, con la ilusión presuntuosa de que somos nosotros los que decidimos el tiempo y el modo de nuestra conversión a Él.

3. La apasionada voluntad de Dios de dialogar con sus hijos

El hecho de que el Señor nos ofrezca una vez más un tiempo favorable para nuestra conversión nunca debemos darlo por supuesto. Esta nueva oportunidad debería suscitar en nosotros un sentido de reconocimiento y sacudir nuestra modorra. A pesar de la presencia —a veces dramática— del mal en nuestra vida, al igual que en la vida de la Iglesia y del mundo, este espacio que se nos ofrece para un cambio de rumbo manifiesta la voluntad tenaz de Dios de no interrumpir el diálogo de salvación con nosotros. En Jesús crucificado, a quien «Dios hizo pecado en favor nuestro» (2 Co 5, 21), ha llegado esta voluntad hasta el punto de hacer recaer sobre su Hijo todos nuestros pecados, hasta “poner a Dios contra Dios”, como dijo el papa Benedicto XVI (cf. Enc. Deus caritas est, 12). En efecto, Dios ama también a sus enemigos (cf. Mt 5, 43-48).

El diálogo que Dios quiere entablar con todo hombre, mediante el Misterio pascual de su Hijo, no es como el que se atribuye a los atenienses, los cuales «no se ocupaban en otra cosa que en decir o en oír la última novedad» (Hch 17, 21). Este tipo de charlatanería, dictado por una curiosidad vacía y superficial, caracteriza la mundanidad de todos los tiempos, y en nuestros días puede insinuarse también en un uso engañoso de los medios de comunicación.

4. Una riqueza para compartir, no para acumular sólo para sí mismo

Poner el Misterio pascual en el centro de la vida significa sentir compasión por las llagas de Cristo crucificado presentes en las numerosas víctimas inocentes de las guerras, de los abusos contra la vida tanto del no nacido como del anciano, de las múltiples formas de violencia, de los desastres medioambientales, de la distribución injusta de los bienes de la tierra, de la trata de personas en todas sus formas y de la sed desenfrenada de ganancias, que es una forma de idolatría.

Hoy sigue siendo importante recordar a los hombres y mujeres de buena voluntad que deben compartir sus bienes con los más necesitados mediante la limosna, como forma de participación personal en la construcción de un mundo más justo. Compartir con caridad hace al hombre más humano, mientras que acumular conlleva el riesgo de que se embrutezca, ya que se cierra en su propio egoísmo. Podemos y debemos ir incluso más allá, considerando las dimensiones estructurales de la economía. Por este motivo, en la Cuaresma de 2020, del 26 al 28 de marzo, he convocado en Asís a los jóvenes economistas, empresarios y change-makers [agentes de cambio], con el objetivo de contribuir a diseñar una economía más justa e inclusiva que la actual. Como ha repetido muchas veces el magisterio de la Iglesia, la política es una forma eminente de caridad (cf. Pío XI, Discurso a la FUCI, 18 diciembre 1927). También lo será el ocuparse de la economía con este mismo espíritu evangélico, que es el espíritu de las Bienaventuranzas.

Invoco la intercesión de la Bienaventurada Virgen María sobre la próxima Cuaresma, para que escuchemos el llamado a dejarnos reconciliar con Dios, fijemos la mirada del corazón en el Misterio pascual y nos convirtamos a un diálogo abierto y sincero con el Señor. De este modo podremos ser lo que Cristo dice de sus discípulos: sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-14).

Roma, junto a San Juan de Letrán, 7 de octubre de 2019
Memoria de Nuestra Señora, la Virgen del Rosario

#PueblodeDiosenSalida | Ponencia final: «Un Pentecostés renovado»

Iglesia

#PueblodeDiosenSalida | Ponencia final: «Un Pentecostés renovado»

16 febrero 2020

Ponencia final del Congreso de Laicos: Un Pentecostés renovado 

Presentada por Ana Medina, periodista de TRECE, y Antoni Vadell, obispo auxiliar de la archidiócesis de Barcelona.

  1. Premisa

En la dinámica de nuestro Congreso, la Ponencia final tiene un doble objetivo: de un lado, presentar las aportaciones que, en un ejercicio de discernimiento, los Grupos de Reflexión han formulado tras el recorrido de los cuatro itinerarios que constituyen el eje central de nuestro encuentro; de otro, ofrecer un escenario de futuro inmediato que nos permita profundizar en las prioridades que, en un ejercicio de sinodalidad, hemos podido identificar durante este proceso.

  1. El pueblo de Dios en salida

El libro de los Hechos de los Apóstoles presenta el testimonio de los primeros cristianos y cuenta cómo se extendió el Evangelio por el mundo entonces conocido. En los Hechos de los Apóstoles vemos con claridad que en Pentecostés el Espíritu Santo abrió el tiempo de la Iglesia y de la misión. “En Pentecostés, el Espíritu hace salir de sí mismos a los Apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a entender en su propia lengua” (EG 259).

  • El pueblo de Dios misionero y santo

La Iglesia nace del misterio de Dios y camina en la historia como pueblo; para pertenecer a ella se necesita el bautismo y para mantenerse en ella es fundamental la eucaristía.

La Iglesia es el pueblo de Dios, misionero y santo. Este pueblo estaba formado por hombres y mujeres, cristianos que venían del judaísmo y cristianos que venían del paganismo, apóstoles y maestros, profetas y diáconos, pastores y fieles. Es un pueblo en salida por expreso mandato de Jesús resucitado. La Iglesia es Iglesia en salida y, por eso, en toda época la misión renueva a la Iglesia. En esencia la misión consiste en dar vida. “Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión” (EG 10).

¿Quiénes forman parte de este pueblo misionero y santo? Este pueblo está constituido por hombres y mujeres con diversidad de vocaciones, carismas y ministerios. Este pueblo se caracteriza porque sus miembros tienen un mismo bautismo, una misma llamada para ser seguidores a Jesús, un mismo mandato para llevar el Evangelio hasta los confines del mundo, unos rasgos identificadores como son la vida comunitaria, la celebración litúrgica, especialmente la celebración de la eucarística, y el servicio generoso para el bien del mundo. Hay diversidad de ministerios pero una misma misión. Este es el fundamento del apostolado laical y de cualquier apostolado.

Los laicos somos una parte fundamental del pueblo de Dios. También los laicos somos discípulos misioneros de Jesús. No somos una cosa o la otra, sino discípulos misioneros, sin separaciones, sin divisiones, sin compartimentos estancos. Somos discípulos misioneros:

  • con la mirada puesta en Jesús. Somos hombres y mujeres de fe que miramos a Jesús y queremos mirar la vida con la mirada de Jesús. “La fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver” (LF 18).
  • conscientes de nuestra propia vocación. Somos hombres y mujeres agradecidos por el regalo de la vocación que el Señor dibuja en nuestras entrañas. “Porque la vida que Jesús nos regala es una historia de amor, una historia de vida que quiere mezclarse con la nuestra y echar raíces en la tierra de cada uno” (ChV 252). Deseosos de vivir en comunión con los cristianos que tienen otras vocaciones dentro del Pueblo santo de Dios.
  • con una vida entregada a los demás. Nos gustaría sacar fuera lo mejor de nosotros para la gloria de Dios y para el bien del mundo. Decimos “aquí estoy Señor”, porque queremos acoger el don que nos hace el Señor, y colaborar con Él en la misión.
  • En un contexto secular y pluralista

También nosotros, fieles laicos, somos una misión. “La misión en el corazón del Pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar (EG 273). Estas acciones son importantes llamadas del Espíritu.

Junto con las otras vocaciones, los laicos formamos parte del pueblo de Dios en una sociedad secularizada y plurireligiosa. El pluralismo se ha extendido en todos los órdenes de la vida. Se deja ver en distintos estilos de vida, modos de pensamiento, cosmovisiones, sistemas de orientación. Todos vivimos al mismo tiempo mundos muy diferentes en la familia, el trabajo, la esfera pública, la economía, las diversiones, las relaciones. En este sentido, saber situarse en este complejo contexto no es fácil y es para los cristianos un importante reto.

No hay otro lugar para la misión que este mundo con toda su complejidad. Creemos que el icono bíblico de Babilonia puede ser inspirador. En Babilonia el pueblo de Israel se diluye en el contexto, excepto un pequeño resto, una parte pequeña del pueblo que no sucumbe a la propuesta de los ídolos, se mantiene fiel a la Alianza, y continúa esperando en las promesas de Dios. La pregunta es inmediata: ¿Cómo ser un resto significativo en nuestro contexto actual?

  • La propuesta de un Congreso de laicos

En la base de la experiencia cristiana está la convicción de que Dios está actuando en el mundo, en la Iglesia, en nosotros, en todo hombre y en toda mujer. Y porque Dios está actuando podemos buscar los signos y las huellas que Dios deja. Esta convicción ha estado muy presente en la convocatoria de este Congreso. Estamos convencidos que el Espíritu Santo busca la manera de renovar nuestras Iglesias y utiliza acontecimientos como este mismo Congreso. Este es un Congreso de todo el Pueblo de Dios que peregrina en nuestras iglesias de España y de manera particular es un Congreso de laicos.

Llegamos aquí después de haber recorrido un estimulante camino de preparación. Ponerse en camino ya ha sido causa de alegría y podemos afirmar que estamos viviendo este proceso como un acontecimiento de gracia. En estos meses de preparación hemos podido ver cómo el Espíritu Santo iba despertando a muchos laicos, generaba ilusión e inquietud en no pocos, curiosidad en otros, ilusión en todos, nos ponía en movimiento, creaba espacios de diálogo y de comunión.

Por eso, podemos afirmar que en estos meses hemos vivido una experiencia de sinodalidad. Sinodalidad es caminar juntos. La Iglesia sinodal, gracias al Espíritu Santo, cultiva relaciones, pone en valor la vocación de cada fiel, favorece los carismas y el sentir con la Iglesia, se caracteriza por la comunión. El proceso sinodal que hemos vivido ha estado caracterizado por:

  • la escucha. Queremos ser una Iglesia que escucha con la misma actitud que Jesús. La escucha tiene un valor teológico y pastoral. “Una Iglesia a la defensiva, que pierde la humildad, que deja de escuchar, que no permite que la cuestionen, pierde la juventud y se convierte en un museo” (ChV 42).
  • el discernimiento. Queremos ser una Iglesia de discernimiento. “ (Este) nos hace falta siempre, para estar dispuestos a reconocer los tiempos de Dios y de su gracia, para no desperdiciar inspiraciones del Señor, para no dejar pasar su invitación a crecer” (GE 169).
  • la corresponsabilidad y la participación. Queremos ser una Iglesia caracterizada por la corresponsabilidad y la participación de todos los bautizados, cada uno según su edad, su estado de vida y su vocación.

El camino de preparación nos ha traído a laicos de todos los rincones de nuestras Iglesias que peregrinan en España hasta este Congreso; también a obispos, sacerdotes y consagrados. En estos días nos hemos puesto en las manos del Espíritu; hemos podido compartir reflexiones, talleres y experiencias, charlas de pasillo, oraciones, la celebración de la Eucaristía y momentos de fiesta; hemos disfrutado de la comunión y de la diversidad de vocaciones y carismas. Preguntemos al Espíritu: ¿hacia dónde vamos? ¿qué caminos hemos de iniciar?

 

  1. Sembrar semillas y cosechar espigas de sinodalidad

Nada crece si no se ha sembrado. En este Congreso estamos sembrando las semillas necesarias para renovarnos y dinamizar el laicado en España; al mismo tiempo, estamos cosechando ya los primeros frutos de los cuales saldrán nuevas semillas de sinodalidad. Si aceptamos el reto de la siembra tenemos la esperanza de que gran parte de la simiente caiga en terreno bueno y fértil. De hecho, somos conscientes de estar ya contemplando brotes de sinodalidad.

  • La Iglesia en salida es una Iglesia sinodal

El fundamento de la sinodalidad lo encontramos en la eclesiología del pueblo de Dios que “destaca la común dignidad y misión de todos los bautizados en el ejercicio de la multiforme y ordenada riqueza de sus carismas, de su vocación, de sus ministerios” (La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 6).

Para hablar de sinodalidad el papa Francisco utiliza varias imágenes. Unas veces habla de una pirámide invertida donde los ministros están al servicio de todos; otras veces de una canoa donde todos reman en una dirección; y en ocasiones prefiere usar la imagen del poliedro. “El modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad” (EG 236).

Esta diversidad nos complementa. “En la Iglesia sinodal toda la comunidad, en la libre y rica diversidad de sus miembros, es convocada para orar, escuchar, analizar, dialogar, discernir y aconsejar para que se tomen las decisiones pastorales más conformes con la voluntad de Dios. Para llegar a formular las propias decisiones, los Pastores deben escuchar entonces con atención los deseos de los fieles” (La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 68). En el ejercicio de la sinodalidad todos nos ponemos a la escucha del Espíritu y hacemos juntos el camino pero cada uno desde su propia responsabilidad.

  • La conversión pastoral y misionera

Para recorrer este camino necesitamos estar abiertos a la conversión pastoral y misionera, comunitaria y personal. En esta ocasión puede servir de inspiración el icono bíblico de la predicación de Jonás en Nínive. Vemos en esta historia la importancia que tiene la conversión. El relato bíblico cuenta que gracias a la predicación de Jonás los ninivitas se convierten. Esta historia tiene otras enseñanzas: los ninivitas se convierten, incluso Dios cambia su decisión, pero curiosamente Jonás se obceca y se cierra a la conversión. El relato muestra a un Dios rebosante de misericordia y a un profeta cargado de amargura. ¡Qué necesaria es la conversión, también la conversión de los profetas! Este relato nos interpela a todos nosotros.

La conversión pastoral y misionera exige la implicación de todos, cada uno desde su propia vocación. “El gran desafío para la conversión pastoral que hoy se le presenta a la vida de la Iglesia es intensificar la mutua colaboración de todos en el testimonio evangelizador a partir de los dones y de los roles de cada uno, sin clericalizar a los laicos y sin secularizar a los clérigos, evitando en todo caso la tentación de un excesivo clericalismo que mantiene a los fieles laicos al margen de las decisiones” (Comisión Teológica, 104).

Finalmente, la conversión exige humildad. Solo podemos ser humildes si reconocemos que nunca estamos totalmente convertidos. Siempre podemos volver nuestra mirada a Dios para que Él cambie nuestra mente, purifique nuestro corazón y nos haga recorrer su camino. En este proceso hemos reconocido errores, sombras y carencias. El camino de la humildad es necesario: hace que el perdón y la misericordia de Dios lleguen a nosotros; propone hacer memoria agradecida de la obra que Dios ha hecho con nosotros; invita a dejarnos acompañar por la Iglesia que hoy está proponiendo el camino de la sinodalidad.

  • La importancia de la cultura

Hace ya cuarenta años el papa Pablo VI afirmaba que el compromiso evangelizador atiende una doble fidelidad: “Esta fidelidad a un mensaje del que somos servidores, y a las personas a las que hemos de transmitirlo intacto y vivo, es el eje central de la evangelización” (EN 4). Esta fidelidad al Señor y a las personas lleva a reconocer el valor de la cultura. “El ser humano está siempre culturalmente situado: naturaleza y cultura se hallan unidas estrechísimamente. La gracia supone la cultura, y el don de Dios se encarna en la cultura de quien lo recibe” (EG 115).

La cultura que vivimos trae nuevas preguntas. El Sínodo sobre los jóvenes habló sobre algunos desafíos antropológicos y culturales a los que estamos llamados a enfrentarnos en nuestro tiempo: el cuerpo, la afectividad y la sexualidad, el papel de la mujer en la Iglesia y en la sociedad; los nuevos paradigmas cognitivos y la búsqueda de la verdad; los efectos antropológicos del mundo digital; la decepción institucional y las nuevas formas de participación; la parálisis en la toma de decisiones por la superabundancia de propuestas; ir más allá de la secularización. Estas son algunas de las preguntas de nuestro tiempo, que se suman a otros retos que llevamos enfrentando años y que nos siguen exigiendo una respuesta. Necesitamos tomar conciencia de estos cambios para poder responder a los nuevos retos del tiempo y de la historia.

Los discípulos de Jesús siempre nos hemos preguntado cómo ser cristianos en el tiempo. San Pablo propuso dos criterios: “No os acomodeis a este mundo” (Rom 12, 2) y “examinad todo y retened lo bueno” (1Tes 5, 21). San Mateo expresó esto mismo de manera distinta: “Vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mundo” (Mt 5, 5). Según el evangelista, los cristianos están en medio del mundo como sal y, al mismo tiempo, tienen algo que ofrecer como luz que ellos mismos han recibido.

  • La Iglesia sinodal quiere ser sal y luz

En esta cultura la Iglesia sinodal quiere ser sal y luz. Hace tres años, en las aportaciones de los jóvenes españoles para el Sínodo sobre los jóvenes, éstos  soñaban con una Iglesia misericordiosa, acogedora, cercana y abierta al mundo de hoy y, sobre todo una Iglesia fiel a Jesús y su Evangelio. Para ello es importante:

  • Salir hasta las periferias. Salir hasta las periferias no consiste en esperar a que vengan quienes están en ellas, sino que lleva ponernos en camino y acudir a su encuentro con actitud humilde para acoger y caminar juntos.
  • Diálogo y encuentro. El modo a través del cual la Iglesia se asienta en el mundo es por medio del diálogo y el encuentro. “La Iglesia está llamada a asumir un rostro relacional que sitúa la escucha, la acogida, el diálogo y el discernimiento común en el centro de un proceso que transforma la vida de quienes participan en él» (DF 122).
  • Vivir desde la oración y los sacramentos. Una vida sostenida en la oración y los sacramentos va acompañada del coraje, de la fuerza que dan una y otros. “Invoquémoslo hoy, bien apoyados en la oración, sin la cual toda acción corre el riesgo de quedarse vacía y el anuncio finalmente carece de alma. Jesús quiere evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios” (EG 259).
  • Apertura a quienes buscan. Queremos ser una Iglesia de puertas abiertas, atenta a los buscadores. Lo que nosotros podemos ofrecerles es estímulo, luz y aliento. Esta preocupación es urgente, especialmente en aquellos contextos donde las huellas religiosas hayan perdido fuerza y vigor. Saber comunicarse con quienes buscan exige abrir puentes de relación.
  • Cultivar las semillas del Verbo. En las semillas el Verbo ya está presente, aunque sea de manera incipiente. Por eso vemos muy útil una pedagogía de pequeños pasos. Solo desde lo pequeño podemos llegar a lo grande.
  • Cercanía a los pobres y a quienes sufren. La Iglesia tiene entre sus pilares fundantes la predilección por los pobres. “Hoy y siempre, los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio, y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos” (EG 50).
  • Anunciar el Evangelio. Vivir la fe exige comunicarla, anunciarla, compartirla. No podemos callar la verdad del Evangelio. “Más allá de cualquier circunstancia, a todos (…) quiero anunciarles ahora lo más importante, lo primero, eso que nunca se debería callar. Es un anuncio que incluye tres grandes verdades que todos necesitamos escuchar siempre, una y otra vez” (ChV 115); estas tres verdades son: Dios te ama, Cristo te salva, El Espíritu da vida y acompaña en la vida.
  • Estar a gusto con el pueblo. No somos de este mundo, pero vivimos en el mundo. “Para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo” (EG 268). El Señor nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo.

 

  1. El protagonismo del laicado

En la Iglesia de comunión sabemos que Dios regala sus dones a todos los fieles cristianos que ellos ponen al servicio de los demás y de la misión. Todos los cristianos estamos invitados a tener un papel activo en la Iglesia y en el mundo, cada uno según su propia vocación.

  • Desplegar la vida desde la vocación

Estamos llamados a desplegar la vida desde la propia vocación. La vocación es el regalo que Dios nos dona junto a la vida. Tiene mucho sentido vivir desde lo que soy porque eso es lo que ha soñado Dios para mí.

Siguiendo la ruta trazada por el Concilio Vaticano II, el papa Francisco propone situar todas las vocaciones a la luz del bautismo y dentro del Pueblo de Dios. Este pueblo ha sido bendecido con distintas vocaciones. “Las vocaciones eclesiales son, en efecto, expresiones múltiples y articuladas a través de las cuales la Iglesia cumple su llamada a ser un verdadero signo del Evangelio recibido en una comunidad fraterna. Las diferentes formas de seguimiento de Cristo expresan, cada una a su manera, la misión de dar testimonio del acontecimiento de Jesús, en el que cada hombre y cada mujer encuentran la salvación” (DF 84). Este criterio nos iguala y, al mismo tiempo, nos diferencia. No podemos dejar de recordar, en este sentido, que la vocación laical es una auténtica vocación: “A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios” (LG 31).

No es extraño entender la vocación como camino de santidad, como fruto del Espíritu Santo en nuestras vidas y en nuestras comunidades, porque toda vida es misión. “Tú también necesitas concebir la totalidad de tu vida como una misión. Inténtalo, escuchando a Dios en la oración y reconociendo los signos que él te da. Pregúntale siempre al Espíritu qué espera Jesús de ti en cada momento de tu existencia y en cada opción que debas tomar, para discernir el lugar que eso ocupa en tu propia misión. Y permítele que forje en ti ese misterio personal que refleje a Jesucristo en el mundo de hoy” (GE 23). Hay una continuidad inseparable entre vocación, misión y santidad. La llamada a la santidad es una llamada a la entrega, a la donación y a la alegría misionera.

  • Profundizar la misión

Vocación y misión están inseparablemente unidas, como la cara y la cruz en una moneda. Tenemos que constatar con alegría que en este tiempo crece la conciencia misionera en la Iglesia. No podemos olvidar nunca que la vocación y la misión nacen del Señor, de Él parte la iniciativa. La misión es del Señor, es Él quien llama y envía. No podemos entender la misión como una concesión generosa de nuestra parte.

El Sínodo sobre los jóvenes habló de la sinodalidad misionera. Para poder llevar a cabo esta sinodalidad misionera es fundamental el cuidado de las relaciones. Puede afirmarse, por ello, que la clave está en las relaciones. “También con vistas a la misión, la Iglesia está llamada a asumir un rostro relacional que ponga en el centro la escucha, la acogida, el diálogo, el discernimiento común, en un camino que transforme la vida de quien forma parte de ella… Así, la Iglesia se presenta como “tienda santa” en la que se conserva el arca de la alianza (cf. Ex 25): una Iglesia dinámica y en movimiento, que acompaña caminando, fortalecida por tantos carismas y ministerios. Así es como Dios se hace presente en este mundo” (DF 122).

Aquí están los fundamentos de la misión compartida, tan importante en muchas congregaciones e institutos religiosos. La misión compartida va haciéndose realidad. Es una gran alegría constatar la presencia de tantos laicos comprometidos vocacionalmente en la misión. Nos necesitamos unos y otros, cada uno con su propia vocación, para llevar adelante la misión.

  • Un laicado en acción

En este sentido, podemos hablar con rigor del protagonismo del laicado. Este protagonismo brota del don de la vocación laical y se hace concreto en la responsabilidad que toda vocación conlleva. Cuando posibilitamos y ejercemos este protagonismo, desarrollamos la sinodalidad. Esta se hace efectiva cuando todos los miembros de la Iglesia ejercen su responsabilidad en ella, según la vocación recibida. La responsabilidad de unos está unida a la responsabilidades de otros. Por eso hablamos de corresponsabilidad, que es más que de responsabilidad, porque implica una responsabilidad compartida y ejercida complementariamente. En la Iglesia sinodal nos necesitamos todos. No podemos excluir a nadie y nadie puede excluirse.

Nos gustaría ver este mismo protagonismo laical en los cauces de participación eclesial, siempre en clave de misión y no de poder. El papa Francisco decía en la exhortación Evangelii gaudium: “En su misión de fomentar una comunión dinámica, abierta y misionera, (el obispo) tendrá que alentar y procurar la maduración de los mecanismos de participación que propone el Código de Derecho Canónico y otras formas de diálogo pastoral, con el deseo de escuchar a todos y no sólo a algunos que le acaricien los oídos. Pero el objetivo de estos procesos participativos no será principalmente la organización eclesial, sino el sueño misionero de llegar a todos” (EG 31).

Dicho todo esto, también hay que afirmar opción por el laicado asociado y la importancia del laicado no asociado. Tanto unos como otros queremos dar importancia a la vida de cada día. Sería prolijo describir espacios de protagonismo laical. Este protagonismo se ejerce en la familia, las parroquias, escuelas, universidades, hospitales, programas de acción social, misiones ad gentes, medios de comunicación, política, mundo profesional, empresas, sindicatos, proyectos de investigación. Este protagonismo se ejerce en la calle, entre los vecinos, en la ciudad y en el campo. No hay realidad humana donde no se vea el protagonismo laical.

 

  1. Recorrer caminos de vida y resurrección

En muchas de sus intervenciones el papa Francisco habla de la alegría. El Evangelio es siempreen sí mismo Buena Noticia, un mensaje de alegría: Jesucristo, revelador del amor y la misericordia del Padre, nos lleva a recorrer caminos de vida y resurrección incluso entre dificultades. En esta vida, alegría y esperanza son un todo indisoluble. Junto a la alegría viene la esperanza. “La razón fundamental y decisiva para nuestra esperanza es la fidelidad y el amor de Dios. Él quiere que todos los hombres se salven y lleguen a la felicidad de su gloria (cf. 1 Tim 2, 4).

Este Congreso quiere despertar nuestra alegría y esperanza. Viene bien este mensaje cuando constatamos que la tristeza y la acedia van ganando adeptos. Somos conscientes de que la tristeza puede ir ganando terreno en nosotros cuando los retos son mayores que nuestras fuerzas, las tareas resultan pesadas o el futuro es oscuro. Pero el Espíritu llama a nuestra puerta regalando alegría y esperanza. Queremos recorrer caminos de vida y resurrección.

No partimos de la nada. Hemos seguido un proceso que, en sí mismo, a medida que íbamos soñándolo, concretándolo y poniéndolo en práctica, ha ido planteando un marco de referencia para nuestros próximos pasos. El Documento-Cuestionario, el Instrumentum Laboris, los contenidos y propuestas de los Itinerarios son el esqueleto sobre el que podemos construir el futuro inmediato.

Nuestro ejercicio de sinodalidad nos ha conducido a identificar luces y sombras, a plantear líneas de acción, a concretar algunas propuestas; todo ello ha sido plasmado en el Instrumentum Laboris, que proponemos como marco de referencia. Su contenido sirve de orientación en cuanto a los caminos por recorrer.

De manera resumida, conviene recordar que en él se propone:

  • Encontrar cauces de crecimiento personal y comunitario. El IL propone una conversión personal (IL 69), una conversión comunitaria (IL 71), y una conversión pastoral y misionera (IL 73).
  • Impulsar la corresponsabilidad en el seno de la Iglesia. Los fieles laicos estamos llamados a vivir la corresponsabilidad real. Hemos de ser actores de la vida eclesial y no simplemente destinatarios (IL 75).
  • Asumir un mayor compromiso en el mundo. Entre otros temas se destacan tres de manera especial: el compromiso público (IL 81), la familia IL 82 y 83) y el cuidado de la casa común (IL 85).
  • Ofrecer una renovada formación. En concreto, se habla de la formación vocacional, motivacional y misionera. Por eso no es extraño que hablemos de una formación del corazón a lo largo de la vida (IL 89).
  • Las propuestas del Congreso: la centralidad de los cuatro itinerarios

Además, el Congreso ha propuesto cuatro itinerarios que marcarán el camino de los próximos años. Los cuatro itinerarios son: el primer anuncio, el  acompañamiento, los procesos formativos y la presencia en la vida pública. En cada uno de estos itinerarios nos hemos preguntado: ¿Qué actitudes convertir? ¿Qué procesos activar? ¿Qué proyectos proponer? Y lo hemos hecho en el contexto de las diferentes líneas temáticas que integraban cada uno de ellos, en las que se concretan diversas necesidades a las que hemos de dar respuesta como Iglesia, y con la ayuda de las experiencias y los testimonios que hermanos nuestros han compartido con nosotros, dándonos luz sobre cómo podemos actuar.

Estos cuatro itinerarios responden a una lógica interna que los relaciona entre sí: representan el camino natural de nuestro proceso de fe y, al mismo tiempo, expresan la misión y la tarea que tenemos encomendadas como cristianos.

4.2.1. Actitudes a convertir

“Es el pueblo convocado por Dios, que camina sintiendo el impulso del Espíritu, que lo renueva y le hace volver a Él, una y otra vez, para sentirnos cosa suya” (Mensaje del Papa Francisco al Congreso “Pueblo de Dios en salida”).

En los grupos hemos reflexionado sobre las actitudes que debemos convertir, tanto a nivel personal como a nivel comunitario. En uno y otro caso, sabemos que la conversión tiene su fuente en Dios, gracias al impulso del Espíritu, mediante el  encuentro con Jesús el Señor. Es el Espíritu quien envía a la misión,  nos hace salir de nosotros mismos y de nuestra autorreferencialidad. Es el Espíritu quien nos acompaña por los caminos de la vida y de la historia. Es el Espíritu el auténtico formador de los formadores. Es el Espíritu quien nos ayuda a vivir la identidad cristiana laical en la vida profesional y social.

El Espíritu es fuente de comunión, promueve y cualifica las relaciones en el Pueblo de Dios, envía a la misión. Podemos decir que Él nos une, nos ayuda a valorar nuestra peculiaridad carismática, las diferentes formas que tenemos de manifestar la fe en la Iglesia. No podemos abrirnos a los demás y seguir cerrados entre nosotros. La comunión no sólo consiste en compartir lo que nos une; exige igualmente superar lo que nos separa del Señor y también lo que nos separa a unos y otros.

Para ser Iglesia en salida vemos que hemos de combatir nuestro individualismo, abandonar el derrotismo, el pesimismo y la tentación del clericalismo. Debemos comprender que el Señor ha querido confiar en nosotros y que contamos con su Gracia. Asumir nuestra responsabilidad como bautizados implica, ante todo, observar la realidad a la luz de la fe, ser conscientes de que debemos anunciar explícitamente a Jesucristo con nuestra palabra y con nuestras obras; y, siempre, desde la alegría. En los grupos de reflexión hemos recordado que una Iglesia en salida no es posible sin reconocer el papel de la mujer en la Iglesia, el protagonismo de los jóvenes en nuestras comunidades y la inclusión en ellas de personas con diversidad funcional.

Observamos asimismo que es fundamental pasar de una pastoral de mantenimiento a una pastoral de misión. Ello exige abrir nuestros corazones y nuestras comunidades, ponernos en disposición de escucha, cuidar el lenguaje, reforzar nuestra capacidad para la empatía, acoger; solo así es posible el diálogo, premisa de todo lo demás. Pero el diálogo no es un fin en sí mismo; cuando es eficaz, nos lleva a la necesidad de acompañar desde la vida a la persona con la que dialogamos, valorándola en toda su dignidad, sin juzgar sus comportamientos y actitudes.

Ser Pueblo de Dios en salida supone para nosotros la alegría de haber comprendido que nuestra fe adquiere todo su sentido cuando somos capaces de compartirla con quienes están a nuestro alrededor –especialmente con los más débiles y desfavorecidos–; cuando vivimos como propios sus desvelos y deseos de felicidad; cuando nos comprometemos con el sueño que Dios tiene para cada persona, para que sea respetada su dignidad y el bien común constituya el fin y objetivo de la sociedad. Los cristianos estaremos trabajando codo con codo con todos los hombres y mujeres de buena voluntad que persigan estos mismos anhelos.

4.2.2. Procesos y proyectos

Activar procesos supone partir de la realidad que queremos cambiar y tener claro a dónde deseamos llegar. A ello ayuda articular proyectos, iniciativas de especial significación, acciones privilegiadas que aglutinan y propuestas que permiten que los procesos se sustancien. Procesos y proyectos son necesarios porque en ellos vemos una herramienta eficaz de comunión.

En este sentido, existen dos premisas que deben marcar el diseño de los diferentes procesos que hemos de activar y de los proyectos concretos que queremos proponer: el discernimiento como actitud y metodología; y la creatividad desde la escucha al Espíritu y como oferta al mundo.

Además, en los grupos de reflexión se ha destacado el valor de la parroquia como espacio necesario para el primer anuncio, como comunidad de acogida y acompañamiento, como centro de formación y como fuente de envío para la misión.

Esta parte de la ponencia recoge algunas de las propuestas más significativas. En este sentido, el diálogo tenido en los grupos es de gran valor y en análisis pausado de todas las propuestas nos ayudará a seguir madurando en el camino que recorreremos en el postcongreso.

  1. a) El primer anuncio

“Que el mandato del Señor resuene siempre en ustedes: Vayan y prediquen el evangelio” (Mensaje del Papa Francisco al Congreso “Pueblo de Dios en salida”).

Queremos redescubrir la necesidad de hacernos presentes, a nivel personal y comunitario, en los espacios públicos y en la vida de las personas para escucharlas, acompañarlas en sus anhelos y necesidades y anunciar el Kerigma con lenguajes adecuados a aquellos con los que se dialoga.

En particular, deseamos proponer procesos como pueden ser: valorar la importancia del primer anuncio, la narración de la propia vida de fe y el testimonio creyente, en la vida diaria –la familia, el trabajo, las asociaciones, el barrio, el pueblo–. En los grupos hemos hablado sobre la necesidad de procesos de iniciación cristiana que favorezcan el encuentro personal con Cristo. También pedimos explorar formas para acoger y acompañar a los que buscan y a quienes se han alejado de la fe. Otro proceso sencillo nos llevaría a conocer las iniciativas de primer anuncio que se están desarrollando en muchos lugares.

En referencia a los proyectos, la propuesta más significativa por parte de los grupos es la creación de Escuelas de evangelizadores y para el primer anuncio.

  1. b) El acompañamiento

“Por lo tanto, no tengan miedo de patear las calles, de entrar en cada rincón de la sociedad, de llegar hasta los límites de la ciudad, de tocar las heridas de nuestra gente… esta es la Iglesia de Dios, que se arremanga para salir al encuentro del otro, sin juzgarlo, sin condenarlo, sino tendiéndole la mano, para sostenerlo, animarlo o, simplemente, para acompañarlo en su vida” (Mensaje del Papa Francisco al Congreso “Pueblo de Dios en salida”).

El acompañamiento tiene un gran protagonismo en la pastoral de nuestro tiempo. Esta tarea pone en acción la misión de compasión que ha recibido todo creyente para hacer presente al Señor y su Reino, mediante una relación caracterizada por la hospitalidad, la pedagogía y la mistagogía.

Planteamos proponer procesos de acompañamiento como actitud pastoral básica en lo que hace referencia a las personas y a los grupos. En este sentido, se ha hablado de cuidar el acompañamiento de personas en situación de sufrimiento y vulnerabilidad, de los matrimonios y familias, de los jóvenes y, más en general, para el discernimiento de la propia vocación.

Los proyectos asociados a estos procesos que pueden ayudar a desarrollarlos son, entre otros, la promoción de Grupos y Redes de Acompañantes, la creación de Grupos de Acogida en las Parroquias y la puesta en marcha de Escuelas de Acompañamiento y Discernimiento Espiritual. También valoramos como una propuesta importante la elaboración de un Plan de Formación en el Acompañamiento.

  1. c) Los procesos formativos

“(El pueblo de Dios) está llamado a dejar sus comodidades y dar el paso hacia el otro, intentando dar razón de la esperanza, no con respuestas prefabricadas, sino encarnadas y contextualizadas para hacer comprensibles y asequibles la Verdad que como cristianos nos mueve y nos hace felices” (Mensaje del Papa Francisco al Congreso “Pueblo de Dios en salida”).

La formación, inherente a la vida espiritual, es elemento imprescindible para la experiencia de la fe y premisa del testimonio y del compromiso público. La formación ha de ser permanente e integral y deberá cuidar la vocación y capacitar para la misión. Hay que reconocer que la formación conjunta se presenta como un camino de futuro para la Iglesia sinodal.

Vemos necesario activar procesos continuados de formación en la fe desde la infancia hasta la edad adulta en los que el laico sea el protagonista, incluyendo los sacramentos como ejes vertebradores. Una formación integral e integradora, que aúne espiritualidad, oración personal y comunitaria, sacramentos y profundización en la fe para dar razones de nuestra esperanza. En particular, la formación en Doctrina Social de la Iglesia se ha de hacer en diálogo con las realidades concretas y con las situaciones sociales que vivimos.

Entre los diferentes proyectos planteados se ha hablado de la necesidad de difundir itinerarios de formación para toda la vida, de la creación de Escuelas de Doctrina Social de la Iglesia y de la promoción de Escuelas de Formación de Comunicadores Cristianos que nos ayuden a emitir adecuadamente el mensaje que propone nuestra fe.

  1. d) La presencia en la vida pública

Es la hora de ustedes, de hombres y mujeres comprometidos en el mundo de la cultura, de la política, de la industria… que con su modo de vivir sean capaces de llevar novedad y la alegría del evangelio allí donde están” (Mensaje del Papa Francisco al Congreso “Pueblo de Dios en salida”).

Ser creyente no sólo exige preguntarnos quién soy yo sino, sobre todo, para quién soy yo. Toda persona bautizada, cualquiera que sea su vocación, vive la misión desde la eclesialidad y la secularidad. El fiel cristiano laico concreta de manera propia y particular estas dos dimensiones. En este sentido, la presencia en la vida pública adquiere gran importancia en la vivencia de la vocación laical.

Hemos de activar procesos de diálogo con la sociedad civil y cuidar especialmente que nuestro compromiso en la vida pública no quede excluido del acompañamiento por parte de nuestras comunidades de referencia. También se ha valorado como fundamental articular procesos de diálogo entre la fe y la ciencia

En cuanto a los proyectos concretos, la promoción de foros y espacios de encuentro para los católicos comprometidos en el ámbito de la política puede ayudar eficazmente en la opción por la transformación de la realidad para la construcción del bien común. Un proyecto destacado guarda relación con el cuidado de la casa común, y para ello se propone la incorporación en la vida diocesana de órganos y acciones específicas para promoción de la ecología integral.

La presencia pública abarca igualmente internet y redes sociales. Promover, potenciar, profesionalizar y estructurar los contenidos de nuestra presencia en ellas a través de la generación de proyectos evangelizadores ha sido una de las propuestas más comentadas. Ello, sin olvidar las relaciones sociales ordinarias, que también son presencia pública.

  • Un Pentecostés renovado

Hemos vivido en estos meses una experiencia de discernimiento comunitario. Como Iglesia que peregrina en España, nos hemos puesto a la escucha del Espíritu y hemos caminado juntos –Pastores, Sacerdotes, Religiosos y Laicos–, con humildad, pero con el firme propósito de renovar nuestro compromiso evangelizador en este momento de la historia. Creemos verdaderamente que los laicos estamos llamados a ocupar un papel central ante los retos que nos plantea este momento. Lo hemos experimentado en el proceso previo que nos ha traído hasta aquí. Es nuestro momento y somos nosotros los elegidos. Nos sentimos gozosos por sabernos llamados a través de la vocación bautismal a desarrollar nuestra misión y a descubrir cuál es el mensaje que Dios quiere seguir transmitiendo al mundo con nuestra vida personal y comunitaria.

Sabemos que el camino no es sencillo. Pero a la vez es ilusionante. Así lo muestran las muchas horas de dedicación y los muchos desvelos de tantos laicos en las Diócesis y en Asociaciones y Movimientos que hemos trabajado con la finalidad de participar en este Congreso y con el deseo de vivirlo como un momento de gracia, del que debemos salir con el compromiso compartido de seguir potenciando el papel de laicado en la Iglesia que peregrina en España.

La mies es mucha, ciertamente. Los Itinerarios que hemos recorrido en estos días nos han mostrado que existen nuevas preguntas sobre las que hemos de reflexionar, en comunión, para encontrar respuestas. Pero en ellos hemos podido  contemplar la riqueza de la Iglesia, con muchas experiencias pastorales interesantes y necesarias que buscan dar respuesta a necesidades concretas, siempre en cumplimiento de la misión encomendada.

Comunión, esa es la clave. Hemos de proponer caminos de manera unida, coordinada, desde una mirada profunda, aprendiendo los unos de los otros, creando espacios compartidos de escucha, estudio, trabajo, servicio, activando procesos y poniendo en marcha proyectos pastorales ricos y fecundos que nos ayuden eficazmente a reaccionar ante lo que Dios nos está pidiendo.

Soñemos juntos. Recordemos las palabras que el papa Francisco les decía a los jóvenes –y, a través de ellos, a todos los que formamos la familia de la Iglesia–, en el número 166 de Christus Vivit:

 “A veces toda la energía, los sueños y el entusiasmo de la juventud se debilitan por la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros problemas, sentimientos heridos, lamentos y comodidades. No dejes que eso te ocurra, porque te volverás viejo por dentro, y antes de tiempo. Cada edad tiene su hermosura, y a la juventud no pueden faltarle la utopía comunitaria, la capacidad de soñar unidos, los grandes horizontes que miramos juntos.”

 No perdamos la capacidad de seguir soñando juntos. Este proceso tiene ahora una clara continuidad. No hemos acabado con este Congreso, sino que constituye el punto de partida de nuevos caminos. Los cuatro itinerarios serán los hitos que habremos de desarrollar en los próximos años en la pastoral con el laicado y, concretamente, desde las Delegaciones de Apostolado Seglar.

Tenemos que salir de este lugar donde hemos estado estos días con el propósito de llegar, en primer lugar, a todos esos hermanos nuestros de nuestras diócesis, parroquias, movimientos, colegios, instituciones, a los cuales representamos y tratar de comprender que hay un camino ya recorrido, pero que queda otro más importante aún por andar y que queremos hacer juntos, como Pueblo de Dios. Sin perder nuestro carisma, sin renunciar a nuestra espiritualidad, sin abandonar nuestros propios proyectos, pero soñando juntos.

En las aportaciones al Documento-Cuestionario preparatorio del Congreso hemos detectado inquietudes compartidas; en el Instrumento de Trabajo, partiendo de ellas, hemos concretado líneas de acción; en las reflexiones formuladas en los grupos de reflexión hemos planteado nuevas propuestas. Ahora debemos dar forma a todo ello, siguiendo la misma metodología sinodal, para ir profundizando de manera organizada en los diferentes desafíos identificados, que nos planteamos a partir de este momento como objetivos que debemos asumir e ir abordando en los próximos años con periodicidad prefijada.

No lo olvidemos, hemos iniciado un proceso. Un proceso que continúa abierto y nos exige seguir caminando como Pueblo de Dios en Salida.

Somos conscientes de que ha sido y es un proceso guiado por el Espíritu, presente desde el principio. Valiéndose de nuestras virtudes e, incluso, de nuestras debilidades, ahora nos seguirá acompañando para llevar a nuestras realidades de procedencia lo que hemos vivido estos días. Sacerdotes, Laicos y Consagrados, guiados por nuestros Pastores, tenemos la tarea, que se nos encomienda hoy, de abordar la evangelización desde el primer anuncio, de crear una cultura del acompañamiento, de fomentar la formación de los fieles laicos, de hacernos presentes en la vida pública para compartir nuestra esperanza y ofrecer nuestra fe.

Hemos vivido en estos días un renovado Pentecostés. Los miedos, dudas o  prejuicios que hemos podido traer a este Congreso se han disipado al ver cómo el Señor, desde la sencillez de la Eucaristía, nos da fuerzas para la misión; al comprobar cómo el Espíritu, disponible para quien lo invoca sinceramente, actúa con eficacia; al sentir cómo María, siempre oculta pero presente, nos alienta y reconforta como en el Primer Pentecostés. Sigamos adelante. No estamos construyendo para hoy. No estamos trabajando para mañana. Estamos forjando un camino para la eternidad.

El laicado: misión en el mundo y para el mundo

Colaboraciones

El laicado: misión en el mundo y para el mundo

15 febrero 2020

La Iglesia del siglo XXI necesita articular modos de proceder y atender los procesos históricos, en los que laicos y laicas puedan desarrollar su compromiso cristiano en, y para, un mundo en vertiginosa e incierta transición, enfrentado a numerosas encrucijadas.

Sebastián Mora Rosado | Profesor de Filosofía de la Universidad Pontificia de Comillas

Al cristiano no le está permitido huir del mundo. Extra orbem nulla salus (fuera del mundo no hay salvación). La salvación cristiana es histórica y requiere mediaciones históricas para desplegar su potencial liberador.

Los creyentes somos «una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar» (Evangelii gaudium, 273). Y esta «misión que somos en esta tierra» nos exige arriesgar y volver a empezar con alegría (Cfr. EG 3), no como una «heroica tarea personal, ya que la obra es ante todo de Él» (EG 12) sino como don recibido y acogido.

Escenarios de misión y compromiso

Este contexto transicional en el que vivimos y arraigados desde el espacio tensional de la misión, emergen múltiples apelaciones de la realidad, diferentes demandas de la sociedad e infinitas voces que siguen «gimiendo bajo dolores de parto» (Rom 8, 22) en este mundo inmisericorde. Para poder delimitar la ingente misión a la que somos llamados precisamos de una especial finura espiritual, emocional e intelectual. Sin ánimo de agotar la tarea voy a proponer, como esquema para el discernimiento, un marco general que nos permita articular un modo de proceder de los laicos en el mundo y para el mundo y, a continuación, algunos procesos históricos específicos que, en estos momentos, constituyen una misión sustancial para el compromiso cristiano.

«Interrumpir la historia»: desvelar, vincular y recrear

En Evangelii gaudium, citando la Instrucción Libertatis nuntius, nos recuerda el papa Francisco que «la Iglesia, guiada por el Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por la justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas» (EG 188). Escuchar y responder al clamor por la justicia que brota de un mundo roto. Mundo, que está exigiendo sacrificios humanos para poder mantener el statu quo de algunos a consta de otros. Esta dinámica acelerada, sorda y ciega al sufrimiento requiere de «cortafuegos» (Bordieu) sociales y culturales para «interrumpir la historia» (Walter Benjamin). Interrumpir la historia significa desvelar procesos, vincular relaciones y recrear alternativas.

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Un laicado que responda al clamor por la justicia #PueblodeDiosEnsalida

Editoriales

Un laicado que responda al clamor por la justicia #PueblodeDiosEnsalida

14 febrero 2020

El Congreso de Laicos, «Pueblo de Dios en salida», es una oportunidad que estamos llamados a aprovechar, sobre todo, en la continuidad que pueda tener después de su celebración. Oportunidad para abrir procesos de conversión en nuestra Iglesia, procesos para un cambio real que nos ayuden a caminar juntos en la dirección de ser más una Iglesia servidora de nuestra sociedad de la única forma que es posible para crecer en ser una Iglesia evangelizadora, misionera: buscando ser y configurar toda nuestra existencia en Jesucristo como una Iglesia, servidora de los pobres.

Procesos para hacer verdad en nuestras vidas lo que planteó el Concilio Vaticano II y a lo que nos invita incansablemente el papa Francisco: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo, de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón» (Gaudium et spes, 1). «Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo habita… La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos… Todos los cristianos…, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor. De eso se trata…, y en ese sentido no deja de ser un signo de esperanza que brota del corazón amante de Jesucristo» (Evangelii gaudium, 183).

Así podemos crecer en ser «signo e instrumento» de comunión (LG 1), encarnados desde el diálogo y el servicio, en un mundo tantas veces roto por la injusticia, la desigualdad y la falta de misericordia, en que se instrumentaliza, excluye y descarta a tantas personas, colaborando a cuidar la casa común y la familia que la habitamos según el proyecto amoroso del Padre, que quiere que todas sus hijas e hijos vivamos de acuerdo a la sagrada dignidad que Él nos ha dado.

Ser una Iglesia en salida «Pueblo de Dios en salida» es, ante todo, ser una Iglesia que «escucha el clamor por la justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas… Lo cual implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos» (EG 188). De tal manera que respondamos a nuestra vocación de «ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres» (EG 187), según el proyecto de fraternidad y siendo muy conscientes de que hacer oídos sordos al clamor de los pobres por la justicia «nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto» (EG 187).

Procesos para, en definitiva, ir a lo esencial: buscar ante todo el Reino de Dios y su Justicia (Mt 6, 33). Lo demás (la necesaria superación del clericalismo que tanto marca aun negativamente nuestra Iglesia, el necesario crecimiento en la participación, el protagonismo y la responsabilidad de los laicos, el caminar juntos desde la sinodalidad, etc.) será posible si en el centro de nuestra vida personal y comunitaria está la preocupación por caminar con los pobres para cooperar con eficacia para que todos vivamos con dignidad y por incluir a todos (EG 207). Porque así podremos crecer en lo que es más esencial en cualquier comunidad cristiana: vivir incorporados a Cristo, pues «el Hijo de Dios, en su encarnación, nos invita a la revolución de la ternura» (EG 88).

***

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Cádiz | In memoriam | Fallece Enrique Blanco

Mundo obrero y del trabajo

Cádiz | In memoriam | Fallece Enrique Blanco

30 enero 2020

HOAC de Cádiz y Ceuta.

Camino hacia la reunión del sector, los militantes de la diócesis de Cádiz nos enteremos del reciente fallecimiento de Enrique Blanco Cortés, (+ 28 de enero de 2020). Se nos heló la sangre a quienes con él compartimos los conflictivos y difíciles años 80, siendo Enrique militante y presidente diocesano de la HOAC de Cádiz y Ceuta. Hasta principios de los años 90, fue un impulsor en la difusión que hizo, junto con también nuestro querido recordado Pepe Jiménez, para que la HOAC volviese a ser una realidad en el sur de la península, habiendo sido el iniciador del actual equipo de la diócesis, allá por 1988.

Tras la reunión del sector, en la que hemos orado por Enrique; su mujer, Mari Carmen Natividad implicada también en la militancia en la HOAC; y su familia, acudimos al tanatorio para presentarles nuestras condolencias a su viuda Mari Carmen y a sus hijos y saludamos a amigos y conocidos que estaban presentes en el velatorio.

La celebración del sepelio la oficia Gabriel Delgado, que en aquellas fechas compartió con Enrique las tareas y actividades de la Pastoral Obrera en la diócesis.

Enrique Blanco, nació un 12 de octubre de 1949, en su época laboral fue, trabajador y representante sindical en los desaparecidos Talleres Faro, además de presidente de la Asociación de Vecinos de Cerro del Moro. En cada una de estas etapas de su vida luchó por los derechos de colectivos sociales, laborales y vecinales, con especial dedicación a los empobrecidos.

Rezamos por su eterno descanso y por el de todos los militantes que han fallecido en la diócesis acordándonos de manera especial de Pepe Jiménez:

“Que por la misericordia de Dios,
los obreros muertos en el campo de honor
del trabajo y de la lucha, descansen en paz”.

 

 

Información de interés

HOAC Cádiz y Ceuta. Acto de homenaje 

Diario de Cádiz. Muere Enrique Blanco

La voz digital. Luto en Cádiz por la muerte de Enrique Blanco

Andalucía información. El Ayuntamiento de Cádiz decreta un día de luto por Enrique Blanco

Compromiso social

Para que puedas contar y grabar en la memoria (cf. Ex 10, 2) La vida se hace historia

Iglesia

Para que puedas contar y grabar en la memoria (cf. Ex 10, 2) La vida se hace historia

25 enero 2020

Mensaje del santo padre Francisco para la 54 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales convocada para el 24 de mayo de 2020.


Editorial del Prefecto del Dicasterio para la Comunicación: “Reencontrar el sentido de la historia y de la narración

Quiero dedicar el Mensaje de este año al tema de la narración, porque creo que para no perdernos necesitamos respirar la verdad de las buenas historias: historias que construyan, no que destruyan; historias que ayuden a reencontrar las raíces y la fuerza para avanzar juntos. En medio de la confusión de las voces y de los mensajes que nos rodean, necesitamos una narración humana, que nos hable de nosotros y de la belleza que poseemos. Una narración que sepa mirar al mundo y a los acontecimientos con ternura; que cuente que somos parte de un tejido vivo; que revele el entretejido de los hilos con los que estamos unidos unos con otros.

1. Tejer historias

El hombre es un ser narrador. Desde la infancia tenemos hambre de historias como tenemos hambre de alimentos. Ya sean en forma de cuentos, de novelas, de películas, de canciones, de noticias…, las historias influyen en nuestra vida, aunque no seamos conscientes de ello. A menudo decidimos lo que está bien o mal hacer basándonos en los personajes y en las historias que hemos asimilado. Los relatos nos enseñan; plasman nuestras convicciones y nuestros comportamientos; nos pueden ayudar a entender y a decir quiénes somos.

El hombre no es solamente el único ser que necesita vestirse para cubrir su vulnerabilidad (cf. Gn 3, 21), sino que también es el único ser que necesita “revestirse” de historias para custodiar su propia vida. No tejemos sólo ropas, sino también relatos: de hecho, la capacidad humana de “tejer” implica tanto a los tejidos como a los textos. Las historias de cada época tienen un “telar” común: la estructura prevé “héroes”, también actuales, que para llevar a cabo un sueño se enfrentan a situaciones difíciles, luchan contra el mal empujados por una fuerza que les da valentía, la del amor. Sumergiéndonos en las historias, podemos encontrar motivaciones heroicas para enfrentar los retos de la vida.

El hombre es un ser narrador porque es un ser en realización, que se descubre y se enriquece en las tramas de sus días. Pero, desde el principio, nuestro relato se ve amenazado: en la historia serpentea el mal.

2. No todas las historias son buenas

«El día en que comáis de él, […] seréis como Dios» (cf. Gn 3, 5). La tentación de la serpiente introduce en la trama de la historia un nudo difícil de deshacer. “Si posees, te convertirás, alcanzarás…”, susurra todavía hoy quien se sirve del llamado storytelling [arte de contar historias] con fines instrumentales. Cuántas historias nos narcotizan, convenciéndonos de que necesitamos continuamente tener, poseer, consumir para ser felices. Casi no nos damos cuenta de cómo nos volvemos ávidos de chismes y de habladurías, de cuánta violencia y falsedad consumimos. A menudo, en los telares de la comunicación, en lugar de relatos constructivos, que son un aglutinante de los lazos sociales y del tejido cultural, se fabrican historias destructivas y provocadoras, que desgastan y rompen los hilos frágiles de la convivencia. Recopilando información no contrastada, repitiendo discursos triviales y falsamente persuasivos, hostigando con proclamas de odio, no se teje la historia humana, sino que se despoja al hombre de la dignidad.

Pero mientras que las historias utilizadas con fines instrumentales y de poder tienen una vida breve, una buena historia es capaz de trascender los límites del espacio y del tiempo. A distancia de siglos sigue siendo actual, porque alimenta la vida. En una época en la que la falsificación es cada vez más sofisticada y alcanza niveles exponenciales (el deepfake), necesitamos sabiduría para recibir y crear relatos bellos, verdaderos y buenos. Necesitamos valor para rechazar los que son falsos y malvados. Necesitamos paciencia y discernimiento para redescubrir historias que nos ayuden a no perder el hilo entre las muchas laceraciones de hoy; historias que saquen a la luz la verdad de lo que somos, incluso en la heroicidad ignorada de la vida cotidiana.

3. La Historia de las historias

La Sagrada Escritura es una Historia de historias. ¡Cuántas vivencias, pueblos, personas nos presenta! Nos muestra desde el principio a un Dios que es creador y narrador al mismo tiempo. En efecto, pronuncia su Palabra y las cosas existen (cf. Gn 1). A través de su narración Dios llama a las cosas a la vida y, como colofón, crea al hombre y a la mujer como sus interlocutores libres, generadores de historia junto a Él. En un salmo, la criatura le dice al Creador: «Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias porque son admirables tus obras […], no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra» (139, 13-15). No nacemos realizados, sino que necesitamos constantemente ser “tejidos” y “bordados”. La vida nos fue dada para invitarnos a seguir tejiendo esa “obra admirable” que somos.

En este sentido, la Biblia es la gran historia de amor entre Dios y la humanidad. En el centro está Jesús: su historia lleva al cumplimiento el amor de Dios por el hombre y, al mismo tiempo, la historia de amor del hombre por Dios. El hombre será llamado así, de generación en generación, a contar y a grabar en su memoria los episodios más significativos de esta Historia de historias, los que puedan comunicar el sentido de lo sucedido.

El título de este Mensaje está tomado del libro del Éxodo, relato bíblico fundamental, en el que Dios interviene en la historia de su pueblo. De hecho, cuando los hijos de Israel estaban esclavizados clamaron a Dios, Él los escuchó y rememoró: «Dios se acordó de su alianza con Abrahán, Isaac y Jacob. Dios se fijó en los hijos de Israel y se les apareció» (Ex 2, 24-25). De la memoria de Dios brota la liberación de la opresión, que tiene lugar a través de signos y prodigios. Es entonces cuando el Señor revela a Moisés el sentido de todos estos signos: «Para que puedas contar [y grabar en la memoria] de tus hijos y nietos […] los signos que realicé en medio de ellos. Así sabréis que yo soy el Señor» (Ex 10, 2). La experiencia del Éxodo nos enseña que el conocimiento de Dios se transmite sobre todo contando, de generación en generación, cómo Él sigue haciéndose presente. El Dios de la vida se comunica contando la vida.

El mismo Jesús hablaba de Dios no con discursos abstractos, sino con parábolas, narraciones breves, tomadas de la vida cotidiana. Aquí la vida se hace historia y luego, para el que la escucha, la historia se hace vida: esa narración entra en la vida de quien la escucha y la transforma.

No es casualidad que también los Evangelios sean relatos. Mientras nos informan sobre Jesús, nos “performan[1] a Jesús, nos conforman a Él: el Evangelio pide al lector que participe en la misma fe para compartir la misma vida. El Evangelio de Juan nos dice que el Narrador por excelencia —el Verbo, la Palabra— se hizo narración: «El Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado» (cf. Jn 1, 18). He usado el término “contado” porque el original exeghésato puede traducirse sea como “revelado” que como “contado”. Dios se ha entretejido personalmente en nuestra humanidad, dándonos así una nueva forma de tejer nuestras historias.

4. Una historia que se renueva

La historia de Cristo no es patrimonio del pasado, es nuestra historia, siempre actual. Nos muestra que a Dios le importa tanto el hombre, nuestra carne, nuestra historia, hasta el punto de hacerse hombre, carne e historia. También nos dice que no hay historias humanas insignificantes o pequeñas. Después de que Dios se hizo historia, toda historia humana es, de alguna manera, historia divina. En la historia de cada hombre, el Padre vuelve a ver la historia de su Hijo que bajó a la tierra. Toda historia humana tiene una dignidad que no puede suprimirse. Por lo tanto, la humanidad se merece relatos que estén a su altura, a esa altura vertiginosa y fascinante a la que Jesús la elevó.

Escribía san Pablo: «Sois carta de Cristo […] escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de corazones de carne» (2 Co 3, 3). El Espíritu Santo, el amor de Dios, escribe en nosotros. Y, al escribir dentro, graba en nosotros el bien, nos lo recuerda. Re-cordar significa efectivamente llevar al corazón, “escribir” en el corazón. Por obra del Espíritu Santo cada historia, incluso la más olvidada, incluso la que parece estar escrita con los renglones más torcidos, puede volverse inspirada, puede renacer como una obra maestra, convirtiéndose en un apéndice del Evangelio. Como las Confesiones de Agustín. Como El Relato del Peregrino de Ignacio. Como la Historia de un alma de Teresita del Niño Jesús. Como Los Novios, como Los Hermanos Karamazov. Como tantas innumerables historias que han escenificado admirablemente el encuentro entre la libertad de Dios y la del hombre. Cada uno de nosotros conoce diferentes historias que huelen a Evangelio, que han dado testimonio del Amor que transforma la vida. Estas historias requieren que se las comparta, se las cuente y se las haga vivir en todas las épocas, con todos los lenguajes y por todos los medios.

5. Una historia que nos renueva

En todo gran relato entra en juego el nuestro. Mientras leemos la Escritura, las historias de los santos, y también esos textos que han sabido leer el alma del hombre y sacar a la luz su belleza, el Espíritu Santo es libre de escribir en nuestro corazón, renovando en nosotros la memoria de lo que somos a los ojos de Dios. Cuando rememoramos el amor que nos creó y nos salvó, cuando ponemos amor en nuestras historias diarias, cuando tejemos de misericordia las tramas de nuestros días, entonces pasamos página. Ya no estamos anudados a los recuerdos y a las tristezas, enlazados a una memoria enferma que nos aprisiona el corazón, sino que abriéndonos a los demás, nos abrimos a la visión misma del Narrador. Contarle a Dios nuestra historia nunca es inútil; aunque la crónica de los acontecimientos permanezca inalterada, cambian el sentido y la perspectiva. Contarse al Señor es entrar en su mirada de amor compasivo hacia nosotros y hacia los demás. A Él podemos narrarle las historias que vivimos, llevarle a las personas, confiarle las situaciones. Con Él podemos anudar el tejido de la vida, remendando los rotos y los jirones. ¡Cuánto lo necesitamos todos!

Con la mirada del Narrador —el único que tiene el punto de vista final— nos acercamos luego a los protagonistas, a nuestros hermanos y hermanas, actores a nuestro lado de la historia de hoy. Sí, porque nadie es un extra en el escenario del mundo y la historia de cada uno está abierta a la posibilidad de cambiar. Incluso cuando contamos el mal podemos aprender a dejar espacio a la redención, podemos reconocer en medio del mal el dinamismo del bien y hacerle sitio.

No se trata, pues, de seguir la lógica del storytelling, ni de hacer o hacerse publicidad, sino de rememorar lo que somos a los ojos de Dios, de dar testimonio de lo que el Espíritu escribe en los corazones, de revelar a cada uno que su historia contiene obras maravillosas. Para ello, nos encomendamos a una mujer que tejió la humanidad de Dios en su seno y —dice el Evangelio— entretejió todo lo que le sucedía. La Virgen María lo guardaba todo, meditándolo en su corazón (cf. Lc 2, 19). Pidamos ayuda a aquella que supo deshacer los nudos de la vida con la fuerza suave del amor:

Oh María, mujer y madre, tú tejiste en tu seno la Palabra divina, tú narraste con tu vida las obras magníficas de Dios. Escucha nuestras historias, guárdalas en tu corazón y haz tuyas esas historias que nadie quiere escuchar. Enséñanos a reconocer el hilo bueno que guía la historia. Mira el cúmulo de nudos en que se ha enredado nuestra vida, paralizando nuestra memoria. Tus manos delicadas pueden deshacer cualquier nudo. Mujer del Espíritu, madre de la confianza, inspíranos también a nosotros. Ayúdanos a construir historias de paz, historias de futuro. Y muéstranos el camino para recorrerlas juntos.

Roma, junto a San Juan de Letrán, 24 de enero de 2020, fiesta de san Francisco de Sales.

 


[1] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Spe salvi, 2: «El mensaje cristiano no era sólo “informativo”, sino “performativo”. Eso significa que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida».

Valencia | La HOAC participa en la XI marcha por el cierre de los CIE

Inmigrantes

Valencia | La HOAC participa en la XI marcha por el cierre de los CIE

16 diciembre 2019

La HOAC de Valencia se suma, un año más, a la XI Marcha por el cierre de los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE) convocada el 18 de diciembre a las 19h desde la plaza del Ayuntamiento de la ciudad.

Coincidiendo con el Día Internacional del Migrante, diversas organizaciones sociales y sindicales, así como plataformas y foros de Valencia han convocado una nueva manifestación que finalizará en la puerta del CIE de Zapadores para seguir exigiendo el cierre «de esas cárceles donde se encierran a personas que no han cometido delito alguno».

La HOAC participa de esta marcha y se suma al grito de que migrar es un derecho, «aunque no debería de ser una obligación para miles de personas que no tienen más opción, si no quieren vivir de manera indigna en su país e incluso morir». Este movimiento de trabajadores cristianos hace una apuesta decidida en «estar junto a todas esas personas que luchan para tener un mundo más humano, que los deje desarrollarse como hijas e hijos de Dios, igual que nosotros  y nosotras, porque “fui forastero, y me acogiste”» (Mt 25, 35).

Del mismo modo, este movimiento de la Iglesia, anima a todas las personas a adherirse a este convocatoria que reclama un acto de justicia y de misericordia «para las personas que no tienen papeles, que no han cometido ningún delito, pero son encerradas en estos centros en unas condiciones indignas e injustas».

Pastoral Obrera | El trabajo ha de seguir estando en el centro de la misión de toda la Iglesia

Iglesia

Pastoral Obrera | El trabajo ha de seguir estando en el centro de la misión de toda la Iglesia

01 diciembre 2019

Comunicado de las XXV Jornadas Generales de Pastoral Obrera. 

Con el objetivo de conmemorar el XXV aniversario de la publicación del documento de la Conferencia Episcopal Española La Pastoral Obrera de toda la Iglesia, hacer balance del camino que se ha recorrido, y concretar el proceso a seguir en la misión de la Pastoral Obrera en el mundo del trabajo y en la Iglesia hoy, se han celebrado las XXV Jornadas Generales, en El Escorial, del 29 de noviembre al 1 de diciembre de 2019, presididos por Monseñor Antonio Algora, obispo responsable del Departamento de Pastoral Obrera, con asistencia de Luis Manuel Romero, director del Secretariado de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar (CEAS) y participación de más de 150 personas de más de 34 diócesis.

Acogemos con agradecimiento esta historia de fidelidad evangélica y presencia samaritana en el mundo del trabajo. Nuestra celebración y nuestra misión quieren ser, como dice el papa Francisco, “memoriosa”, por eso lo primero ha de ser el agradecimiento a hombres y mujeres que desde su compromiso de fe han decidido a lo largo de estos años acompañar la vida del mundo obrero. Este es el punto de partida. En las vidas entregadas de tantos militantes junto a sacerdotes, religiosos, obispos, reconocemos agradecidos el don del amor y  la misericordia de Dios para todos, especialmente para quienes son víctimas de la precariedad, el empobrecimiento y la deshumanización que sigue sufriendo, también hoy, el mundo obrero y del trabajo.

Hoy se ha intensificado y se recrudece esta situación de inhumanidad. Los retos de la nueva revolución industrial y de la robotización del empleo, siguen reclamando la presencia de la Iglesia. Reconocemos el trabajo como lugar humano, como lugar eclesial, como lugar teologal, y por eso el trabajo humano como principio de vida ha de seguir estando en el centro de la misión de toda la Iglesia. La iniciativa “Iglesia por el Trabajo Decente” fruto de este camino recorrido, manifiesta la necesidad de seguir siendo Iglesia en el mundo obrero, y nos pide una apuesta decidida por el trabajo decente, también al interior de la Iglesia, como exigencia de la fe.

Para poder realizar nuestra misión eclesial, es necesario afrontar el reto que la individualización en la vida personal y social, supone para la dignidad de la persona. Es necesario construir un proyecto de humanización con todos los trabajadores y trabajadoras que plante cara a la desigualdad y el empobrecimiento creciente, aportando el valor y el sentido del trabajo como principio de vida:

Somos urgidos a vivir una nueva etapa evangelizadora, que proclame que el trabajo es para la vida, que reclame un trabajo decente que permita construir una sociedad humana; que denuncie las agresiones normalizadas e invisibilizadas de la siniestralidad laboral; que plante cara a la inequidad que genera violencia, y para ello hemos de posibilitar el nacimiento de un nuevo orden económico y social, donde junto a la lucha contra la pobreza y sus causas, contra la precariedad vital, seamos capaces de cambiar personal y globalmente nuestra relación con la creación, porque convertimos nuestras prácticas cotidianas y nuestros estilos de vida.

Para ello hemos acordado poner en marcha un proceso sinodal de mirada a la realidad, que ponga rostro a esta situación, desde el que habremos de concretar, junto a nuestros obispos, las respuestas pastorales que como Iglesia estamos llamados a ofrecer.

Somos urgidos por el amor de Cristo, a acompañar como Iglesia la vida las trabajadoras y trabajadores empobrecidos, a generar una nueva manera de pensar, sentir y vivir; una nueva mentalidad que haga que las instituciones vuelvan a estar al servicio de las personas y de sus necesidades humanas y, para ello, somos enviados a construir otra manera de vivir con nuestro testimonio.

El Escorial, 1 de diciembre de 2019. Primer domingo de Adviento

Hiperliderazgo y sociedad civil

Colaboraciones

Hiperliderazgo y sociedad civil

14 noviembre 2019

Javier Madrazo | Vivimos entre lo efímero y lo inmediato. Dedicamos poco tiempo al análisis y la reflexión. Solo cuenta el presente. No hay ni pasado ni futuro.

Así se explica el auge de un nuevo grupo de líderes políticos, generalmente con un ego muy desmesurado, que ejercen su función desde el hiperliderazgo, anulando de facto el papel de los partidos como espacios de debate, participación, así como de generación de ideas y propuestas.

La democracia se resiente

Los partidos, en el sentido en el que los hemos conocido, parecen pertenecer al pasado. Se han convertido en meras maquinarias electorales. Consultoras, asesores y community managers ocupan, y sustituyen, el espacio de los partidos, marcando la agenda, las comparecencias y declaraciones, e imponiendo criterios, decisiones y orientaciones hasta ahora reservados a las formaciones.

Hablamos de profesionales a sueldo, que se sienten invencibles e investidos de autoridad, que trabajan pegados a los máximos responsables públicos, condicionando sus posiciones, discursos y estrategias. Su opinión siempre se impone. Pueden colaborar con la izquierda o la derecha por igual. Mientras tienen éxito acallan toda disidencia y nadie se atreve a poner públicamente en cuestión sus postulados.

Su objetivo es crear y vender un relato, sea cierto o no, posicionar a su jefe y ganar. Los valores que se presuponen a la actividad y gestión pública no cuentan. En este contexto los partidos se perciben como un lastre, maquinarias pesadas de las que es mejor librarse para gestionar a golpe de Twitter.

En este engranaje resultan piezas imprescindibles los medios de comunicación, controlados por grandes poderes económicos, que marcan la agenda y el relato político al que se pliegan los principales líderes políticos. El argumentario redactado por agencias especializadas sustituye las ideas e ideologías.

Es cierto que las formaciones políticas no siempre han sido un modelo de transparencia y pluralidad, y democracia. Su existencia es necesaria; aunque tengan mucho camino por recorrer para transitar por vías que les acerquen de un modo más directo a la ciudadanía y a sus inquietudes. Para ello se debe profundizar y promover la democracia participativa frente a la democracia formal y meramente representativa.

Será esta la forma de superar la arbitrariedad derivada de los personalismos extremos y de hacer de contrapeso a los hiperliderazgos. No podemos resignarnos. No todo está perdido, ni mucho menos. El pensamiento crítico sabrá encontrar su lugar.

Pero, para conseguirlo, tal y como dice la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), es necesario recuperar el protagonismo de la sociedad y el principio de subsidiariedad. «La comunidad política está esencialmente al servicio de la sociedad civil y de las personas y los grupos que la componen. La sociedad civil, por tanto, no puede considerarse un mero apéndice o una variable de la comunidad política: al contrario, ella tiene la preeminencia, ya que es precisamente la sociedad civil la que justifica la existencia de la comunidad política» (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 418).

No podemos perder de vista que los partidos políticos no son un fin en sí mismo; son herramientas al servicio de la participación política y de la búsqueda del bien común. «Los partidos políticos tienen la tarea de favorecer una amplia participación y el acceso de todos a las responsabilidades públicas. Los partidos están llamados a interpretar las aspiraciones de la sociedad civil orientándolas al bien común, ofreciendo a los ciudadanos la posibilidad efectiva de concurrir a la formación de las opciones políticas. Los partidos deben ser democráticos en su estructura interna, capaces de síntesis política y con visión de futuro» (CDSI 413). «Los partidos políticos deben promover todo lo que a su juicio exige el bien común; nunca, sin embargo, está permitido anteponer intereses propios al bien común» (Concilio Vaticano II).

Ello pasa por fortalecer el tejido asociativo y por implantar como algo cotidiano la práctica de consultas sobre todas aquellas cuestiones relevantes que afectan a la ciudadanía. Es necesario y urgente rehabilitar y recobrar el auténtico sentido y valoración de la acción política. Precisamente la política se rehabilita cuando se pone al servicio de la dignidad sagrada de la persona, especialmente de la más vulnerable, y cuando busca honestamente el bien común.

El ejercicio de la política se dignifica de un modo especial cuando procura responder a las necesidades y derechos de los más pobres de nuestra sociedad, y a las necesidades y derechos de los más pobres del planeta. La lucha contra las causas del hambre y la pobreza en el mundo han de ser una prioridad en la agenda de toda la sociedad y de todos los agentes políticos.

«El principio del destino universal de los bienes exige que se vele con particular solicitud por los pobres, por aquellos que se encuentran en situaciones de marginación y, en cualquier caso, por las personas cuyas condiciones de vida les impiden un crecimiento adecuado. A este propósito se debe reafirmar, con toda su fuerza, la opción preferencial por los pobres» (CDSI 182).

Frente un estado de opinión mayoritario, la política es una actividad profundamente noble y valiosa; una sociedad que la desprecie se pone a sí misma en peligro. Pero como demuestran los innumerables casos de corrupción que hemos padecido en España y que atentan contra el bien común, todo lo noble puede ser pervertido, también la acción política. De ahí la importancia de la ética en la política.

El papa Francisco, en un discurso reciente, recoge magníficamente la DSI en torno a la política y los partidos: «Cómo no observar el descrédito popular que están sufriendo todas las instancias políticas, (…) Con frecuencia el diálogo abierto y respetuoso se sustituye por ráfagas de acusaciones recíprocas y recaídas demagógicas… falta también la formación y el recambio de nuevas generaciones políticas. (…) Se necesitan dirigentes políticos que vivan con pasión su servicio a los pueblos, que vibren con las fibras íntimas de su ethos y cultura, solidarios con sus sufrimientos y esperanzas; políticos que antepongan el bien común a sus intereses privados, que no se dejen amedrentar por los grandes poderes financieros y mediáticos, que sean competentes y pacientes ante problemas complejos, que estén abiertos a escuchar y aprender en el diálogo democrático, que combinen la búsqueda de la justicia con la misericordia y la reconciliación. No nos contentemos con la poquedad de la política.

¡Cuánta necesidad estamos teniendo de una buena y noble política!

Tenemos que encaminarnos hacia democracias maduras, participativas, sin las lacras de la corrupción o de las colonizaciones ideológicas o las pretensiones autocráticas y las demagogias baratas. Cuidemos nuestra casa común y sus habitantes más vulnerables evitando todo tipo de indiferencias suicidas y de explotaciones salvajes».

Más información.

Videomensaje del papa Francisco para el Encuentro de católicos con responsabilidades políticas al servicio de los pueblos latinoamericanos.

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30º Domingo del Tiempo Ordinario (27 octubre)

Iglesia

30º Domingo del Tiempo Ordinario (27 octubre)

25 octubre 2019

La espiritualidad del discípulo –el publicano- es la de quien porque reconoce su condición pecadora, acoge la necesidad de salvación y se abre a la confianza en la misericordia y el amor de Dios. Solo poniendo a Dios en el centro y fundamentando nuestra experiencia en la entrañable acogida de su amor en nuestra vida, solo siendo conscientes de la acción amorosamente transformadora de la Gracia en nuestra existencia, podemos encontrarnos con nuestra verdadera y real imagen filial y fraterna, y abrirnos a la construcción de la fraternidad acogedora que nos hace encontrarnos con el regalo de los hermanos y hermanas en nuestra vida.

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